Punto al Arte: 05 Arte etrusco
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Arte etrusco

El arte de los etruscos plantea algunos enigmas que no han podido todavía aclararse. Su situación de dependencia con respecto al arte griego es, sin embargo, evidente; en efecto, durante cerca de siete siglos estuvo supeditado al arte jónico del Asia Menor, o fue intensamente influido por el arte de Corinto y del Ática, y por el arte helenístico, finalmente, y todas estas facetas artísticas griegas le suministraron fórmulas fructíferas, en especial por lo que respecta a la arquitectura, cerámica y artes plásticas.

Tumba de los Augures (Tarquinia).
En este detalle, del mural pintado
al fresco, está representado un sa-
cerdote. Para los etruscos el arte
del retrato era muy importante y
buscaban representar personas re-
ales antes que buscar un ideal de
belleza. 
Azares que dependen del curso de la historia impidieron al pueblo etrusco desarrollar por completo sus posibilidades. Pudo en sus días de mayor poderío adueñarse de Roma, en el siglo VI a.C., y dejar sobre aquella ciudad, en trance aún de organizarse, el sello de algunas de sus características, y es seguro que por entonces aquella raza se creyó capaz de imponerse a los demás pueblos de Italia. Al no poder conseguirlo, encerrada en sí misma, trató de resistir a la hegemonía romana, y, una vez sojuzgada, mantuvo aún con terquedad su cultura y costumbres, y es completamente cierto que, con obras de sazonada perfección, logró informar de nuevo, en algunos aspectos, el arte de sus dominadores.

Entrada de la necrópolis de Cerveteri. Los etruscos, que construyeron sus viviendas con materiales poco sólidos, que no han resistido al paso del tiempo, excavaron, en cambio, sus tumbas en la roca o las edificaron con bloques de piedra. Sobre la planta cuadrangular o redonda se alzaba una falsa cúpula; luego el sepulcro era cubierto por una capa de tierra, que ha servido para salvaguardar las construcciones, primero, y localizarlas después. Desde arriba se ven como círculos donde la hierba estaba más seca: debajo siempre hay una tumba. 
Aunque hoy algunos les consideran autóctonos e influidos desde sus orígenes por la "cultura de Villanova", es opinión generalizada que los etruscos no pertenezcan a ninguna de las antiguas razas italiotas, y que llegaron a la península durante el siglo IX a.C. No se pone en duda que llegaron por mar a las costas del Tirreno. Herodoto dice que procedían del Asia Menor, de la Lidia, según una tradición mantenida por los propios etruscos. Después de haber costeado muchas tierras, se establecieron en la costa de la actual Toscana, territorio al que, por conquista, añadieron la Umbría; después, hacia el Sur, se extendieron por gran parte del Lacio, ocupando todo el Oeste de esta parte de Italia, desde el Amo hasta el Tíber.

Alrededor del año 550 a.C. realizaron una nueva expansión, en dirección meridional, por la Campania; después fundaron colonias por el Nordeste, y Este, desde Milán a Bolonia. Fue entonces cuando su incipiente imperio empezó a tambalearse. A la guerra provocada por la expulsión, de Roma y el Lacio, de la dinastía etrusca a que pertenecían los Tarquinos, sucedió la campaña en que Aristodemo de Cumas logró destrozar las armas etruscas por el Sur, al vencerlas en Aricia el SOS a.C. Pocos decenios después, Hierón de Siracusa las derrotó por mar ante Cumas, y más adelante los siracusanos privaban a los etruscos de sus dominios marítimos en Córcega y los de la isla de Elba.

Entrada de la necrópolis Grotte di Castro. Los etruscos excavaban las tumbas en las rocas o realizaban unos pasadizos artificiales de losas que daban a uno principal que conducta a la cámara sepulcral. 
Ya en el año 480 había comenzado la áspera guerra entre Veyes y Roma, que no terminó hasta el 396, y pocos años más tarde los galos destruían las colonias etruscas de la región del Po. A comienzos del siglo IV a.C. sólo les quedaba a los etruscos la región que inicialmente habían ocupado; pero también este territorio iría cayendo en poder de los romanos durante el transcurso de los dos siglos siguientes; una a una, las grandes ciudades etruscas, Caere, Tarquinia, Vulci, fueron conquistadas por Roma. Finalmente, en el último siglo de la República romana (año 82 a.C.), Sila dominó al pueblo etrusco, que no tardó entonces en romanizarse.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Tumbas etruscas

Los etruscos conservaron siempre un sello de la cultura griega jónica, que se manifiesta en su forma típica de enterramiento por sarcófagos, aunque en sus primeros tiempos en Italia se valieron también de las urnas.


Las tumbas son de varios tipos, pero dominan las excavadas en la roca; otras tienen forma exterior de túmulo sobre un alto basamento circular, moldurado. Es un tipo de sepulcro que se perpetuará en Roma.

A las tumbas etruscas se debe la mayor parte de la información acerca del arte de ese pueblo. Ofrecen la disposición de una gran cámara sepulcral (a veces radialmente distribuida en varios huecos), a la que se accede mediante un corredor o galería . Tanto si esta cámara es resultado de la excavación en un muro rocoso como si se ha construido en un llano con cantos labrados y losas, para ser recubierta externamente por un montículo de forma cónica, su aspecto interior es el de una vivienda cuya techumbre conserva la estructura típica de las edificaciones de madera.

Pinturas murales de la tumba de la Caza y la Pesca (Tarquinia). Los etruscos no pintaban las tumbas con escenas tristes o melancólicas, sino con elementos alegres, vivos, llenos de vida, para ahuyentar la tristeza de la muerte.
Cuando la cámara sepulcral era muy vasta, se la apuntaló mediante pilastras talladas en  forma de soportales. La ornamentación de estas pilastras permite seguir su evolución estilística. Algunas se ajustan a un estilo dórico muy sumario; otras presentan señales bien visibles de orientalismo jónico, con el empleo del primitivo capitel de aquel estilo, constituido por dos grandes volutas divergentes.

En general, esta forma que los etruscos adoptaron tan a menudo, durante la época de su mayor florecimiento político, para la edificación de sus mausoleos, mediante el empleo de grandes losas y pilastras de piedra, parece sugerir, de un modo bastante claro, afinidad con el estilo que evidencian ciertas formas de cámara sepulcral colectiva propias de algunas regiones históricas del Asia Menor.

No fue éste, en todo caso, un procedimiento que estuviese en uso, por lo que se sabe en la actualidad, entre los griegos de la Grecia continental europea, contemporánea de aquellos etruscos que tales tumbas construyeron en el centro de Italia.

Es lícito ver en esto, pues, un síntoma bastante demostrativo de orientalismo, que mal se conjuga con la teoría sustentada por buen número de etruscólogos italianos y que aspira a explicar íntegramente el desarrollo de la civilización etrusca como resultado de un proceso histórico-cultural que es de características exclusivamente itálicas.

En varios casos, el interés que para el arqueólogo ofrece este tipo de grandes sepulturas viene acrecido todavía por su valor como documento, ya que tales tumbas hipogeas permiten colegir con bastante claridad cómo debieron de ser las casas etruscas. Porque conviene advertir que de tales casas únicamente se ha conservado, en los mejores casos, la traza de sus cimientos, a consecuencia, sin duda alguna, de haberse edificado tales viviendas con materiales que resultaron poco adecuados para resistir bien los embates del tiempo, sumándose a los destrozos ocasionados por las guerras.

Así pues, la disposición adoptada en la planta de algunas de estas tumbas etruscas permite deducir la existencia, en la típica vivienda de este pueblo, de un elemento que subsistirá, mucho más tarde, como parte esencial de la casa romana: el atrium, o espacio central a modo de patio, que en aquellos sepulcros se halla indicado en forma de una excavación rectangular situada centralmente y limitada por cuatro o más pilares, y que ofrece en el lado opuesto al acceso a la tumba una especie de cámara o alcoba que viene a representar, en aquel simulacro de mansión, lo que en la casa romana será conocido con el nombre de tablinum.

A veces, el tablinum ha adoptado en ciertas tumbas una forma que es bastante compleja. Así, en una de las sepulturas descubiertas en Caere, y que data del siglo III a.C., esta parte está dispuesta en forma de tres naves separadas por pilastras, con una de ellas a modo de cámara, con banco o lecho en su fondo.

También en Caere, la llamada Tumba de los Escudos, que es un ejemplar de los más arcaicos (ya que data del siglo VII a.C.), contiene tres pequeños aposentos, con su puerta y sus ventanas que dan al supuesto atrio central de esta fingida vivienda .

Otras tumbas son de planta circular y con una sola pilastra en su centro, y contienen urnas cinerarias superpuestas en el muro, alrededor de toda la cá­mara.

Dentro de esta misma tendencia, y datado seguramente hacia fines de la época histórica del pueblo etrusco, existe también una variante de monumento funerario que se ajusta, en síntesis, a la misma fórmula que ofrece el sepulcro romano llamado columbarium.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Figuraciones sepulcrales

En las alcobas de los sepulcros colocaban Los etruscos sus sarcófagos, solos o agrupados. Estos constituyen uno de los más brillantes capítulos de su producción escultórica. Tanto en los de grandes dimensiones como en los de caja reducida, a modo de cipos funerarios, lo más frecuente es que en su tapa figure la escultura del difunto, yaciente o recostada sobre el codo y con el busto erguido. Al principio estos sarcófagos se hicieron de terracota, después son más frecuentes los de piedra esculpida. Dos ejemplares de terracota, de hacia el año 530 a.C., procedentes de la necrópolis de Cerveteri (Caere), son de singular importancia; se conservan, uno en el Museo de Villa Giulia, en Roma, y el otro en el Museo del Louvre. Ambos tienen la forma de sofá, o triclinio, del más puro estilo jónico, y en las tapas de los dos se reproduce la figuración de parejas matrimoniales. Los esposos se hallan, en ambos casos, semitendidos, como si estuviesen instalados en su casa; la mujer en primer término, y detrás el marido, que apoya su brazo derecho sobre el hombro de su compañera, en un tierno gesto conyugal.

Tumba de los Capiteles de la necrópolis de Cerveteri. Esta tumba, excavada en la roca, es un buen ejemplo de las llamadas tumbas-vivienda, para cuya construcción se adoptaba el modelo de espacio propio de la casa. Este tipo de tumba consta de un corredor que desemboca en una sala dispuesta transversalmente y en cuya pared del fondo se abren tres habitaciones. 
Estas risueñas parejas parecen hallarse conversando mientras asisten al banquete funerario celebrado en su honor, si no participan ya de las bienaventuranzas de la otra vida. Los varones son, en cada uno de estos dos sarcófagos, altos y esbeltos. En sus rostros, de labios afeitados, una barbita puntiaguda viene a reforzar la agudeza del mentón; sus ojos, como los de sus consortes, parecen brillar de inteligencia y optimismo. Pero estas figuras humanas de arcilla modelada corresponden ya a un alto grado de adelanto en esta escultura funeraria. Del siglo VII a.C., y aun de fechas anteriores, hay figuraciones humanas más rudimentarias, en estelas con relieves de guerreros armados y de suelta cabellera (como, por ejemplo, en la famosa estela de Fiesole).

Pilastra de la tumba de los Relieves de la necrópolis de Cerveteri. En la parte superior de esta pilastra se aprecian reminiscencias del arte jónico en las estilizadas volutas que la decoran. La parte inferior aparece decorada con elementos de procedencia diversa. 
Interior del Túmulo de la cornisa de la necrópolis de Cerveteri. La imagen transmite cómo las tumbas adoptan la forma propia de las viviendas, en este caso, con dos pequeños habitáculos. Tanto las jambas como el dintel están señalados por sendas molduras. 
Otras figuraciones sepulcrales, en sarcófagos de los siglos posteriores al V a. C., representan a un tipo humano bien distinto del que se ha reseñado: varones obesos, coronados con gruesa diadema circular y que muestran, descubiertos, el pecho y el vientre; grandes collares de siemprevivas suelen pender sobre estas partes de su persona, cuyas líneas a veces se exageran de un modo arbitrario. Estos etruscos gordos suelen sostener en su mano izquierda la patena que contiene el óbolo para pagar a Caronte. A algunos les acompaña también una figura femenina de continente grave, ya sea la esposa o una divinidad subterránea.

Necrópolis de Marzabotto. Es un conjunto de sepulturas en cista, cuya disposición algo irregular no refleja el prodigio de urbanismo de la vecina ciudad etrusca, fundada en el siglo VI a.C., con sectores domésticos muy bien delimitados por calles, entre las que sobresale una vía principal orientada de norte a sur y tres perpendiculares a ella que mantienen un ancho constante de 15 m
Con frecuencia, a partir del siglo V, el vaso del sarcófago o el de la urna en forma de cipo rectangular va adornado con relieves que reproducen escenas de danzas o banquetes fúnebres, o la ceremonia de la lamentación del difunto. Son temas que, como se verá, aparecen también a menudo en las pinturas murales de las tumbas, y en su factura escultórica se evoluciona desde un estilo similar al jónico arcaico, rítmico y anguloso, hasta el plenamente patético y agitado propio del período helenístico. Desde el siglo IV a.C. se elaboran también algunos ejemplares adornados, no con relieves, sino con pinturas; tal es el caso del "Sarcófago de las Amazonas", hallado en Targuinia.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

La religión etrusca

Se ignora cuál fue la mentalidad de los etruscos en sus primeros tiempos. En la época histórica se pueden distinguir sus mitos teológicos de sus supersticiones. Creían en dos tríadas de dioses, una supraterrena y otra subterránea; las divinidades de la primera eran Tinia (un Júpiter sin el omnímodo poder de este dios grecolatino), Uni (es decir: Juno) y Menrva (Minerva); la infernal la componían: Ceres, Libera (especie de Proserpina) y Uber (dios que participa de las características de Baco y Plutón). Había además otros dioses: Aplú (Apolo), Turn (especie de Mercurio, el dios mensajero), Turán (semejante a Venus), Maris (Marte) y varios genios relacionados con el mundo de los muertos, entre ellos: Charun (Caronte) y Vanth (genio alado, femenino, de la muerte).

Esposos de Cerveteri. Tumbados en el kliné, ambos aparecen sonrientes, amorosamente enlazados en su último banquete. Los etruscos temen a sus dioses, misteriosos y secretos, y temen por tanto a la muerte. Su defensa consiste en hacer ver que no han muerto, que siguen viviendo en el más allá. El deber del artista es, por una parte, reproducir fielmente los rasgos del difunto y, por otra, recrear en el mundo subterráneo la alegre seguridad cotidiana. A este doble imperativo responde el arte funerario etrusco.
Esta mitología enlazaba estrechamente las creencias del pueblo etrusco con las griegas. Las relaciones con Grecia también abarcaban este aspecto: así, dos ciudades etruscas, Caere y Spina (o quizá las colonias de griegos en ellas establecidas), tuvieron, desde el siglo VI a.C., tesoros en el santuario de Delfos. Pero, aparte de sus mitos, eran base importantísima de la religión etrusca prácticas rituales de carácter mágico, referentes a la fulminación, a la interpretación del vuelo de las aves o al examen del hígado de las víctimas. Los sacerdotes encargados de estos ritos pasaron ab íntegro a la religión romana; son en ella el fulgurator, el augur, el haruspex. Su ciencia se hallaba codificada en una serie de libros que constituían lo que los romanos conocieron por Disciplina etrusca.

La realización de todo acto reputado importante debía, pues, ser precedida de un agüero; para fijarlo, se establecía previamente, según el rito, una parte del suelo, con el espacio de cielo correspondiente, y esto es lo que en latín arcaico recibe el nombre de templum. Ahora bien, por influjo griego los etruscos conocieron también el santuario, al que se dio, asimismo, por extensión, el nombre de templum.

Sarcófago de Larthia Seianti (Museo Arqueológico, Florencia). Este sarcófago procede de Chiusi y en él sólo se representa una figura femenina. Este tipo de sarcófagos etruscos creará un modelo para toda la cultura occidental, que en cierto modo es prolongación del arte griego, aunque dotado de un conmovedor realismo.
Urna de Larthia Seianti (Museo Arqueológico, Florencia). Esta urna con relieves de la mitología clásica representa la venganza de Orestes, el difunto aparece solo, con el collar de siemprevivas en el cuello y, en la mano, el óbolo para Charun (Caronte).
No cabe duda que el santuario etrusco fue una adaptación del templo griego. Vitruvio así lo ha descrito: su planta era casi tan ancha como larga y tenía un vestíbulo con columnas de leño, cuyo número lo determinaba la presencia, en el interior, de las tres cellas, si el templo estaba consagrado a una tríada. La cella del centro podía, en tal caso, ser más ancha. Pero también existían santuarios de dimensiones reducidas y cella única, como el que estuvo radicado en Falería (hoy reconstruido en el Museo de Villa Giulia); entonces el vestíbulo contaba sólo con un par de columnas.

La techumbre se proyectaba fuera del edificio en un tercio del espacio total de la cella o sagrario, y tanto ella como el saliente alero eran de madera, lo mismo que las columnas y la estructura del tejado, siempre de doble vertiente. También eran de madera los soportes que separaban los tramos de ladrillo que constituían las paredes.

Sarcófago pintado, de Tarquinia (Museo Arqueológico de Florencia). Fragmento con escenas de la Amazonomaquia que documenta en el siglo IV a.C. la intensidad de la influencia griega con la introducción de su temática mitológica en el arte etrusco.
Aplú o Apolo (Museo de Villa Giulia, Roma). Esta terracota procedente de Veyes es un extraordinario ejemplo de la plástica arcaica - siglos VI a V a.C.- de influencia jónica. Por el impetuoso dinamismo, no sólo muscular sino de toda la composición, el Apolo denota la mano de un gran maestro, Vulca, que deliberadamente simplificó la forma en beneficio de la acción. El dios, étnicamente etrusco - nariz afilada, ojos oblicuos, labios curvados- sonríe a la jónica, tenso el arco, a punto de elevarse en su dinamismo primigenio



Era una arquitectura de material deleznable; esto explica que los triángulos de los frontones careciesen de decoración escultórica pétrea. En los templos de más antigüedad quedaron lisos o quizá se pintaran; más tarde, a partir del siglo III a.C., el frontón delantero se revistió de relieves o aun figuras de terracota. Por lo demás, toda la decoración escultórica era de material cerámico y ya desde un principio se concentró en lo alto: en el vértice del triángulo del frontón y en las antefijas que reseguían los lados, separando los canales formados por las hileras de tejas.

No es de extrañar que la descripción de Vitruvio acerca de la estructura arquitectónica del templo etrusco no se haya podido confirmar por las excavaciones. Son edificios que no han dejado más rastro que fragmentos más o menos numerosos de su revestimiento de placas cerámicas, que decoraba, con animada policromía, los frisos, la techumbre y sus aleros.

Estatua etrusca del dios Marte (Museo Gregoriano del Vaticano, Roma). Esta escultura en bronce hallada en Todi representa un magnífico ejemplo del grado de maestría que alcanzó la escultura etrusca. Esta imagen de Marte, vestido como un militar puesto que es el dios de la guerra, demuestra, en su notable realismo, un gran estudio anatómico. 
Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Producción escultórica


A partir de fines del siglo VI a.C., los elementos figurativos de la decoración escultórica de los templos están constituidos, como se ha dicho, por antefijas o acroteras, para salvaguarda de las tejas, y por estatuas que se erguían en la sumidad del edificio. Las antefijas representaban cabezas de ménade o de sileno, o la de la Gorgona, o parejas de ménades y silenos enlazados en licenciosa danza, y su inspiración jónica o corintia resulta clara. Una obra escultórica que tiene este carácter de aplicación decorativa sobresale por su extraordinario mérito, que le confiere categoría de obra maestra. Es el grupo policromo que coronó el templo de Apolo en Veyes, cuyos restos, desde 1916, fueron hallados gracias a haber sido cuidadosamente enterrados ya desde la antigüedad.

Alto relieve con la figura de Vanth (Museo Arqueológico, Florencia). Esta obra procedente de la Toscana representa a Vanth, una furia voladora, que suele llevar como atributo una antorcha o una espada. La cultura etrusca tenía, aparte de éste, otros demonios como Charun, de color azulado y que empuña un mazo, Tuchulcha, que blande serpientes y tiene un pico en lugar de nariz.



Se trata de un grupo de terracota que representó la disputa entre Apolo y Hércules por la posesión de una cierva abatida. Lo componían varios personajes representados casi en tamaño natural. Se conserva íntegra la figura de Apolo, y maltrechas las estatuas de Hércules y de una diosa (quizá versión etrusca de Latona), así como una expresiva cabeza de Hermes. Su autor, hacia el año 510 a.C., fue sin duda Vulca, escultor alabado por Varrón, según testimonio de Plinio el Viejo, el mismo que modeló por aquel año, en Roma, la estatua que coronaba el templo de Júpiter Capitalino. Vulca tenía su taller en Veyes. La sonrisa, entre enigmática y maliciosa, que aparece en los rostros de Apolo y de Hermes, y sobre todo la estatua íntegra de aquel dios, en actitud de avanzar revestido de una túnica que se desliza sobre su cuerpo formando pliegues finos y paralelos, denotan dinamismo y energía expresados magistralmente.

Otro ejemplar escultórico notable es la testa en terracota de una divinidad barbuda que procede del templo de Sátricum. Hallada en Veyes, y perteneciente quizás a una tradición derivada de la escuela de Vulca, es una delicadísima cabeza de joven imberbe que se conserva en el Museo de Villa Giulia: la llamada testa Malavolta, cuya ejecución cabe datar en la segunda mitad del siglo V, ofrece cierto sorprendente parecido con la cabeza del San Jorge, de Donatello.

Estatuilla de Marte (Museo Arqueológico, Florencia). Gracias a la riqueza de los yacimientos de hierro, estaño y cobre, la metalurgia de Etruria fue la más activa del Mediterráneo central. Mediocres escultores en piedra, los etruscos se revelaron excelsos broncistas, y no sólo en las grandes obras, incluso apreciadas por los griegos, sino en los pequeños objetos donde supieron aunar admirablemente la finalidad artística con la utilidad práctica. El momento de máximo esplendor se sitúa entre los siglos VI y V a.C. A este período pertenece esta figurilla del dios de la guerra.
Esta curiosa analogía entre obras cronológicamente tan apartadas, unas de antiguos escultores etruscos y otras de grandes autores toscanos del siglo XV, se repite en varios casos. Así, algo por el estilo se observa respecto de un retrato viril del siglo III a.C. y de una preciosa cabeza en bronce, de niño, que data de aquel mismo siglo, y cuya delicada factura sugiere parentesco entre el arte etrusco y el florentino del Renacimiento.

Loba capitalina (Museo del Capitolio, Roma). Admirable bronce etrusco, en el que se representa la tensa y salvaje loba. Esta escultura fue llevada a Roma y considerada símbolo de la ciudad, por lo que durante el Renacímiento se le añadieron las figuras de los gemelos Rómulo y Remo, los míticos fundadores de la Ciudad Eterna, que, según la mitología, fueron criados por una loba, tal y como aquí se representa.
La gran imagen broncínea de Marte, obra firmada hallada en Todi, y que es de fines del siglo V a. C. o inicios del siguiente (hoy en el Museo Gregoriano del Vaticano), manifiesta influjos áticos y se ha atribuido a un taller etrusco que debió de existir en Umbría. Su pose recuerda vagamente la del Doríforo de Polic!eto, aunque aquí se trata, no de un desnudo, sino de una imagen armada que, en su mano izquierda, en vez de empuñar la lanza, lleva la piedra que simboliza el rayo con que el dios puede fulminar.

La Cabeza de muchacho (Museo Arqueo-
lógico, Florencia). es un bronce del siglo
III a.C. y prueba, de forma fehaciente,
que el retrato etrusco no es simple copia
del griego, sino una creación original;
extraña mezcla de serenidad y pasión,
directo precedente del retrato romano.
Después, durante una época incierta que oscila, según las opiniones, entre los siglos III y I a.C. se produjeron en bronce algunos estupendos retratos, como la cabeza de muchacho del Museo Arqueológico de Florencia; el retrato de hombre, de San Petersburgo; el falso Bruto, del Palacio de los Conservadores, en Roma, y el Orador (Arringatore), del Museo de Florencia, gran estatua firmada y de cuerpo entero, hoy tenida generalmente como de hacia el año 80 a.C. No cabe duda que algunos retratos de este tipo fueron ya obra de etruscos que vivían en Roma.

En la escultura de terracota empleada como revestimiento artístico se experimentó también gran evolución desde los inicios del período helenístico, a partir del siglo III a.C. Adquieren entonces a menudo estas esculturas un refinamiento tan afín al del arte griego contemporáneo, que se puede sospechar hayan sido sus autores griegos establecidos en Etruria. Hay que destacar entre estas obras la placa cerámica con representación de dos caballos alados que formó parte de un frontón de templo en Tarquinia, y que será de hacia el año 300, y los restos de estatuas de terracota, de unos cien años después (figura des cabezada de Andrómeda; cabeza de diosa, y estatua fragmentaria de un dios o héroe desnudo y con flotante cabellera), que proceden de un templo de Faleria y sugieren fuerte influencia praxitélica.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

El más allá y la condición humana

Desde épocas remotas, el ritual funerario etrusco incorporaba una serie de pasos previos ineludibles: la exposición del difunto en un ambiente doméstico, la lamentación de los miembros de su familia (a menudo también se contrataban los servicios de plañideras profesionales); así como la colocación del ajuar funerario, formado por posesiones del difunto y ofrendas de sus seres queridos.

Urna funeraria de empaste procedente de la 
necrópolis de Cerveteri.
En el período Protovillanoviano aparecen enterradas urnas para cenizas en forma de cono invertido, o de cabaña, recreando el ambiente en el que vivió el difunto hasta su muerte, acompañadas de varios elementos requeridos para el viaje al reino de los muertos. En el Villanoviano I, con la aparición de una sociedad jerarquizada, los ajuares funerarios varían según el rango social de la persona fallecida. Las necrópolis de esta época presentan urnas cerámicas con motivos estilizados y geométricos, entre los que destacan el disco solar y la esvástica aria.

En el Villanoviano II las decoraciones de las urnas recuperan las figuras humanas, fruto del contacto de los etruscos con pueblos extranjeros. También se han hallado fíbulas y otros accesorios en oro, ricamente decorados mediante la técnica de la filigrana.

Finalmente, en el llamado período Orientalizante, las necrópolis se convierten en verdaderas imitaciones del mundo de los vivos. En este momento fructifican los túmulos principescos, como los hallados en el yacimiento de Cerveteri, los cuales, junto con las tumbas de Tarquinia, son dos de los mejores ejemplos de arte funerario etrusco.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Pintura mural etrusca

Las tumbas de Caere, Tarquinia, Orvieto, Chiusi y Vulci han dejado muestras ilustres del arte de la pintura mural etrusca. Para ponderar la importancia de estas pinturas, baste decir que, de todo lo que se pintó en la antigüedad, únicamente han llegado hasta hoy dos vastos conjuntos: uno es el constituido por estas pinturas murales; el otro, el de las que decoraban ciertas casas en Pompeya y Herculano.

Candelabro de bronce con danzarina (Museo Británico, Londres). En esta obra se pueden apreciar ciertos elementos de marcada influencia oriental, canalizada a través de las relaciones mercantiles con los pueblos fenicios y propiciada por el consumo de objetos de lujo por parte de una aristocracia rica y poderosa.



Las pinturas etruscas murales que hoy se pueden contemplar son tan sólo una pequeña parte de las que se han ido descubriendo desde mediados del siglo XlX o en siglos anteriores. Por ejemplo, en Tarquinia se hallaron unas sesenta tumbas pintadas, y hoy sólo suman una veintena; de las veinte que se descubrieron en Chiusi, tres quedan hoy con sus pinturas visibles. Lo que tan largamente se conservó, gracias a mantenerse cerrado, en poco tiempo resultó destruido por la humedad del aire y la malsana curiosidad de los visitantes.

En las tumbas excavadas en la piedra, las pinturas se realizaron al temple, directamente sobre la pared rocosa; en las edificadas, se empleó la pintura al fresco.

La llamada Tumba Campana, descubierta en Veyes en 1842, cuyos frescos hoy pueden darse por perdidos (pero que fueron copiados al descubrirse el sepulcro), ofrecía las pinturas más arcaicas de toda esta serie. Parecen datar del siglo VII a.C., y por lo que se puede colegir de las copias, su estilo, que incluía animales fantásticos fuertemente estilizados, sugiere una directa inspiración asiática. Los de la Tumba de los Toros, en Tarquinia, de mediados del siglo VI a.C., son aún muy arcaizantes; en uno de sus frescos aparece, junto a una fuente monumental, Aquiles, tocado con yelmo corintio, dispuesto a asaltar a Troilo, el joven príncipe troyano que, desnudo y empuñando la pica, llega montado en su corcel. Poco posteriores, en Tarquinia también, son los de la tumba llamada "de los Augures", y que representan una brillante celebración de juegos funerarios.

Arringatore (Museo Arqueológico, Florencia). Esta estatua en bronce de un orador, en tamaño natural procedente de Sanguineto, tiene en el borde del manto una inscripción que identifica al personaje como Aulo Metelo, magistrado de lengua etrusca y linaje umbro-romano. La búsqueda de la representación plástica del togado personaje, bajo cuyo manto se adivina la estatuura del cuerpo, y el realismo de la cabeza, que no es todavía el retrato de una espiritualidad fisonómica, le convierten en síntesis incomparable de las numerosas experiencias de una gran escuela de broncistas del centro de Italia.
Detalle de la Tumba de las Leonas (Tarquinia). Esta composición. al fresco, registra el banquete funerario del difunto reclinado en el lecho, quien sostiene en su mano el óbolo y de un clavo cuelga la corona de siemprevivas. Sobre una capa de revoque el artista ha dibujado el contorno de las figuras, rellenadas luego con colores simples, pero de tonos brillantes y agradables. Es manifiesta la inspiración griega, pero en la indiferencia del artista por la anatomía exacta del modelo -a veces conscientemente deformada- y el evidente placer con que se entrega a la detallada descripción de los actos cotidianos aparece la personalidad etrusca. 
Sin salir de Tarquinia, las tumbas "de las Leonas" y la “del Triclinio" reproducen escenas de danzas, con gran inventiva y brillante colorido, mientras que en la “de los Leopardos" se reproduce un festín. Todas estas parecen datar del siglo V así como las de otro sepulcro famoso, la tumba llamada de la Caza y la Pesca. Más realistas son, en Orvieto, las tumbas Golini, del siglo IV, y más "griega", por el estilo de su diseño, la "del Orco", en Tarquinia, de hacia el año 300 a.C.

De un siglo después data el maravilloso conjunto que decoró una tumba muy importante en Vulci, la François, de refinadísima realización. Sus frescos fueron arrancados del sepulcro en 1862 y hoy se conservan en el Museo Torlonia, en Roma. Sus temas eran muy varios: episodios de la Guerra de Troya y escenas de la lucha entre etruscos y romanos.

La lucha de los atletas (Tumba de los Augures, Tarquinia). Dos atletas miden su fuerza gozosamente, cosa que hizo exclamar a Lawrence en Tarquinia: "Parece como si la corriente de una vida muy diferente de la nuestra pasara a través de ellos; como si su vitalidad naciera de profundidades que nos han sido negadas". En las pinturas de las tumbas de los Augures, de las Leonas y de los Malabaristas los artistas han querido llenar las paredes de escenas con mucha vitalidad y en las que se medite sobre el breve paso por esta vida.
Además de estar excelentemente dotados para el cultivo de las artes plásticas, destacaron los etruscos como constructores de sólidas murallas. Su concepción de la ciudad, en forma de acrópolis, debió de contribuir a desarrollar en ellos este talento. Se les atribuyó varios canales y otras obras hidráulicas realizadas en el Lado, y hasta la construcción de la Cloaca Máxima y las más antiguas murallas, en Roma, pasan por ser obra etrusca.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Las artes menores

Por lo que respecta a la cerámica, su supeditación a Grecia, aun siendo muy considerable, no fue total. Durante el siglo XVIII y gran parte del XIX los llamados vasos etruscos que se descubrían en la Toscana y en la Campania gozaron de una fama que, en realidad, correspondía a ceramistas griegos. Hacia mediados del siglo XIX tal equívoco quedó deshecho. Pero es innegable que los vasos griegos, importados durante siglos a Etruria en grandes cantidades, contribuyeron, por su parte, al desarrollo en el país de una interesante cerámica decorada que pretende ser réplica de la griega. Se distingue, dentro de esta cerámica de imitación, influencias chipriotas o radias en el siglo VI a. C.; después, la de ejemplares típicamente corintios. Más tarde, en el siglo V, buen número de vasos con decoración de figuras negras fueron producto de varias fábricas locales, y lo mismo cabe decir de aquellos ejemplares que presentan figuras de coloración roja sobre fondo negro, cuyo principal centro de elaboración estuvo, al parecer, situado en Faleria.

Danzarina, fresco procedente de Tarquinia. Esta figura femenina tocada con el tutulus y calzada con los puntiagudos calceirepandi, va vestida con una túnica transparente y sobre los hombros lleva un largo manto que le llega casi a los pies. La figura sigue la costumbre de origen egipcio de representar la cabeza y los miembros de perfil y el busto de frente. Mueve sus largas manos impulsada por una corriente marina.



La imitación es entonces de modelos atenienses, y el carácter etrusco se manifiesta, en tales cráteras, hidrias y variedad de copas, por el mayor vigor expresivo de los dibujos y una más acentuada esquematización de los adornos. Pero aparte de todo esto, los etruscos contaron con una modalidad de cerámica que fue íntegramente suya y que suele englobarse bajo la voz genérica italiana de bucchero.

La constituyen copas y vasijas de extraordinaria lisura. Su color es negro, más o menos intenso y lustroso, y las formas imitan las propias de las vasijas de bronce o plata. Hay dos variedades, el bucchero sottile, de paredes muy delgadas y con decoración incisa derivada de un repertorio de tipo oriental, y el bucchero pesante, de paredes gruesas y con decoración mediante estampado de moldes.

Flautista de la Tumba de los Leopardos. La voz aguda de la doble flauta era acompañamiento indispensable en la vida pública y privada de Etruria. A su son se honraba a los dioses, se combatía, se amasaba el pan y se cazaban el ciervo y el verraco. El flautista -subulo en etrusco- parece haber ejercido un extraño poder y su fama traspasó las fronteras. Con el manto de firme trazo apoyando el desembarazado gesto, sus enormes manos ágiles en torno a la flauta, alegra en la muerte, como lo hiciera en vida, el banquete de sus nobles y pálidos señores.



La elaboración de vasijas metálicas adornadas con repujado es otro capítulo importante del arte etrusco. La situla o vasija de forma troncocónica. que se usó para el agua lustral (constituyendo una especie de acetre que es común a todas las culturas itálicas de la Edad del Hierro) alcanzó en Etruria gran difusión, y hoy se conoce una serie de estas vasijas de bronce de los siglos VI y V a.C., ornamentadas mediante zonas superpuestas y que revisten a veces valor documental.      

La Cista Ficoroni (Museo de Villa Giulia) está considerada como obra maestra del género. El cuerpo de la cista, sostenido por tres patas de león, aparece enteramente decorado con escenas del mito de los Argonautas, finamente grabadas sobre un fondo animado por hábiles toques paisajísticos. El autor, Novius Plautius -cuyo nombre aparece en la tapa, bajo la figura de Dionisos sostenido por dos sátiros-, se revela como un gran artista, poseedor de todos los recursos del grabado. 



El grabado metálico realizado a buril fue también muy importante en la elaboración de cistas o cajas cilíndricas con pies y con tapadera. Sus asas las constituyen grupos de miniaturas de bronce de graciosa factura. Tales cistas son del siglo IV a.C. en adelante, y se grabaron con asuntos mitológicos noblemente diseñados. Algunas han sido halladas en Palestrina, colonia etrusca al sur de Roma. También el grabado se empleó con mucha brillantez en el adorno de dorsos de espejos circulares.

Asa de una cista formada por un Sátiro arrastrando a una ménade (Museo Británico, Londres). Es un bronce procedente de Santa María de Capua Vetere. Las cistas son cajas de forma cilíndrica con un pie y una tapadera. Las esculturas se concentran normalmente en las asas. En este caso son dos figuras antropomorfas con un cuidadoso estudio anatómico.



La orfebrería, o más precisamente, la joyería etrusca, es una de las más brillantes de la antigüedad. En los siglos VII al V, los etruscos emplearon casi constantemente un método de ornamentación que les fue privativo y que se basó en decorar la lámina de oro, ya martillada, mediante una combinación de la filigrana y la técnica de la granulación. Esta técnica consistía en reducir el oro a diminutas bolitas esféricas que, mediante un procedimiento que se desconoce, se lograba adherir fuertemente a la plancha. Con tales minúsculas bolitas se trazaron adornos y figuras (perros, pájaros, esfinges, leones, etc.).

En algunos de los joyeles el contraste entre el repujado figurativo y este tipo de adorno consiguió resultados de gran efectismo, como puede verse, por ejemplo, en el pinjante áureo con cara de un dios barbudo y bicorne que forma parte de un famoso aderezo hoy conservado en el Museo del Louvre. Sin embargo, con el transcurso de los años esta técnica se perdió y se adoptó la de componer los joyeles con piezas de metal repujado que se enlazaban mediante charnelas.

Pie y reverso de un espejo (Colección Dutuit). El genio etrusco se manifestó especialmente en los pequeños objetos. Sus orfebres, habilísimos en la técnica del grabado y la granulación -que consiste en reducir el oro a bolas minúsculas y soldarlas una a una- produjeron joyas exquisitas y espléndidos espejos de bronce, una de cuyas caras aparecía bruñida y decorada la otra.
En resumen, el arte etrusco no produjo ninguna obra monumental que revista aquel valor extremado que se han encontrado en otras civilizaciones. No edificaron templos colosales ni dejaron grandes sepulturas que destacasen externamente por su monumentalidad. Rama desgajada de la cultura jónica griega, fueron asimilando, en realidad, otras peculiaridades del gran arte de Grecia, así como, desde su asentamiento en Italia, habían aceptado algunos aspectos de las civilizaciones de los antiguos moradores del país. Así pudieron orientar, con su cultura, basada principalmente en la vieja tradición del Oriente, el nacimiento del arte de la nueva madre de pueblos: la Urbe romana.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Pareja danzando en la Tumba de las Leonas, Tarquinia



Los frescos de la Tumba de las Leonas fueron realizados en el año 560 a.C., aproximadamente, y pertenecen al segundo período de la pintura etrusca, también denominada arcaica (575-490 a.C.).

En la pared frontal de la composición se observan dos leonas peleando, una bailarina, dos músicos y una pareja danzante; los muros laterales representan un banquete. La decoración de la tumba alude a una imagen de la vida aristocrática.

Si se presta atención en el detalle de la pareja danzando, se observa que la escena está representada en la franja superior del muro, sobre un friso de olas marinas, delfines y pájaros. De acuerdo a los cánones estéticos de la época, la mujer es morena, con la piel blanca; y el hombre es rubio, con la piel bronceada.

La figura femenina está ataviada con una túnica transparente, lleva el cabello recogido y adornado con un pasador y hace sonar los crótalos en sus manos.

Su acompañante está desnudo, los rizos de su cabello le caen por la espalda y en la mano lleva una jarra de vino (oinochoe). Otra jarra de boca larga está en el suelo, y la linterna que se encuentra colgada detrás de la joven permite inferir un ritual nocturno. La danza está ligada al banquete fúnebre que se historia en las paredes laterales de la tumba. El decorado de lac eremonia se adapta a una imagen de la vida propia de la ciudad, puesto que la nobleza en el segundo período de la cultura de Tarquinia no hace alusión a sus orígenes agrícolas.

Se puede observar que los cuerpos de los personajes están pintados con la cabeza y los miembros de perfil y el busto de frente, como sucedía en la iconografía egipcia. Si se traza un eje vertical entre los danzantes, las figuras resultan simétricas en su postura, ambos tienen la pierna izquierda flexionada; los bustos, en cambio, están sometidos al efecto de un espejo: la mujer eleva el brazo izquierdo y el hombre el derecho. Las líneas principales están basadas en la curva, de modo que constituyen la trayectoria de la fuerza de la composición y expresan la energía de la danza que se lleva a cabo.

La vitalidad de la danza no ha reprimido la delicadeza y minuciosidad con que están elaborados hasta los más pequeños detalles: el lino drapeado de la túnica de la mujer y el bello trazo con que se ha dibujado su oreja; la forma estilizada de la jarra que se encuentra en el suelo que sigue con su contorno una línea ascendente desde la base, pasando por el cuerpo hasta resolverse en la armoniosa boca; los detalles de la lámpara de aceite, el gancho en forma de cabeza de cisne, el detalle de la soldadura del mango y la argolla que la sostiene, sujeta a una línea negra que delimita la parte superior de la representación y alude a una viga imaginaria del techo.

Los tonos en los que está compuesta la escena siguen una tendencia similar: el color rojizo se interrumpe irregularmente en los márgenes perfilados por una línea negra, produciendo una vibración que acentúa el realismo de la escena. En la figura femenina el efecto adquiere más expresión: el tono parduzco que bordea el cuerpo y la túnica, sólo coincide parcialmente con el contorno negro.

La Tumba de las Leonas, uno de los más bellos ejemplos pictóricos del arte etrusco, fue descubierta en 1874 en Tarquinia.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

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