Punto al Arte: 06 Arte helenístico
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El pathos en la escultura helenística

La evolución que experimentaron las formas griegas durante el período helenístico puede seguirse en la escultura mejor que en la arquitectura.

Victoria de Samotracia (Musée du Louvre, París) Esta bella escultura helenística fue inicialmente creada para sostenerse erguida sobre la proa de una nave, de tal modo que el viento húmedo del mar moldeara el fino jitón esculpido sobre las turgencias del cuerpo femenino que representa . El escultor confirió el mismo interés tanto por las transparencias y los pliegues del tejido como por las partes redondeadas y firmes del cuerpo de la modelo. Este juego de contrastes escultóricos es característico de la escuela de Rodas. 

Los antiguos tipos se hacen más realistas e individuales. Un ejemplo característico de esta evolución es la estatua llamada Victoria de Samotracia, que, según parece, mandó erigir Demetrio de Siria en conmemoración de su victoria naval sobre Tolomeo el año 306 a.C. La diosa, en la proa de una nave y llevando en la mano un trofeo arrancado al enemigo, con el cuerpo hacia delante, desafía al viento, que azota los pliegues del vestido con aquel sacudir característico de la brisa marina. El artista se empeñó, pues, en expresar los efectos de fenómenos de gravedad, rozamiento, inercia, intervenidos por el agente exterior de los vientos intermitentes y contrarios de las costas mediterráneas. Los escultores de Jonia modifican así, con su nueva física, los tipos tradicionales; pero el antiguo centro artístico de Atenas debió de sobrevivir, reproduciendo las grandes obras maestras que se enviaban como mercancía preciosa de exportación. Un barco cargado de estatuas, encontrado en 1907 en el fondo del mar en Mandia, frente a la costa de Túnez, procedía de Atenas, y la especial calidad de su cargamento ha informado de las obras de arte que reproducían con más preferencia los escultores atenienses. Muchas veces las copias son tan libres, que llegan a tener cierta originalidad, como la Venus de Médicis, a modo de adaptación de la de Praxíteles, porque en lugar de estar representada saliendo del baño, con el jarro y el ropaje, ya no trata de excusar su desnudez y está figurada en el acto de nacer de las ondas, con un amorcillo y un delfín. Otras Afroditas son todavía más sensuales; hizo fortuna un tipo de diosa con una rodilla en tierra y la otra pierna doblada, que parece ser obra de Dédalo de Bitinia.


Hermafrodita durmiente (Museo Nacional Romano, Roma). Copia romana en mármol de un original griego del siglo II a.C.

⇦  Afrodita y Pan (Museo Nacional de Atenas). Grupo escultórico procedente de Delos que expresa un clima de sensualidad muy propio del helenismo. La belleza desnuda de Afrodita contrasta con la bestialidad del fauno con cuernos y patas de cabra. Se trata de una dialéctica, muy propia del siglo I a.C., entre la fresca feminidad y la fealdad diabólica. 



Esta es la época de Venus y del Amor hasta en los extravíos de la naturaleza, como manifiestan las innumerables esculturas de hermafroditas. Era famoso en Pérgamo un grupo atribuido al hijo de Praxiteles, a causa de su extraordinario efecto erótico, que consistía en representar el tacto o la presión de los dedos en el cuerpo, que parecía más bien de carne que de mármol. Otro artista, ya asiático, Briaxis, representó en escultura el mito tan sensual de Apolo y Dafne. Este grupo estaba en las afueras de Antioquía. Las antiguas divinidades son cada día más olvidadas; apenas si se representa al Zeus Olímpico; se reproduce Asclepios, confundido con Esculapio, que toma muchos de los rasgos del viejo padre de los dioses. Otra divinidad nueva, destinada a gran porvenir, fue Serapis, el dios tutelar de Alejandría. Se representó, como Zeus, algo transfigurado. Para crear esta nueva imagen, Tolomeo hizo venir de Sínope, ciudad griega del mar Negro, una estatua de Zeus por Briaxis y la hizo retocar. Estuvo en el Serapeum de Alejandría hasta que la destruyeron los monjes cristianos en el siglo V después de Jesucristo.

Correlativamente a la Afrodita o Venus, numen de la filosofía epicúrea (porque según la escuela de Epicuro el agua es el elemento activo del mundo), crece y aumenta la importancia de Dionisos, señor o símbolo universal para los estoicos, ya que según ellos el principio activo es el fuego, que se impone en la iniciación a los misterios de Dionisos-Baco. Así Venus, con sus nereidas y musas, y Dionisos, con sus bacantes, se dividen casi por igual el interés de los pintores y escultores helenísticos. Dionisos, que es el leit-motiv de la decoración alejandrina, empieza siendo un viejo de barba rizada. Resulta curioso observar que Baco aparece siempre más joven y acaba por ser un muchacho imberbe, con corona de hiedra en la cabeza. Es el único dios que se rejuvenece con el tiempo; la mayor parte de los dioses helénicos, como también el Cristo de las catacumbas, empiezan siendo imberbes para convertirse en barbados.

Centauro viejo atribuido a Aristeas (Musée du Louvre, París). El centauro está representado con las manos atadas a la espalda, indefenso e impotente mientras es atormentado por el Amor burlón que cabalga sobre su grupa, expresando de forma metafórica el tema del amor senil. La obra se atribuye al escultor Aristeas de la escuela de Afrodisia, en Asia Menor, que se complacía en representar seres semianimalescos, o bien personajes infantiles. Evidenciando la inclinación de los gustos helenísticos hacia lo anecdótico, lo narrativo y lo pintoresco, el autor imprimía una mayor tensión y dinamismo en las esculturas. 

⇦ Niño de la Oca (Musée du Louvre, París) Esta réplica de un original de Boetas de Calcedonia es característico por la forma piramidal del grupo.



Cada vez más frecuentes, los faunos y los sátiros suministran nuevos temas a la escultura. Pintoresca es la pareja de centauros de la Villa Adriana. Un centauro viejo sirve de cabalgadura al Amor, que le hace sentir su yugo, y para dar más clara idea de lo difícil que es el amor senil, el pequeño ha de tirarle de los cabellos. Así le vemos en una copia que no ha perdido la figurilla del Amor, en el Museo del Louvre. Faltan los pequeños amores en el Capitolino de Roma, donde se conservan los dos centauros hallados en la Villa Adriana. En cambio, el centauro joven camina alegre mientras hace castañetear los dedos, y, aun cuando en su grupa llevaría también la figurilla del Amor, ésta no debió de ser carga pesada para el joven. Las dos figuras de los centauros, picante ilustración de un epigrama erótico, parecen ser obra de Aristeas y Papias, naturales ambos de Afrodisia.

La religión se iba convirtiendo cada vez más en una adoración intelectual del principio supremo, ordenador del universo. Una excelente idea de este misticismo la da la estatua del joven orante, obra de un discípulo de Lisipo llamado Boetas, la cual se ha conservado en una copia en bronce del Museo de Berlín. En cambio, en lugar de los tipos antiguos de dioses y diosas se prodiga cada vez más la representación de la diosa Tyche, o sea el Azar, la Fortuna; era muy estimada y se reprodujo mucho la Tyche de la ciudad de Antioquía, obra de Eutíquides. La estatua está asentada en un terreno rocoso, tiene varias espigas en la mano y en la cabeza ostenta la corona de torres, que será en adelante atributo indispensable para representar las ciudades. Lo más original es la alusión topográfica, con la figura de un niño que sale corriendo de entre sus pies; es el río Orontes, que después de correr subterráneo, vuelve a su cauce en Antioquía. Eutíquides era también discípulo de Lisipo, cuya influencia se advierte todavía en la majestad y belleza de los pliegues del ropaje de la estatua.

Espinario (Galleria degli Uffizi, Florencia). Una característica de la escuela helenística propia de Asia Menor es el interés por los personajes infantiles. Esta costumbre en el arte de la representación fue iniciada con el Ares de Lisipo, procurando darle importancia a la atmósfera circundante a la escultura como un elemento más, constitutivo de la obra.  

⇦ Tortura de Marsias (Musée du Louvre, París). Copia de un original griego del siglo II a.C., la escultura reproduce el desollamiento de que fue objeto el sátiro por parte del dios Apolo.  


Estas representaciones topográficas se fueron haciendo cada vez más frecuentes y constituyeron los modelos que luego aprovechó el arte romano oficial. Dos copas de plata, ejecutadas probablemente en Alejandría en los primeros años del Imperio romano, muestran su fondo en alto relieve; en una aparece la ciudad de Alejandría como una Minerva sentada, y en la otra, las cabezas de dos hermanas iguales en categoría: Antioquía y Roma. El grupo del Nilo, acaso también de época romana, señala análoga inspiración. El gran río, con sus barbas fluentes, está tendido, la frente coronada de espigas, y apoyado sobre una esfinge y el cuerno de la abundancia. Dieciséis niños, número de los codos que subía el agua en la inundación anual, juegan en torno suyo, sobre sus mismas rodillas, y uno de ellos hasta se ha atrevido a encaramarse sobre su hombro derecho.

Al lado de los asuntos alegóricos aparecen las composiciones del género idílico. Muchas obras antiguas de los siglos anteriores son repetidas, con un nuevo acento más gracioso, en la época helenística. El espinario, antiguo tema de un joven corredor que después de la carrera se sienta para arrancarse una espina, lo repiten los escultores helenísticos en las formas blandas de un adolescente de lacia cabellera. Otro asunto es el del niño que se pelea con una oca, como una parodia del atletismo de los siglos anteriores. El Niño de la Oca se reprodujo muchas veces; el original, según la tradición literaria, era del mismo Boetas.

Pero si no el más característico ejemplo de esta simpatía por los asuntos infantiles, al menos el más poético, es el grupo del beso de los dos niños, identificados como Eros y Psiquis, en el Museo del Capitolio. Es el comentario plástico más expresivo de los tiernos amores de dos criaturas. En el grupo del Capitolio, los dos niños se abrazan inocentes, sin conocer el origen misterioso de la fuerza que junta sus labios. Los dos cuerpos son casi igualmente femeninos: él sonríe en la iniciación del beso, ella inclina la cabeza, sorprendida por la extraña caricia infantil. Así, en las corrompidas metrópolis helenísticas, los escultores, como los literatos, encontraban público propicio para los más candidos idilios.

⇦ Eros y Psiquis (Museo del Capitolio, Roma). Esta pieza, de la que también existen réplicas en los Museos Vaticanos y del Louvre, reproduce un original helenístico del siglo III a.C., hoy perdido. El autor de esta escultura, también conocida por los títulos Dafnis y Cloe o La invención del beso, mezcla con cierta perversidad una inocencia cándida y una estudiada picardía.  



Al lado de estos asuntos, cuyo carácter poético podría todavía comunicarles cierta idealización, otra corriente artística parece complacerse en la interpretación cada vez más realista de la naturaleza. Una manifestación de este gusto es el tan copiado Marsias, castigado por Apolo a ser colgado y desollado. El sátiro tiene la musculatura exagerada por la tensión de sus miembros; es una anticipación del estilo que florecerá más tarde en Pérgamo y Rodas. El origen de esta tendencia podría encontrarse ya en los retratos, que cada vez son más parecidos a sus modelos. Los antiguos retratos griegos eran raros, y aun casi siempre de espíritus superiores con tendencias al heroísmo, como las imágenes de Safo, Aspasia y Pericles. Después, en las estelas griegas, los retratos de los difuntos y de sus parientes fueron también delicadamente transfigurados. Lisipo, con su fervor por la interpretación viva de la naturaleza, fue quien abrió la puerta al realismo extremado. Sus retratos de Alejandro Magno debieron de poseer el noble prestigio del gran arte del maestro. Se acudió, también, a ayudarse vaciando las fisonomías, es decir, los autores se aprovechaban de los vaciados como de un auxiliar para sus retratos.

⇨ Alejandro Magno divinizado como Helios (Museo del Capitolio, Roma). El busto imita la célebre estatua de Helios creada por Cates de Lindos a principios del siglo III a.C. y situada originariamente en la entrada del puerto de Rodas. 



Los dos soberbios retratos de Sófocles y Demóstenes, aunque de diferente época (el de Sófocles parece ser algo más antiguo), demuestran el arte admirable de los escultores de Atenas para el retrato. El original del de Sófocles sería de bronce, acaso uno de los que adornaban el teatro de Atenas. La única copia que se conoce, en el Museo Lateranense, es de mármol, pero debe de reproducir exactamente el original; da idea perfecta del hombre intelectual, en completa posesión de todas sus fuerzas físicas y morales; está en actitud de reposo, distinta de aquella otra posición, con una pierna doblada, de los atletas heroicos y de las amazonas; distinta también de la posición de sensual abandono del Fauno de Praxiteles. El Sófocles del Vaticano apoya los pies en el suelo; el cuerpo, que no puede estar cansado por la propia naturaleza de su trabajo, se inclina hacia atrás en actitud contemplativa.

⇦ Sófocles (Museo Lateranense, Roma). Escultura que es una representación perfecta de la clase de intelectual merecedora del máximo respeto público. En dicha obra se presenta a un Sófocles vestido a la usanza de los ciudadanos de la Atenas de Pericles. Este Sófocles escultórico mantiene con firmeza una mirada serena y un porte gallardo, con una forzada tensión de los ropajes que le visten.  


La estatua de Demóstenes es otro paso hacia el naturalismo. En su rostro se advierten ya las arrugas, la angustia del hombre ilustre que quiso defender con discursos la libertad de Atenas. Esta figura ha sido atribuida a un escultor llamado Polieuctes, y, pese a la mutilación sufrida, se supone que tenía las manos juntas, lo que debió de darle aún mayor impresión de dolorosa ansiedad. El manto no aparece doblado con aquella amplitud de pliegues del de Sófocles; resulta, en el de Demóstenes, más arrugado, como si se hubiera descompuesto con el gesto nervioso del orador.

Filosofía, drama, oratoria, he aquí las nuevas actividades que han sustituido a la victoria atlética o militar para justificar el retrato heroico. En la época helenística se hace popular un retrato imaginario de Homero, barbudo y con ojos estáticos de ciego. Los filósofos se representan en pie o sentados, con el manto, que es casi distintivo de su profesión. Sólo los cínicos, completamente desnudos, hacen alarde de haber renunciado a esta última prenda de abrigo. 

⇨ Busto de Epicuro (Museo del Capitolio, Roma). Escultura en mármol del siglo I a.C. que representa un retrato del filósofo de Samos sin ropajes ornamentales. 



Un retrato de Menandro, de cara afeitada y boca entreabierta, indica con aristocrática displicencia el genio del gran poeta cómico. También el retrato de Epicuro, del cual se conservan varias copias, refleja, sin perder el parecido, la serenidad pensativa del fundador de la Escuela del Jardín. Otro retrato, seguramente de la época helenística, que antes se suponía de Séneca, pero que probablemente es el de Calímaco, el bibliotecario y gramático de Alejandría, muestra ya un verdadero “virtuosismo” en extremar las particularidades personales de la fisonomía. El bronce de las copias de este retrato, con sus reflejos metálicos, parece como si sudara.

Plinio hace referencia a una estatua de Aristónides, de Rodas, en la cual el artista, al fundirla, había ideado mezclar hierro con bronce, para que mediante el orín se volviera roja y produjera artificiosamente el efecto del remordimiento del retratado, culpable de la muerte de su hijo.

Otro retrato de Eutidemo, rey de Bactriana, extrema todavía más la nota del realismo: el monarca está representado sin etiqueta alguna, tocado con un sombrero de grandes alas que rodean su vulgarísima fisonomía.

⇦ Busto de Homero (Museo Arqueológico Nacional, Nápoles). Esta escultura es una copia romana realizada en mármol a partir de un original griego de época helenística. 



En cambio, el retrato de un joven del Museo de Atenas muestra todo el refinamiento intelectual de esta época, que abundó en espíritus superiores, saturados de filosofía y literatura.

El retrato de Tolomeo Filométor, que se halla en el Museo de Nápoles, transmite la imagen de un hombre de temperamento inquieto, visiblemente abrumado por el peso del gobierno de un gran Estado.

Siguiendo este camino del naturalismo, el arte llegará a la predilección por lo decrépito y deforme, y hasta tolerará imágenes de cuerpos de conformación viciosa. Dos estatuas de viejos, del Museo del Capitolio, que representan a un pescador y una pastora, ella con un corderillo recién nacido, son harto expresivas de esta corriente. Estas figuras resultan más curiosas porque el arte griego, en lo antiguo, había experimentado cierto horror por la naturaleza humana fuera de su momento de plena juventud o viril madurez. Ahora estos griegos sienten inclinación, acaso en aras de la novedad, por los asuntos en que la vejez se manifiesta más groseramente. Debió de ser muy estimada una figura de vieja en estado de embriaguez (quizás un personaje de la Comedia Nueva ateniense), de la cual han llegado hasta la actualidad varias copias; destaca, sobre todo, cómo toda la dignidad del sexo, de la edad y de la naturaleza humana se han perdido por completo en aquellas carnes flojas.


Galo moribundo atribuido a Epígonos (Museo del Capitolio, Roma). Esta réplica romana en mármol forma parte del exvoto escultórico en bronce del templo de Atenea Polias, en Pérgamo, que se atribuye a este artista y que fue realizado en homenaje a las victorias de Atalo 1 contra los celtas gálatas entre 297 y 242 a.C. En dicho conjunto escultórico aparece un sentido del honor guerrero en el caso de los vencidos que supone una auténtica novedad con respecto a la imagen de patetismo vergonzoso del enemigo habitual en otras obras escultóricas de la época. Atalo quiso educar a su pueblo mostrándoles con esta obra una lección de grandeza y heroicidad, en la que los vencidos se mostraban sufriendo y muriendo con absoluta dignidad y acentuando el drama de la derrota, reemplazando la fuerza elemental y la confianza serena en la victoria propia de otras esculturas de idéntico tema. 

Se reproducían con cierto placer hasta los casos anormales, y se demostraba interés en penetrar en el alma de los desgraciados contrahechos. Así lo muestra, muy particularmente, el retrato de Esopo, obra de Aristodemo, que no sólo parece maravilloso por su técnica, que tan bien demuestra la anatomía de sus entrañas comprimidas, sino que además revela magistralmente su capacidad de penetración psicológica.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

La expansión de la cultura griega: el helenismo

El mundo griego se ha ido ensanchando enormemente con las conquistas de Alejandro; los pueblos de Asia y Egipto, donde hasta entonces el helenismo se había introducido con timidez, son ahora los que, adoptando el gusto griego, renuevan los estilos con entusiasmo juvenil. Grecia renace en estas tierras de adopción: Alejandría, Pérgamo, Antioquía, Éfeso son ahora las nuevas capitales del arte; cada una de ellas contribuye con una nota especial. Se comprende que haya tanta variedad en el arte griego de estos siglos, porque diversos fueron también los pueblos que lo asimilaron. A todo este período, en un principio, se le llamó simplemente alejandrino, por creer que fue en la nueva metrópoli africana donde el arte y la cultura griegas se desarrollaron con preferencia. Pero hoy, para hacer justicia a los pueblos de Asia que contribuyeron tanto o más que Alejandría a la última evolución del arte griego, se ha preferido designarlo con el nombre más general de helenístico.

Bajorrelieves florales en el Santuario de Eleusis. Fragmentos que se hallaban en el friso de los propileos del santuario. 

⇦ Altar con motivos taurinos en el templo de la isla de Delos. La base de este pequeño altar presenta varias cabezas de toro y ornamentos frutales.



Debió de existir un arte helenístico en Egipto, sobre todo en Alejandría; hubo un arte o varios artes helenísticos en Asia: Pérgamo, Rodas y Antioquía; un arte helénico en Italia, que contribuyó no poco a la formación del arte romano, y hasta un arte helenístico en la propia Grecia. La misma Atenas no debía de permanecer extraña a este gran movimiento, y, sobre todo los nuevos príncipes, sucesores de Alejandro, sintieron por ella especial predilección. De Asia le enviaban sus tesoros; es significativo que uno de los velos del templo de Jerusalén pasara al Partenón, y que Antíoco Epífano, desde Siria, diera nuevo impulso a la construcción del Olimpeión, o templo de Júpiter en Atenas, que se había empezado ya en el siglo V, antes de las guerras con los persas. El gran edificio quedó sin concluir; sus gigantescas columnas corintias causaban a los viajeros de la época romana el mismo asombro que producen en nuestros días. Vitruvio lo cita como ejemplo entre los templos hípetros, esto es, los que en su doble columnata encierran una cella abierta, como un patio al aire libre. Adriano más tarde impulsó de nuevo su construcción, pero, a pesar de ello, aquel edificio gigantesco quedó otra vez sin terminar. Otros ejemplos del prestigio que ejercía aún Atenas son los exvotos que Atalo, rey de Pérgamo, envió para la Acrópolis, y los Propileos o puerta monumental del vecino santuario de Eleusis, construidos por el romano Apio Claudio y de los cuales se han encontrado unos bellísimos capiteles triangulares con grifos y hermosas hojas rizadas de acanto.

Torre de los Vientos en Atenas. Esta torre de planta octogonal, construida por obra de Andrónico de Cirros en el siglo 1 a.C., contenía probablemente un reloj hidráulico. Dichos relojes servían para indicar la dirección del viento. Los lados del octógono de la torre corresponderían a cada punto de la rosa de los vientos. En lo alto del reloj, un pequeño Tritón, hoy desaparecido, servía de veleta.

El pequeño edificio octogonal llamado torre de los Vientos, en Atenas, data también de esta época. Debía de sostener una clepsidra (reloj de agua) o un gnomon (reloj solar). Estaba en el centro de una plaza mercado, porque otra construcción parecida se ve en una pintura de Pompeya en medio de una plaza porticada, que debe de representar un mercado de carne. Los pórticos o edificios que rodeaban dicha torre han desaparecido ya. El gracioso edículo lleva este nombre por los ocho relieves, con figuras que representan cada uno de los vientos, que forman una especie de friso en la parte superior.

En toda Grecia, por obra de espléndidos protectores, se erigieron en este período numerosas construcciones monumentales. El santuario de Olimpia, por ejemplo, debía de cambiar de aspecto con el edificio circular llamado Filipeión y el pórtico de Eco, con las estatuas de los generales compañeros de Alejandro, y más tarde, en la época romana, con la Exedra de Herodes Ático y muchas nuevas construcciones imperiales. Pero la piedad se había encauzado aún más, por esta época, hacia el viejo santuario de la isla de Delos. Las excavaciones de la árida isla por los franceses de la escuela de Atenas han puesto de manifiesto lo que era una de estas ciudades nacidas en la época helenística alrededor de un santuario. La población debió de ser cosmopolita; existía ya un barrio para los italianos y otro para los levantinos; la urbanización, adaptándose algo a los accidentes del terreno, seguía, por lo común, la regla del antiguo arquitecto jónico Hipoda-mos de Mileto, que prescribe el cuadriculado de las calles.

Casa de los Delfines en la isla de Delos. El patio conserva un gran mosaico con representaciones de animales marinos.

Un curioso edificio de Delos es el llamado pórtico de los Toros, una larga sala de techo sostenido por pilares con unas ménsulas en forma de toros arrodillados. Esta especie de capitel o ménsula con animales se empleó frecuentemente en la época romana; ya se verá como, en este período helenístico, se crearon también muchos de los tipos arquitectónicos que Roma imitó después.

Más regular todavía en su urbanización, completamente dispuesta según el riguroso método del cuadriculado, es Priene, una famosa ciudad helenística de Asia. Por el perfecto estado de conservación de sus ruinas, se la puede tomar como modelo de una ciudad helenística de segundo orden. Priene está asentada en un contrafuerte rocoso de montañas sobre el valle del Meandro; desde las terrazas que forman las calles se ve el río, serpenteando, atravesar la llanura hasta perderse en el mar. A pesar de la fuerte inclinación del suelo, las calles se cruzan en ángulo recto: hay seis horizontales, más anchas, y dieciséis perpendiculares que bajan en rápida pendiente, por lo que se tiene necesidad de formar peldaños para superar el desnivel del terreno.

Salón Rojo (Biblioteca de Pérgamo). El pórtico fue construido con ladrillos rojos por orden del empe· rador Adriano. Esta biblioteca fue una de las más importantes de su época, con capacidad para almacenar hasta diez mil volúmenes.

Las casas tienen las menos aberturas posibles a la calle; si dan a dos vías, la puerta se halla a veces en la calle menor, escondida a la mirada de los transeúntes. Esta puerta, por medio de un corredor lateral, conduce a un patio cuadrado, en el cual, se abren todas las piezas de la casa; en el fondo de este patio está la sala principal, que sirve para recibimiento y comedor.

La disposición de las viviendas griegas de Délos y Priene varía poco; todas tienen el patio central, más o menos grande, que falta en las casas romanas de la época republicana. La diferencia revela origen diferente: la casa griega nació de la habitación prehelénica con patio y megarón; la casa romana procede, en cambio, de la choza primitiva del Lacio, hecha con troncos y ramas y una abertura superior para dar salida al humo, la cual se convierte en el atrium. Al comenzar el siglo I, la moda por las costumbres griegas introduce el patio central en las casas romanas, por lo cual la mayoría de las de Pompeya y de la Roma imperial son verdaderamente casas griegas, tan útiles para este estudio como las de Délos y Priene. En Pompeya algunas casas constan ya de varios pisos, y así debieron de ser también las de las grandes metrópolis helenísticas, como Alejandría y Antioquía; los tipos de Délos y Priene corresponden a ciudades poco populosas, en las cuales no había gran aglomeración de edificaciones.

Pórtico de la biblioteca de Éfeso. Pórtico de dos pisos con amplios antepechos y nichos con decorados escultóricos.

En Priene, dominando el mercado con sus tiendas, se halla un gran pórtico, o stoá, como un paseo público. Los pórticos, muy abundantes, son una de las cosas más características de estas ciudades semilibres de Oriente, a las cuales las monarquías alejandrinas habían concedido innumerables privilegios. A veces los pórticos tienen dos pisos, como en la plaza porticada de Pérgamo, conocida como una basílica o lugar de contratación; los antepechos del pórtico superior están ya decorados con relieves de trofeos militares, de los cuales hubo de sacar tanto partido el arte del Imperio romano. En el lado norte de esta plaza de Pérgamo se había alojado la famosa biblioteca de diez mil volúmenes, colocados en nichos alrededor de una sala cuadrada.

Teatro de Epidauro. Este recinto teatral es uno de los más importantes por sus dimensiones y su planta armónica. La proporción de sus gradas demuestra la importancia que tenía el teatro como fenómeno social.

Sillón presidencial del Teatro de Dionisos, Acró- polis de Atenas. Los teatros servían tanto para representar escenificaciones y obras de ficción como también para acoger reuniones de los consejos municipales. Sus dimensiones espaciales aumentaron considerablemente en comparación con otras construcciones urbanas.

En la época helenística, las bibliotecas municipales estaban a veces en un edificio especial; la biblioteca de Éfeso, restaurada por los austríacos, tenía una suntuosa fachada con dos órdenes de aberturas. Los manuscritos y los rótulos se guardarían en nichos cuadrados entre columnas, alrededor de los muros. En el fondo de la sala se ve aún un nicho mayor, donde debió de colocarse una gran estatua, acaso la representación de la ciudad o una figura divinizada del príncipe que había erigido el edificio.

La biblioteca de Éfeso se imitó en la época romana; las excavaciones de las Termas de Caracalla, en Roma, han puesto al descubierto los dos cuerpos de edificio ya señalados como bibliotecas al lado de la palestra, los cuales ahora se ha visto que tenían la misma disposición, los mismos nichos y columnas que la biblioteca de Éfeso.

Otro edificio de empleo intelectual era el gimnasio para la educación de la juventud, el cual venía a prestar el mismo servicio de los actuales institutos secundarios. El gimnasio de Solunto, emplazado en un lugar estrecho, tenía sus dependencias alrededor de un pórtico con dos pisos, el inferior dórico y el de arriba jónico, con sus salas. Pero el que se debe tomar como tipo del gimnasio griego es el de Siracusa. Tiene un hemiciclo con gradas para los ciudadanos que asistían a los cursos y conferencias, enfrente de un pequeño templo que lo aisla de la grandiosa y magnífica palestra para ejercicios musculares, que está detrás. Alrededor de la palestra corre un pórtico para pasearse y conversar, donde estaría también instalada la biblioteca.

Pórtico del ágora sur en Mileto. El ágora se utilizaba para convocar las asambleas y homenajear a los héroes locales.

Un elemento casi indispensable de una ciudad helenística era el buleuterion, o palacio del Consejo municipal. Muchas ciudades de Asia gozaban de tal autonomía y, por tanto, que necesitaban de este edificio, donde se reunía el minúsculo senado. Uno de los edificios de este género que se ha podido conocer de un modo completo es el de Mileto. El ingreso es un pórtico a modo de propileos, con cuatro columnas en la fachada, que conduce a un patio cuadrado, también porticado. En este patio hay una ara, que debía de ser altar o sepulcro de un ciudadano insigne (todavía un heroón), y en el fondo se hallan las dependencias destinadas a administración y la sala de reuniones.

El teatro nunca faltaba en una ciudad helenística. Dos cosas lo distinguen del antiguo teatro griego: sus dimensiones, cada vez mayores, y la escena, asimismo más grande y más lujosa. En esta época el número de actores aumentó constantemente, y se necesitó una escena capaz para las representaciones de gran espectáculo. Esto explica esas grandes escenas decoradas con columnas que tienen a veces la importancia de un monumento. A cada lado de la escena se halla la doble puerta por donde entraban los actores y el coro.

En el teatro de Epidauro llama la atención el círculo que hay marcado en el suelo, el cual reproduce el trazado de la planta de un teatro griego tal como indica Vitruvio, esto es, con la escena situada en una tangente a la circunferencia que forman las gradas inferiores. En la época romana, el espacio para el coro quedó reducido a un mínimo, ya que la “nueva comedia” no necesitaba coro.

Sarcófago de Pamfilia (Museo Arqueológico de Konya). Esta obra sepulcral está hermosamente decorada con relieves de mármol.

Las dimensiones de las graderías para el público alcanzan enorme extensión en las ciudades helenísticas. Los teatros son una verdadera vanidad de la época; las ciudades menos importantes rivalizan en construir grandes teatros que pudieran acoger a millares de espectadores. Atenas ve reconstruir su teatro de Dionisos con una suntuosidad no igualada por los otros teatros griegos. El basamento de la escena está adornado con altos relieves, y son magníficos los sillones de mármol para los magistrados y altos funcionarios.

Para completar la idea de una ciudad helenística, habría que decir algo de las tumbas, aunque reina gran eclecticismo en esta época respecto a la inhumación de cadáveres; cada región de esta nueva Grecia cosmopolita sigue practicando sus antiguos usos funerarios. Atenas continúa sus enterramientos en el Cerámico, con estelas tradicionales, sólo que los asuntos se hacen cada vez más personales y anecdóticos. A veces, los mismos antiguos temas, como el de la despedida eterna, aparecen en relieves pequeños, debajo de una profusa ornamentación de acantos; otras veces, los motivos son puramente decorativos. En Asia, las tumbas monumentales del género del Mausoleo van repitiéndose con formas más simples, como torres de basamento cuadrado o circular.

Muchas ciudades de Asia poseen gran abundancia de sarcófagos, algunos decorados con lujo insuperable. La caja marmórea para contener el cadáver no es de origen griego, sino oriental, y hasta muy avanzada la Era cristiana se exportaron sarcófagos de Asia a Grecia y Roma. Pero los asuntos de los relieves fueron al principio los favoritos de los antiguos griegos; los mismos que hemos encontrado en las urnas cinerarias: mujeres enlutadas como plañideras, carreras de carros para el funeral, esculpidos en piedra o mármol en lugar de pintados.

Ruinas del templo de Apolo Didímeo, en Mileto. Esta vista aérea muestra las colosales columnas con las que erigieron este monumental templo híptero, que encerraban un gran patio central.

Intencionadamente se ha dejado para lo último hablar de los templos, porque siempre los edificios religiosos son los que guardan con más escrupulosidad las tradiciones establecidas; pero en esta época de gran renovación de formas arquitectónicas hasta las construcciones religiosas hubieron de participar del cambio que se operaba. La fe más filosófica, casi panteísta, de estos tiempos, además del culto de los dioses individuales, dio origen al gusto por los grandes altares ricamente decorados, cual se exigía a una construcción hecha en puro holocausto a la divinidad. Antiguamente los altares estaban delante de los templos; pero en esta época se edificaron altares de dimensiones gigantescas, aislados, enormes basamentos a veces decorados con relieves que demuestran, con su magnificencia, la piedad que sentían sus constructores por la nueva concepción de un Zeus cósmico.

Al tratar de Pérgamo hablaremos de su gran altar con los relieves del combate de dioses y gigantes; pero conviene recordar que aras inmensas las había también en Magnesia, y pueden verse aún los enormes restos de los altares en Agrigento, Siracusa y Paestum de esta época helenística. Obsérvese que estos altares descomunales no se destinaban para hacer sacrificios, ni aun para mantener un fuego sagrado, y el Zeus helenístico, convertido en un dios universal que sintetiza a todos los dioses, no necesitaba ofrendas, ni víctimas, ni incienso: el altar era un símbolo de su unidad y omnipresencia.

La vida municipal continuaba exigiendo, sin embargo, templos para los dioses locales, y estos fueron construidos según los antiguos modelos clásicos. Se reconoce cierta propensión a las formas asiáticas en el Olimpeión, de Atenas, y en el templo de Apolo Didímeo, en Mileto, colosal construcción también hípetra, esto es, con un inmenso patio central abierto y tres hileras de columnas en la fachada. El templo de Apolo, en Mileto, así como el de Hera, en Samos, y el de Artemisa, en Éfeso, eran octástilos y los mayores monumentos de Jonia. La excavación del templo de Mileto fue dificilísima, porque el suelo se hallaba convertido en pantano, pero resultó posible reconocer la planta, y quedan aún en pie tres columnas que permiten restablecer el alzado.

0limpeion, en Atenas. Llamado también templo de Júpiter, es el más grande de toda Grecia y un ejemplo de que la arquitectura helenística ya no se inspira en la mística de la "polis", del hombre libre, de la divinidad, sino que tiene por misión embellecer la existencia de los soberanos. De esta forma, la arquitectura tiende a lo fastuoso, a lo elegante y a lo colosal. Erigido sobre una columnata de orden corintio de casi dieciocho metros de altura, fue iniciado en tiempos de Pisístrato y acabado por Adriano más de seiscientos años después. Ensombrecido por la fama y la monumentalidad de la Acrópolis, este templo nunca llegó a cumplir su misión debido al colosalismo de su construcción.

De Asia y de Egipto, pero sobre todo de las ciudades griegas de Asia, llegaban en esta época las ideas y los nuevos principios de arquitectura; por esto resulta tan importante seguir el proceso de la evolución que tuvieron en Oriente los estilos clásicos durante el período helenístico.

⇦ Templo de Heraion, en Samos. Esta columna solitaria formaba parte de la columnata que sostenía el templo dedicado a la diosa Hera.



En el teatro de Epidauro llama la atención el círculo que hay marcado en el suelo, el cual reproduce el trazado de la planta de un teatro griego tal como indica Vitruvio, esto es, con la escena situada en una tangente a la circunferencia que forman las gradas inferiores. En la época romana, el espacio para el coro quedó reducido a un mínimo, ya que la “nueva comedia” no necesitaba coro.

El orden dórico, cuando se adoptaba en Asia, era siempre secamente interpretado. Los capiteles, en lugar de la moldura curva llamada equino, tenían una sección recta; las columnas, que en el orden dó- rico tradicional eran más cortas y más próximas, se hicieron mucho más delgadas y separadas. 

El orden jónico también evolucionó en Asia, donde adquirió los caracteres que son familiares por sus imitaciones romanas. Las columnas se levantaban sobre los altos pedestales con basas complicadas, y sobre todo el capitel, el cual conservaba las volutas, perdió las características ovas y se decoró con palmetas, acantos y rosetas. En la época helenística se perfeccionó o popularizó el capitel corintio. Un ejemplo que será siempre modelo del orden corintio de esta época es el templo de Zeus, el Olimpeión de Atenas. 

Templo de Artemision, en Éfeso. Vista de una columna de este santuario construido en homenaje a la diosa Artemisa, la más reverenciada de las diosas de tfeso. Donde .estaba el templo se ha formado una laguna.

⇦ 0limpeion, en Atenas. Detalle de dos columnas del templo, construido en 515 a.C., que formaba parte de un conjunto arquitectónico dedicado a Zeus.



La casi monomanía arquitectónica de los pueblos de Asia se manifiesta también por el gusto de los tratados o escritos que proporcionan reglas y preceptos de construcción. El más famoso tratadista jonio es Hermógenes, cuyos escritos hay constancia de que circularon en Italia. Así resultaba que ya en esta época las ciudades jónicas empiezan a proveer de arquitectos o, al menos, de ideas sobre la construcción, al lejano Occidente. Algunos de los templos republicanos de Roma son de orden jónico, y, en otros sitios de menor importancia, los arquitectos helenísticos del Lacio parecen también haber aprendido y practicado los preceptos de Hermógenes. Había, pues, el mayor interés, ya que no se podían conocer los escritos perdidos de Hermógenes, en aclarar por lo menos lo que fueron sus edificios, y se fundaban grandes esperanzas en la excavación del templo de Artemisa, en Magnesia, que se alababa como su obra maestra. El templo de Magnesia presenta muchas innovaciones, pero no todas de buen gusto, como tres ventanas en los frontones en lugar de esculturas. Era octástilo; las· dos columnas centrales estaban más separadas, la cella era pequeña, y, en cambio, la antesala o pronaos excesivamente grande y separada del exterior por medio de columnas enlazadas hasta cierta altura con un muro, como era costumbre en Egipto. Hermógenes, pues, reuniendo en sus libros la experiencia de la antigüedad, quiso en los edificios combinarla genialmente por cuenta propia, pero con poco éxito. 
El empeño de los arquitectos helenísticos de separarse de las formas establecidas lo demuestra también el templo de Priene, cuyo arquitecto fue Pytio, el maestro director del Mausoleo de Halicarnaso. Pytio dejó el entablamento jónico sin friso alguno, esto es: la cornisa se apoyaba caprichosamente sobre el arquitrabe. Tampoco estuvo en esto afortunado; repugna un arquitrabe sin la faja intermedia con relieves, que parecía inevitable en un templo de orden jónico. 

El Asia helenística exagera, al construir con pompa y tendiendo a lo gigantesco; es la maniera grande que se encuentra también en escultura, pero no refina ni espiritualiza ninguno de los tipos creados en los siglos V y IV a.C. 

Acaso el juicio actual sea más severo debido a que, para conocer el arte del período helenístico, habrá que fiarse demasiado de los datos que proporcionan ciudades secundarias como Magnesia o Priene. Nada es posible reconocer de las grandes capitales de los nuevos reinos de los generales de Alejandro, que debían ser los centros principales de la producción artística. Algo se puede sospechar del importante papel que para el arte desempeñó Antioquía, la capital del reino de Siria, la cual aún en la época romana era considerada como la tercera ciudad del mundo después de Roma y Alejandría. Más sensible aún es la situación de ignorancia acerca de Alejandría, centro de una corte intelectual de refinado espíritu. 

Columnas jónicas (templo de Atenea, Priene). La ciudad hipodámica de Priene fue construida sobre un trazado de ejes ortogonales que dan lugar a una planta urbanística reticulada, atribuida al arquitecto Hipodamos de Mileto, activo en el siglo v a.C. Fue posteriormente reconstruida en tiempos de Alejandro Magno, respetando la regularidad inicial de su planta pese a las irregularidades topográficas del terreno.

Las descripciones literarias no permiten conocer lo suficiente de su famosa Biblioteca y del Museo (o sea el templo de las Musas o Universidad) y del Palacio Real, que ocupaba casi la cuarta parte de la ciudad y en el que (según Teócrito) se celebraban suntuosas fiestas cívicas. El ingrato suelo del delta del Nilo no ha conservado ninguna ruina importante, y las excavaciones son casi imposibles en Alejandría, porque la ciudad moderna ocupa el mismo lugar de la antigua. Lo único que consta, por los textos, es que al hacer el replanteo de Alejandría no se siguió el plan propuesto por Hipodamos en el siglo V y por Hermógenes en el siglo IV, o sea un cuadriculado, sino que, dada la disposición del terreno, se adoptó un plan radial. 

La única capital helenística que se ha logrado conocer perfectamente es Pérgamo, el centro más pequeño de todos los Estados macedónicos de Asia. La ciudad, excavada por diligencia del Museo de Berlín, ha proporcionado datos importantísimos sobre la arquitectura y escultura de esta época. Sin embargo, Pérgamo, comparada con Alejandría y Antioquía, era una capital en miniatura. Las casas estaban al pie de una montaña de rápida pendiente, donde las terrazas sostenían los diversos edificios públicos monumentales: el teatro, la basílica, la biblioteca, un gran altar y los templos. En la cúspide estaban los dos palacios reales: uno más antiguo y otro del mismo tipo, algo mayor. La planta de los palacios reales de Pérgamo no se diferenciaba mucho de las viviendas particulares; pero el patio porticada era mucho mayor y, como el claustro de un monasterio de la Edad Media, tenía a los lados todas las dependencias. Aunque el Palacio Real de Pérgamo no puede indicar nada de lo que debían de ser las grandes residencias reales de Antioquía y Alejandría, es importante observar como, hasta en el período helenístico, persiste en el palacio la disposición de los de Tirinto y Creta, con el patio central, sólo que en lugar del megarón aparece el triclinio, que será lugar de recepción y comedor, en lugar de sala de consejo y culto.
 
Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.  

Arte helenístico

Tras la desaparición de Alejandro Magno, se llega al período helenístico, denominado de este modo porque ya no es posible hablar únicamente del arte de Atenas, sino que hay que prestar atención, además, a otras ciudades -como Alejandría y Pérgamo-, que pertenecen a las conquistas de Alejandro y que se convertirán en importantes centros artísticos, pues supieron asimilar, y engrandecer, la cultura griega que había exportado Alejandro con su ímpetu conquistador. 

Incensario de cerámica (Mu-
seo Greco-Romano, Alejan-
dría). Reproducción con forma
del gran faro que se alzaba en
la isla de Faros, Alejandría.
En esta época se demuestran más que nunca las excepcionales condiciones del pueblo griego para el arte; perdidas la libertad y la fe en los antiguos dioses, los asuntos son cada vez más humanos, y a pesar de la humildad del contenido, hasta las cosas más insignificantes y deformes resultan significadas por acción de los artistas, sólo por la manera estética de su realización. Es aquélla, además, una época de lujo, y es otro caso en que la decadencia social y política favorece el arte. 

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat. 

Las escuelas helenísticas

⇨ Cabeza de Séneca (Museo Nacional, Nápoles). Busto que ha sido falsamente considerado como un retrato de Séneca, pero es probable que se trate de Calímaco, bibliotecario y geómetra de Alejandría. La escultura que se muestra es una copia de un original helenístico del siglo II a.C. y refleja, con intensa expresividad, la atracción que sentían los artistas de Alejandría por los rostros de ancianos castigados por la edad y las decepciones de la vida. La barba descuidada y los lacios cabellos que cuelgan sobre la frente refuerzan aún más la impresión de una experiencia de hastío y de frustración por la fragilidad de las ilusiones. El realismo imperante en la Alejandría helenística, que produjo la serie de cabezas de Homero ciego y soberbios retratos, como los de Tolomeo I y II y de las reinas Arsinoe II y III, alcanza en este retrato de Calímaco una de sus afirmaciones más agudas. 



Después de describir los principales tipos del arte helenístico en todo el mundo griego, se deben mencionar los esfuerzos que han hecho los investigadores para identificar el estilo de las diferentes escuelas de Alejandría, Pérgamo, Rodas, y aun de la propia Grecia, durante el gobierno de los sucesores de Alejandro. Hasta hace no mucho tiempo había sido considerada como exclusivamente alejandrina una serie de relieves con paisajes y figuras de la vida campestre, finamente poetizados. La hipótesis tenía apariencia de verosimilitud; parecía, a priori, ser verdad que en la gran metrópoli intelectual la gente se complaciera, por contraste, en una vida campestre, más sencilla y más sana. Esta preferencia creía probarse con los idilios del poeta Teócrito, cuyo comentario plástico parecían estos relieves bucólicos. El amor platónico por los campos que siente el hombre de la ciudad no parece, sin embargo, haber sido la nota característica de la escultura de Alejandría; hoy, decididamente, no se pueden aceptar como alejandrinos estos relieves bucólicos, que, sin duda alguna, son las más bellas manifestaciones del arte helenístico. El paisaje, a veces rocoso, no es el del llano uniforme del delta del Nilo, y no corresponden en absoluto a Egipto ni la flora, ni la fauna. Afluyeron seguramente a Alejandría, como acontece hoy en todas las metrópolis mundiales, las diversas corrientes de la época y artistas de diferentes regiones. Dos cosas parecen, en cambio, haber sido especialmente privativas de la capital: la primera, la afición notoria por los tipos sensuales praxitélicos, suavizados más todavía por una especie de afectada vaguedad, una delicuescencia del mármol, que se ha convenido en llamar la sfumatura alejandrina; la segunda nota original de la propia metrópoli es la predilección por los asuntos callejeros, los tipos grotescos, que debían de abundar en aquella confusa aglomeración de gentes de todas las razas.

 Galo suicida (Museo de las Termas, Roma). Réplica romana en mármol que representa a los dos personajes en contrapuesta disposición de honor: uno firmemente decidido a acabar con su vida y el otro postrado de rodillas con evidentes muestras de derrotismo. 



Los informantes, principalmente, de este arte singularísimo son los pequeños bronces. Por ellos es posible imaginarse el cuadro pintoresco que ofrecían las calles de aquella populosa ciudad, con los vendedores ambulantes, los músicos, los bailarines. Raras veces estos bronces, hallados en Alejandría, tratan de asuntos bucólicos; los tipos se repiten con frecuencia, pero nunca aparecen las muestras de esta afición a la vida del campo. Más que preocuparse del parentesco espiritual del arte alejandrino con los idilios de Teócrito, hay que buscarlo en los versos de Herondas, el poeta de la ciudad cosmopolita, y en ciertos epigramas maliciosos de la Antología bizantina.

El pueblo alejandrino debió de ser finamente irónico y burlón, orgulloso de su gran ciudad, familiarizado con sus propias deformidades, cuyo lado cómico sabía descubrir en todo momento. Infinidad de motivos de género que el arte griego muchas veces había despreciado por demasiado vulgares y simples son tratados con gusto exquisito por los escultores de la capital.

Pero no fue únicamente la ciudad de Alejandría la que sintió entonces estas aficiones; hoy se puede apreciar como el gusto por lo anecdótico se hacía extensivo a todo el mundo griego de aquel momento; los pequeños bronces ilustran extraordinariamente en este punto. Las figurillas encontradas en Alejandría pueden compararse con las halladas en la nave hundida frente a Mandia, que procedía de Atenas. Estos bronces atenienses helenísticos son análogos a los procedentes de Alejandría. Dos enanos danzarines son, realmente, compañeros de los bailarines y cantores encontrados en Alejandría.

Más fácil resulta fijar el estilo de la escuela de Pérgamo, porque las excavaciones han descubierto allí buena copia de obras que fueron celebradas ya por los escritores antiguos. En Pérgamo reinaron una serie de príncipes filántropos y apasionados por el arte, que no encontraban gusto en el picaresco arte de Alejandría. Poseídos como estaban de cierto romanticismo por lo heroico y lo sublime, cayeron en el otro extremo y fomentaron la maniera grande con composiciones llenas de gigantes, héroes y bárbaros entregados a fieros combates.



Altar de Pérgamo. Este inmenso altar fue construido en 180 a. C. en homenaje al dios Zeus, y concreta la apoteosis del arte helenístico. En el conjunto arquitectónico destaca la disposición de los pórticos y los grandes zócalos de altorrelieves. 

Por otro lado, los príncipes del pequeño territorio que constituía el Estado de Pérgamo pudieron disponer, por sus grandes riquezas, de un fuerte ejército de mercenarios y ganar el título de defensores de la raza griega deteniendo una invasión de celtas. Y los reyes intelectuales de Pérgamo mandaron esculpir varios grupos de galos vencidos para erigirlos como exvotos en su templo de Minerva Polias en la mismísima Pérgamo y en la Acrópolis de Atenas.

Existen, pues, diversos grupos procedentes de Pérgamo que representan distintos episodios de la lucha contra los celtas o galos. En uno de ellos, un hombre, herido de muerte, fija en el suelo sus ojos velados, mientras se sostiene apenas con uno de sus brazos apoyado en tierra. En su fisonomía se refleja la expresión de un dolor que hasta entonces no había logrado reproducir el arte griego.

⇦ Coloso de Rodas. Escultura romana realizada a partir de un supuesto original de Cares de Lindos, considerado una· de las siete maravillas del mundo de la Antigüedad.   



Hay en estas esculturas de Pérgamo una precisión etnográfica absoluta para reproducir los caracteres de raza; las cabezas del galo moribundo, del Capitolio, y del galo que se da muerte, del grupo del Museo de las Termas, podrían tomarse por las de dos franceses del Midi de hoy. El estilo de Pérgamo destacó siempre por su fuerza patética. En los grupos de los exvotos de Atenas, los reyes de Pérgamo hacían remontar sus hazañas deteniendo a los gálatas hasta los grandes días del arte antiguo: primero se representaba en varios grupos la lucha de los dioses contra los gigantes, después la de los griegos contra las amazonas y los persas, y por último la de los propios reyes de Pérgamo contra los gálatas. Este estilo no se redujo al grupo de escultores áulicos que tenían a sus órdenes los soberanos intelectuales de Pérgamo, sino que fue imitado en todo el mundo helenístico. Una cabeza del Museo de Alejandría, encontrada en Gizeh, reproducía a un galo como los de Pérgamo; otro galo o persa, encontrado en Roma (actualmente en el Museo de las Termas), es también del estilo que hasta hace poco creíamos exclusivo de Pérgamo. Así, en los tres puntos casi extremos del mundo griego de entonces aparecen manifestaciones del mismo arte, hasta hoy llamado pergameno.

Laocoonte y sus hijos de Agesando, Polidoro y Atenodoro de Rodas (Museo Pio Clementito del Vaticano, Roma). Este grupo escultórico resume por sí mismo todo un período de la historia del arte. La obra fue realizada en el siglo I a.C. y fue hallada entre las ruinas del palacio de Tito en Roma. La obra evidencia el sentido dramático que caracteriza la escultura helenística de esta época, cuya influencia ha trascendido incluso más allá del arte, convirtiéndose en todo un símbolo. 

Un nuevo triunfo militar sobre sus vecinos bárbaros impulsó a otro rey de Pérgamo a erigir un grandioso altar a Zeus, con un friso de esculturas en el basamento. El altar propiamente dicho se encontraba dentro del recinto de un pórtico de columnas jónicas, pero su importancia artística estriba en los relieves del basamento del pórtico, los cuales representaban la batalla de los dioses y los gigantes: la Gigantomaquia. Este friso se hallaba en su sitio todavía en los primeros siglos de la Era cristiana; el autor del Apocalipsis, dirigiéndose al obispo de la iglesia de Pérgamo, dice que está instalado junto al trono de Satán. Las excavaciones que habían de devolvernos esta última obra maestra del arte griego fueron dirigidas por el ingeniero alemán Humann, y el friso pudo ser trasladado casi por completo al Museo de Berlín. Las figuras son de alto relieve; cada cuerpo está moldeado con energía extraordinaria en los detalles, y se acentúan todas las musculaturas, como para indicar el esfuerzo sobrehumano realizado por los gigantes y los dioses.

Toro farnesio (Museo de Nápoles). Conjunto escultórico de estructura piramidal que es muy representativo de la grandilocuencia y del sentido dramático que impregna la escultura helenística de la época. Esta obra es una de las más importantes de la escuela rodia del siglo I a.C., junto al famoso Laocoonte. La escena representa el mito de la condena de Dirce, esposa del rey de Tebas, quien fue atada a un toro salvaje por los hijos de Antíope, Zeto y Anfión, para vengar la muerte de su madre. El conjunto es conocido por el nombre de la familia Farnesio de Roma por haber sido la propietaria de la obra antes de ser trasladada a Nápoles. 

Hay allí gran abundancia de temas y de episodios; el friso, que tiene un desarrollo de 130 metros, es siempre variado. En una parte aparece Atenea combatiendo acompañada de su fiel Victoria; la diosa ha de valerse de toda su astucia para levantar por los cabellos al gigante Alcioneo, pues sabido es que el terrible monstruo perdía toda su fuerza en cuanto se le separaba del suelo; su madre, la diosa Gea, o sea la Tierra, implora la piedad de Atenea para el rebelde. En otro lado Zeus, con su pica y sus rayos, acaba con tres gigantes de una vez. El Sol y la Luna, en sus respectivos carros, combaten al lado de los dioses. Algunos gigantes tienen cabeza de león; otros, colas monstruosas. El estilo también varía en las diversas partes del largo friso del altar, pero es siempre agitado, violento, convulso. Sin embargo, aun esta nota de extremo barroquismo helenístico no parece exclusiva de la escuela de Pérgamo. Unas esculturas de un altar de Damofón, en Atenas, muestran idénticos caracteres de exageración en las expresiones.

Marte y Venus (Museo Arqueológico Nacional, Nápoles). Este fresco procedente de Pompeya es uno de los escasos originales que se conservan de la antigua pintura griega, que tan sólo se conocía por mediocres copias romanas que utilizaban las técnicas pictóricas griegas. El detalle reproducido aquí muestra el funcionalismo sensitivo característico de la pintura griega del momento.  


⇦ Medea (Museo Nacional de Nápoles). Copia herculana de un original de Timomacos, la obra muestra a una Medea de ojos ígneos, devorada por una contradictoria pasión de amor y de celos por sus hijos. La historia de Medea es una de las más morbosas de la mitología griega. Se cuenta que por su amor por Jasón, la hechicera traicionó y abandonó a su padre, el rey de Cólquida, para después asesinar al usurpador del trono de su marido quien, de modo ingrato, le fuera adúltero. La amante de su esposo moriría también abrasada por el vestido que tejiera Medea expresamente para ella, pero no sintiendo su venganza aún colmada, acabó matando también a sus hijos y a Jasón antes de poner fin a su vida.  



Después de Alejandría y Pérgamo, la más caracterizada escuela helenística hubo de ser la de Rodas. Allí se establecieron varios discípulos de Lisipo. Uno de ellos, Cares de Lindos, fue el autor del coloso de Rodas, erigido hacia el 280 a.C. y destruido por un terremoto cincuenta y seis años después. A falta de copias o reproducciones del coloso de Rodas y de esculturas encontradas in situ, no queda otro recurso que el de valerse, para comprender el estilo predilecto de los escultores rodios, de los datos que proporcionan dos grandes obras que proceden de Rodas y fueron mencionadas ya por los escritores antiguos. Una de ellas es el grupo de Laocoonte, encontrado en las Termas de Tito, donde ya lo había admirado Plinio (in Titi imperatoris domo). Era obra realizada por Agesandro de Rodas en colaboración con sus dos hijos, Polidoro y Atenodoro, y aun parece ser que no se ejecutó hasta después de haber deliberado una cofradía de artistas muy numerosa (de consilii sententia). En este grupo de Laocoonte se exagera más aún el efecto teatral de anatomía que podía contemplarse en el altar de Pérgamo.


Medea premeditando la muerte de sus hijos (Museo Nacional de Nápoles). Fresco procedente de los restos de Pompeya que muestra a una Medea meditabunda, debatiéndose interiormente entre el amor a sus hijos y el dolor por el amor traicionado de su marido, que está representado al fondo tras ella. 

Al dolor físico de la estrangulación causada por las enormes serpientes mandadas por Apolo, se añade el inmenso dolor moral con que el sacerdote troyano Laocoonte ha de presenciar la muerte de sus hijos. En este grupo, los tres cuerpos humanos aparecen estrujados por las dos serpientes: el padre tiene el tórax hinchado, y los músculos y venas se marcan sobre la piel de manera exageradísima; la cara está tan contraída, que aquel hombre no viviría ya, puesto que ningún cuerpo humano es capaz de deformarse con semejante tensión.

Psiquis esparciendo flores (Casa dei Vettii, Pompeya). 
Cupidos catando y sirviendo vino (Casa dei Vettii, Pompeya). Fresco que representa a los mensajeros del amor disfrutando de los placeres del vino.  

Otra obra de los escultores rodios que ha permitido conocer aún mejor su estilo es el llamado grupo Farnesio, con el castigo de Dirce, condenada a ser arrastrada por un toro, atada a sus cuernos, por los hijos de Antíope, Zeto y Anfión, que en el siglo XVIII pasó a la colección real napolitana, y después al Museo de Nápoles. Es curioso observar que, al servir de modelo para las pequeñas porcelanas de la fábrica real de Capodimonte, cerca de Nápoles, el grupo enorme, el convenirse en bibelot, gana interés en lugar de perderlo con la reducción. La composición es extremadamente compleja; en el original no se puede apreciar el conjunto por ningún lado, mientras que al reducirse a un juguete de porcelana se domina muy bien de una sola mirada. Sin embargo, a pesar de la habilidad con que se han combinado las figuras en un conjunto apiramidado, el grupo no despierta entusiasmo; se infiere de ello que el artista hubo de salirse de los límites de la escultura.



Las naves de Ulises atacadas por los lestrígones (Biblioteca Vaticana, Roma). Obra hallada en el barrio del Esquilino, en la que el paisaJe odiseico está tratado con un sentido esquemático y las figuras trazadas con unos pocos toques, según el estilo que Petronio llamaba "compendiaría" y actualmente impresionista. 

Productos de la escuela rodia son las estatuas de las Musas de un escultor llamado Filiscos, de las cuales han quedado muchas copias. Son nueve figuras aisladas que debían de rodear la figura de Apolo. Algunas de estas graciosas mujeres son tipos verdaderamente inspirados; la llamada Polimnia, envuelta en los pliegues de su amplio manto, fue muchas veces reproducida en copias romanas; Urania, pensativa, estaba sentada, con la cabeza apoyada en una mano.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

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