Punto al Arte: Ingres
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Ingres (1780-1867)


lngres, Jean-Auguste-Dominique (Montauban, 29 de agosto de 1780 - París, 14 de enero de 1867) Pintor francés. Discípulo en París de J. -L. David, residió luego en Roma y pasó a Nápoles, con Murat, en 1813; desde 1820 hasta 1824 vivió en Florencia. De regreso en su país, triunfó en el Salón de 1824 con El voto de Luis XIII. Su larga permanencia en Italia le permitió captar y asimilar de manera directa los módulos típicos del Renacimiento. Desde la Bañista de Bayona (Museo Bonnat, 1807) hasta el retrato del pintor Granet (Museo de Aix-en-Provence, 1807), el de Madame Davam;ay (Museo Candé, Chantilly, 1807) y la Gran Odalisca (Louvre, 1814) se percibe en el artista el tributo que rinde a Rafael; pero más importante para la maduración de su expresión artística fue el descubrimiento de los primitivos italianos, que le desligaron, casi por completo, del falso idealismo de David. Por su realismo, lngres es uno de los primeros pintores modernos. A su vuelta a París se le hicieron encargos oficiales; pintó la Apoteosis de Homero (Louvre, 1827) y el Martirio de San Sinforiano (catedral de Autun, 1834). Fue el último retratista francés de genio. Entre sus últimas obras cabe citar la Apoteosis de Napoleón (1853), el Baño turco (Louvre, 1863) y algunos cuadros de tema religioso, como Juana de Arco, La Virgen (Louvre, 1854) y Jesús entre los doctores ( 1866).

El academicismo de Ingres

El rival de Gros fue Ingres, también discípulo de David. Nacido en Montauban en 1780, se dice que, habiendo visto en Toulouse unas copias de Rafael, sintió desde aquel momento decidida vocación por la pintura; la "religión de Rafael" debía inspirar toda su vida. Por lo demás, la historia de su carrera es poco más o menos la misma de los artistas franceses de su tiempo: primer viaje a París, ingreso en el taller de David y Premio de Roma, sólo que en el año de 1801 el Gobierno no tenía dinero para enviar sus pensionnaires a Italia.

Hasta 1806 no pudo disfrutar de su beca. En Roma -donde prolongó su estancia durante veinte años- pintó sus cuadros más famosos, dentro del más puro estilo académico, y sus dibujos de trazos finos realizados entonces son excelentes. El dibujo, según él, constituye el fundamento de la pintura. "Un buen dibujante siempre podrá encontrar el color que corresponda al carácter de la obra." Para la pintura suya más famosa, La Fuente, dícese que empleó más de cuarenta años, retocándola siempre.

Apoteosis de Homero, de Jean Auguste Dominique lngres (Musée du Louvre, París). Siguiendo el gusto neoclásico por reverenciar el mundo griego antiguo, lngres coloca a Homero en el centro del cuadro en el momento en que recibe homenaje de los artistas de Grecia, Roma y la época moderna, en una composición triangular muy armónica formada por tres manchas de color blanca, roja y verde y flanqueada por otras dos opuestas, de rojo y verde. Pintado en 1827, reúne al menos 45 personajes alrededor del poeta heleno, encabezados por una Victoria alada que le corona y con dos alegorías de la Ilíada y la Odisea sentadas a sus pies. Entre los figurantes destacan también los retratos idealizados de Apeles, Fidias, Rafael y Miguel Ángel, reivindicando las raíces clásicas del autor, así como también los de Poussin y Moliere, que miran al espectador para introducirle en la escena. Se dice que para el templo y el friso que lo decora precisó de un arqueólogo para afianzar la precisión del dibujo tras más de trescientas probaturas en papel. 

A su actitud académica -en absoluta oposición a la de Delacroix- debió Ingres todos los juicios adversos que desde el arte pictórico del Romanticismo se han emitido contra él. Pero es un caso el suyo que reclama revisión. Si proclamó que "el secreto de la belleza reside en la verdad", no por ello merece ser considerado, en lo mejor suyo (que no son únicamente los retratos), como un pintor verista. Sus obras maestras no son desde luego los encargos que realizó sobre temas grandilocuentes, como su amanerada Apoteosis de Homero (en el Louvre), ni el falso exotismo de sus Odaliscas, que es en verdad demasiado convencional. Pero su rafaelismo -que ya se inicia en su autorretrato juvenil del Museo Condé, de Chantilly (1804)- no es justo considerarlo como una simple supeditación a Rafael. Lo que sí intuyó Ingres en los retratos de Rafael fue una lección por él sabiamente empleada: que la línea no traduce la realidad, sino la impresión que ha de recibir quien contempla la obra. Para David contó mucho la anatomía; para Ingres lo único que interesa es el efecto visible. Ambos artistas representan, así, dos puntos de vista distintos, en los logros de toda la fase final del neoclasicismo pictórico.

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