Punto al Arte: 02 Realismo y naturalismo en la escultura
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Realismo y naturalismo en la escultura

La idea artística dominante de aproximación a la realidad en el siglo XIX conlleva un repertorio sumamente restrictivo de la escultura: la figura del hombre y la del animal. El principal punto de interés será la representación del mundo visible. La escultura no sólo no añadirá nada nuevo, sino que no llegará tampoco a crear un espíritu universal como habían hecho tantos pintores de la época. Con la entrada de las influencias naturalistas en el campo escultórico a mediados de siglo, la escultura acabará por violar sus propios principios; unos principios fuertemente deudores de la tradición de finales del siglo XVIII.

Precisamente del neoclasicismo heredará el papel secundario que posee la escultura respecto de la pintura. Las razones de ello podrían atribuirse a dos causas principales: por un lado, la dependencia excesiva de los modelos clásicos y, en consecuencia, la renuncia a aquello relacionado con el naturalismo que se empieza a respirar a principios de siglo.

El forjador (Museo de Arte 
Moderno, Barcelona), de 

Meunier. La pose y la acti-

tud del personaje esculpido 

expresan el nuevo propósi-

to de los escultores de me-
diados del siglo XIX por re-
flejar la realidad de la eme-
rgente clase proletaria.
Se percibe, en general, una voluntad de dirigirse hacia una pureza doctrinaria de estilo. Más que de un arte escultórico cabría hablar propiamente de un arte estatuario, en el que impera, sobre todo, un sentido sublime y solemne.

La figura humana se consideraba la más noble de las formas por ser la creación más elevada hecha por Dios. El mármol, orgánicamente puro, era considerado el medio más apropiado para la expresión de lo ideal. Su granulado imperceptible, su textura suave y su color neutro eliminaban toda posible distracción por parte del espectador en favor de la captación del ideal heroico propiamente neoclásico.

Los aspectos generales del clasicismo quedan claramente definidos en la obra de Houdon, Canova, Thorvaldsen, Sergel y Schadow, donde domina una voluntad por reflejar la grandiosidad y la heroicidad de una manera más fría en relación a otra tendencia más sensitiva encabezada por Houdon y Sergel, y de mayores repercusiones en la escultura retratística del siglo XIX.

La marcha de los voluntarios de 1792, más conocido como La Marsellesa (Arco de Triunfo de la place de I'Etoile, París), de Franc;ois Rude. Grupo escultórico realizado en 1836 para exaltar el valor de los voluntarios que lucharon contra Prusia y Austria en defensa de los ideales surgidos de la Revolución Francesa. La vigorosa expresividad de los personajes y el movimiento del grupo caracterizan la escultura romántica.

Poco a poco llegarán los aires “románticos” que acompañarán esta escultura “clasicista”. Si bien el Romanticismo se manifiesta en la pintura desde la década de 1820, no es hasta bien entrada la década de los treinta cuando la escultura se puede definir corno “romántica”. A menudo se da la fecha del Salón de 1831 como marco de una nueva manera de sentir la escultura.

Se continúa mirando la antigüedad, pero realmente no se desarrolla un nuevo camino. La razón de la poca repercusión de la escultura romántica en la historia del arte debe encontrarse en la revalorización que se da a la unidad de las artes propugnada por el músico Wagner y el pintor Runge. Música y poesía son ahora las protagonistas; la escultura es excluida por no satisfacer la expresión más libre del espíritu romántico. 

⇨ La Danza (Musée d'Orsay, París), grupo escultórico realizado por J.-B. Carpeaux en 1869. Un bailarín de belleza andrógina salta entusiasmado en medio de una ronda de bacantes desnudas, de risa nerviosa y mirada extraviada, entrelazadas con guirnaldas de rosas. De fuerte modelado y expresividad, la obra de Carpeaux abre las puertas a una nueva manera de concebir la escultura.

Únicamente se puede hablar de escultura “romántica” en Francia. Su tema principal fue la narrativa. A aquella serenidad de las formas neoclásicas le sigue ahora la viva expresión romántica o lo que Baudelaire definió como “una manera de sentir”, o “una agitación del alma” en palabras de Thoré.

Persiste la admiración por la antigüedad, complementada por la ayuda de insignes arqueólogos como el duque de Luynes. Miguel Ángel es otro de los puntos de referencia.

Una de las características de la escultura romántica es la importancia concedida al propio vacío como enfatización del dramatismo propio de la obra. Los principales puntos de interés serán el movimiento y a expresión. El material preferido por los escultores románticos será el bronce, por su mayor facilidad de modelado respecto al mármol.

François Rude (1784-1855) es uno de los máximos representantes de la escultura romántica francesa, ejerciendo una fuerte influencia entre los escultores le mediados de siglo. En su conocido alto relieve La marcha de los voluntarios de 1792 (1835-1836) del Arco de triunfo de la Place de l’Etoile de París se percibe un interés común con el espíritu de la obra del pintor Delacroix La libertad guiando al pueblo: reflejar apasionadamente el espíritu combativo de los voluntarios que participaron en la nueva república. Fuerte gestualidad, movimiento expansivo de las figuras y realce del rostro como reflejo del espíritu se respiran en esta obra. Se ha abandonado la claridad de la forma aislada propia del neoclasicismo en favor del entrelazamiento de las figuras. En esta obra, conocida también con el nombre de La Marsellesa, se resumiría la importancia concedida a la narrativa y a los gestos en el Romanticismo en detrimento de la misma forma escultórica.

Jean-Baptiste Carpeaux (1827-1875) fue un fiel seguidor de Rude. En los años sesenta, Carpeaux logró un realismo pictórico lleno de vivacidad. Su obra resume la tendencia de una gran parte de la escultura del siglo XIX, preocupada por reflejar vivamente la expresión de la naturaleza.

Ugolino y sus hijos (Musée d'Orsay, París), de Jean-Baptiste Carpeaux. El gusto de los escultores románticos por el bronce se refleja aquí en la expresividad que Carpeaux logra a partir de este material como trasunto de las emociones de sus figuras. Los rostros muestran un gran interés por la expresión y la gestualidad propios de la escultura del momento y una fuerte deuda con el carácter dramático de la otra tridimensional de Miguel Angel.

Carpeaux fue un artista polifacético; tanto desde el campo de la pintura como del de la escultura, desarrolló un lenguaje muy personal y renovador respecto de la tradición. Su modelo es nervioso e intuitivo. Uno de los aspectos más notables de su obra es el interés por reflejar el juego incesante de luces y sombras. Es en el campo del retrato donde Carpeaux se mantiene más fiel al pasado, recordando a menudo los trabajos de Houdon.

La libertad de ejecución que hallamos en la conocida obra La Danza, de Carpeaux, realizada para la Ópera de París (1865-1869) y hoy en el Musée d’Orsay, conllevó serios problemas para el escultor por parte de los círculos conservadores. Encontramos influencias de la obra La Marsellesa de su maestro Rude, pero ha abandonado ya aquel tono épico en favor de actitudes más relajadas y juguetonas próximas al rococó francés.

En contraposición a esta obra cabe citar la importancia de Ugolino y sus hijos (1861) que, con sus superficies casi esbozadas, anuncia directamente uno de los aspectos claves de la escultura de Rodin. Al igual que éste, también Carpeaux resumió en esta escultura su ferviente admiración por la obra dramática de Miguel Ángel.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Nuevos aires naturalistas

A partir de mediados del siglo XIX ya se percibe un cambio en el tratamiento de la escultura y de los materiales tales como la piedra, el metal y la arcilla.
El mármol como material ostentoso propio del Neoclasicismo dejará paso a éstos por facilitar extraordinariamente la expresión viva. Las nuevas viviendas burguesas requieren un formato de escultura menor. El bronce de adorno será en consecuencia muy solicitado.

León con una serpiente (Museo del Louvre, París), de Antoine-Louis Barye. Grupo escultórico en bronce que refleja el vigor naturalista de la escultura romántica y al mismo tiempo el gusto por lo salvaje y lo exótico, que este artista logra trasmitir con notable tensión y realismo.

Antoine-Louis Barye (1796-1875) es uno de los primeros ejemplos más representativos de los nuevos aires naturalistas. Trabaja generalmente con bronce y suele presentar animales en lucha. Al mismo tiempo recoge el gusto del hombre romántico por los países exóticos al plasmar animales salvajes (Indio montado en un elefante, Tigre devorando un gavial, etc.). Poco más tarde reencontraremos en España este gusto naturalista por el animal en manos de Mariano Benlliure (1862-1947). Gran aficionado a los toros, dedicará buena parte de su actividad a interpretar sus más diversas actitudes.

Tigre devorando un gavial (Louvre, París), de A.-L. Barye. Esta obra que mereció una medalla de segunda clase en el Salón de 1831. Barye se caracteriza por las numerosas esculturas animalísticas, generalmente de bronce. De gran importancia en su carrera como escultor fue su período de aprendizaje con un orfebre, para quien modelaba pequeñas figuras de animales, así como su docencia en el Museo de Historia de París. Entre sus alumnos se encontraba Rodin.

Francisque-Joseph Duret (1804-1865) es otro de los máximos representantes de esta nueva corriente. Sus Pêcheurs, como en el caso del Joven pescador bailando (1833), recogen la alegría y la vivacidad populares, inspirados en el antiguo fauno danzante. Sus esculturas de muchachos jóvenes tienen una gran precisión anatómica y naturalidad, respirando mucha frescura e ingenuidad. Estos Pêcheurs inauguran la corriente pintoresca en escultura, ya extendida en el campo de la pintura y la literatura. Carpeaux seguirá ampliamente esta nueva corriente, logrando un gran realismo lleno de vivacidad.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

El retrato

La figura de Napoleón es repetidamente plasmada por los escultores como símbolo de gloria y poder. Posteriormente serán los monarcas los personajes más representados. La mayor parte de las estatuas reales del siglo XIX corresponden a estatuas ecuestres. En Nápoles, Carlos III y Fernando I de Borbón, por Canova; en Munich, Maximiliano I de Baviera, por Thorvaldsen, etc.

La escultura romántica se concentra básicamente en el género del retrato. En particular, la escultura francesa recoge una influencia muy específica: los bronces renacentistas de DonatelloVerrocchio y sus sucesores.

Otro de los elementos representativos de la escultura romántica es la proliferación de retratos de personajes contemporáneos, como respuesta al gusto preponderante de los principales mecenas de la época.

IzquierdaRetrato de Félix Fauré (Museo de Versalles, París), de René de Saint-Marceaux. La escultura romántica tuvo en el retrato de personajes notorios de la época otro de sus temas principales. Saint-Marceaux retrató sobre todo a muchos de los artistas e intelectuales que acudían al salón de Meg, la joven Margueritte de Saint-Marceaux, entre ellos Fauré, Ravel, Debussy, lsadora Duncan y otros. DerechaBusto de Chateaubriand (Musée des BeauxArts, Angers), de David d'Angers. Como en otras creaciones escultóricas románticas, David d'Angers procura reflejar en sus retratos el carácter y los valores morales de sus personajes. En este caso, percibimos la cierta y honda serenidad espiritual del poeta Rene de Chateaubriand.

Busto de Victor Hugo (Musée des Beaux-Arts, Angers), de David d'Angers. Pierre-Jean David, tal era su verdadero nombre, expresa en bustos de aparente estatismo las tensiones interiores de sus personajes no sin dejar en el modelado la huella de su admiración por ellos como encarnaciones de los valores espirituales exaltados por el romanticismo.

La manera más rápida de trabajar viene dada por el medallón. También las estatuillas son muy representativas del momento. Se realizan en serie y en pequeño formato, adaptándose maravillosamente a las características espaciales de la nueva vivienda burguesa. En gran parte de los retratos encuentra un gusto eminentemente naturalista a la hora de reflejar el carácter más íntimo del retratado, interés poco compartido desde el campo de la escultura monumental. Estas obras tendrán como último destino embellecer la ciudad, no siendo más que un discurso oficial en piedra o metal.

Pierre-Jean David (1788-1856), llamado David d’Angers, es igualmente una figura clave para la comprensión del naturalismo en el género del retrato. Desarrolló el camino iniciado en Francia con esculturas de formas estáticas y tranquilas, al mismo tiempo que incorporaba un nuevo elemento: el realismo de sus retratos. Al gusto por la expresión se sumará, así mismo, la veneración por la figura heroica propia del momento. Además de numerosos medallones, ejecutó más de seiscientos bustos de personajes que resumían los valores morales románticos por excelencia: Chateaubriand, Lamartine, Goethe, Victor Hugo, etc.
Autorretrato (Bibliotheque National, París), de Honoré Daumier. La obra escultórica de Daumier se caracteriza por la espontá- nea expresividad que consigue, que en este caso se concentra en el ceño y en la frente despejada para transmitir la «mirada interior» del artista con recursos naturalistas.

⇨ Le gourmet (Bibliotheque Nationale, París), de Honoré Daumier. Este busto del político AlexandreSimon Pataille es una de las obras maestras de Daumier, quien logra expresar con naturalidad el carácter jovial y gozoso del personaje, al que imprime a su vez con sutil ironía su gusto por la caricatura exagerando la carnosidad de la nariz en contraste con las líneas de los ojos y de los labios.



El pintor y escultor HonoréDaumier (1808-1879) es uno de los artistas más representativos del nuevo aire naturalista que dominaba la escultura a mediados de siglo. A partir de 1830 se dedicó a modelar treinta y seis pequeños bustos llenos de interés por la expresión. Los modelos en arcilla le facilitarán extraordinariamente la concentración en los efectos escultóricos. La despreocupación técnica no será un freno a la hora de reflejar su interés en el carácter personal del retratado. Esta faceta es complementaria a sus dibujos de caricaturas aparecidos en los periódicos satíricos del momento. Sus personajes muestran la vertiente más íntima de su personalidad, sin rehuir lo más exagerado. Lejos se encontrará la escultura neoclásica. Posteriormente Daumier modeló obras escultóricas entre las que destaca Ratapoil (1850), en bronce, símbolo de la demagogia bonapartiana.


William Cobbet con Daniel O'Conell (Musée Carnavalet, París), de J. P. Dantan. Lejos de la severidad de la escultura neoclá- sica, esta obra de Dantan de 1835 impone un tono satírico, próximo al espíritu de Daumier, tal como lo hará con otros personajes contemporáneos del mundo de la literatura, el arte y la ciencia.

En los mismos años, Jean Pierre Dantan (1800-1869) realizó caricaturas escultóricas de personajes contemporáneos del mundo de la literatura, del arte y de la ciencia, conocidas bajo el nombre genérico de Dantanorama. La exageración de las formas y la comicidad se reflejan en sus estatuillas de terracota.

Los aires realistas serán cada vez más fuertes. El escultor Eugéne Guillaume (1822-1905) plasmará su admiración por Roma, donde residió durante cinco años después de su gran premio de 1845, en sus retratos apenas idealizados, como en el caso de Marc Seguin (1881).

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

La escultura funeraria


El monumento funerario es el marco más adecuado para reflejar el espíritu elegiaco neoclasicista, heredado del siglo anterior. En aquellos momentos están ocupados por figuras recubiertas a menudo de vestimentas alusivas a la Antigüedad, intensificando con ello la voluntad de reflejar la grandeza heroica de la política patriótica del momento. Muchas deudas tendrán con la escultura arcaica griega y la antigua escultura romana.

Si el hombre del Ancien Régime había de garantizar su salvación eterna fundando un servicio a los demás, al hombre del siglo XIX le preocupa sobre todo que su recuerdo se perpetúe; de ahí la proliferación también en el Romanticismo de numerosos monumentos funerarios.
En ellos se resaltan las virtudes del difunto.

El triunfo de Sileno (París), de Jules Dalou. La escultura funeraria del siglo xrx recogerá el espíritu elegíaco del Neoclasicismo. La reverencia al pasado persistirá intensamente, unida al ideal por glorificar la República en Francia, siendo un ejemplo de ello la obra de Dalou, con quien el naturalismo alcanza una de sus notas más altas.

En las dos primeras décadas son más numerosas las escenas de lamentación, pero, poco a poco, hacia 1840, van ganando terreno las figuras yacentes o los relieves donde se hace hincapié en el concepto de separación. Generalmente, el superviviente se recoge ante la tumba del fallecido. Estos relieves deben mucho a la antigüedad; Houdon y Canova fueron los artistas que más contribuyeron a su difusión.

En general, pues, la escultura funeraria del siglo XIX se orienta hacia la exaltación del difunto o la defensa de una causa. En la vertiente más naturalista es en la que se encuentra un mayor interés por el preciosismo que por la monumentalidad, siendo un caso particular la obra de Dalou conocida como Triunfo de la República (1879-1899). El Genio de la Libertad viene acompañado por la Alegoría de la Justicia a la derecha y a la izquierda por el Trabajo, siendo seguido por la Fecundidad.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

El realismo

En la década de 1880 se da un ascenso del realismo en escultura. Los campos de la literatura y la pintura se habían adelantado ya a esa nueva manera de sentir nacida como respuesta a los cambios sociales. El mundo del trabajo pasa a ser el protagonista. Lejos se encuentra la veneración por la antigüedad y los contenidos religiosos. Es en Italia y Bélgica donde aparecen las primeras esculturas en que el hombre humilde adquiere la definición de héroe. La figura, ahora, se encuentra desarrollando su trabajo cotidiano.

La Mina (Musée Meunier, Bruselas), de C. Meunier. Esta obra refleja la atención que pusieron los artistas en las condiciones de vida del proletariado y el libre tratamiento del material, a raíz de la nueva realidad surgida de la Revolución de 1848, que impuso la Segunda República y el sufragio universal. Las tensiones entre la clase obrera y la burguesía y las nuevas ideas políticas y filosóficas influirán de modo decisivo en la producción artística de la época.

Las víctimas del trabajo (1882), de Vincenzo Vela, se encuentra entre las primeras esculturas representativas del realismo. El recuerdo por la famosa perforación del túnel del San Gotargo queda plasmado en esta obra llena de dramatismo. Ya no hay una mirada de esperanza como la encontrada a lo largo de la historia del arte religioso, sino la cruel realidad del presente.

En esta corriente cabría destacar también las figuras de Jules Dalou (1838-1902) y Constantin Meunier (1831-1905).

La experiencia de Meunier en el duro campo de la minería y la industria le llevó a reflejar esta nueva realidad. Después de unas incursiones en el campo de la pintura, Meunier pasó a trabajar la tridimensionalidad, con obras que llevan a recordar las figuras romántico-heroicas. El protagonista tendrá un nombre: el proletario. De grandes dimensiones y severa plasticidad, sus obras plasman una nueva realidad: la contemporánea. No habrá espacio para la elegancia convencional. Destacan sus relieves del Museo de Bruselas, el grave grupo del Grisú, El abrevadero en la plaza Ambiroux de la capital belga, o el Cargador en el puente de Francfort. En esta línea también se encuentra El viejo campesino de Dalou.

Retrato de Rodin (Musée Rodin, París), de C. Claudel. Esta obra abre las puertas a la viva expresión del ser humano. 

Llega a un punto tal en que el naturalismo escultórico más exagerado cae por su propio peso. Comienzan a respirarse los aires opositores al realismo. El nuevo camino a seguir tendrá dos nombres: Adolf von Hildebrand (1847-1921) y Auguste Rodin (1840-1917). Gracias a ambos la vieja diferencia entre modelado y tallado volverá a revivirse. En el primero está presente la depuración y la claridad de formas; en Rodin, y tal como se estudiará en el volumen siguiente, la complejidad, el apasionamiento y la exageración serán los protagonistas. Al igual que con la obra de Camille Claudel (1864-1943), se habrán abierto las puertas a la expresividad de la forma viva.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

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