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Arte prehelénico: Creta y Micenas

"Estudiar la historia del arte griego es hacer la historia del arte de la Humanidad."Estas palabras de Winckelmann, el fundador de la arqueología clásica, indican el interés capital y la sugestión exclusiva que ejerció el arte clásico durante largo tiempo. A principios del siglo XIX, el Oriente era aún desconocido y casi también Egipto; el arte griego no sólo era el mejor de la antigüedad, sino también el único. Todos los otros pueblos vagamente conocidos del mundo antiguo eran bárbaros, y, por tanto, su arte incomparablemente inferior al de Grecia y también al de Roma.

La cabeza de Amorgos
(Museo Arqueológico
Nacional, Atenas). Realiza-
da hacia 2500 a.C., es uno
de los ídolos más extraordi-
narios de la llamada "cultur-
a de las Cícladas". 

Por otra parte, a pesar del exclusivo interés que despertaba, era muy poco lo que se conocía aún del arte griego, porque Grecia, sometida al yugo turco, estaba cerrada a las investigaciones arqueológicas. No se conocían más obras de aquel arte que las recogidas en el suelo de Italia y que habían entrado a formar parte de las colecciones de mármoles de toda Europa: la colección de esculturas de los papas en el Vaticano; la del municipio de Roma, en el palacio del Capitolio; las de Nápoles, compuestas con los bronces y mármoles descubiertos en Pompeya y en otros lugares de la Italia meridional; las de Florencia y Parma, reunidas por príncipes aficionados a las antigüedades, que en varias ocasiones habían llegado a tener en Roma comisionados permanentes para adquisiciones de mármoles antiguos; las de la casa real de Francia, con esculturas procedentes también de Italia, a excepción de algunas estatuas encontradas en Provenza; la colección Farnesio, que hoy se halla reunida en el Museo del Prado, de Madrid, también formada en Italia; así como las de la mayoría de los príncipes alemanes, que habían reunido mármoles antiguos por medio de compras hechas en Roma o por enlaces matrimoniales con la aristocracia italiana ...


Ídolo femenino (Musée du Louvre).

Tablilla de terracota de unos 28

centí­metros, que procede de Chipre

y corresponde al período medio de

la Edad de Bronce (entre 1900 y
1650 a.C.). 
Muy pocas de aquellas obras eran auténticos originales griegos; la mayoría eran copias romanas, y estas copias, así diseminadas y harto escasas, fueron el material de que dispuso Winckelmann para formar la serie de los tipos escultóricos que identificó con las esculturas famosas de la antigüedad de que hablan los escritores clásicos. Winckelmann tenía para esto una preparación literaria suficiente; además, vivía consagrado a sus estudios y sentía la más entusiástica admiración por el mundo antiguo. En sus dos obras monumentales, Historia del Arte y Monumentos antiguos, que escribió a mediados del siglo XVIII, precisó la iconografía de los dioses, señaló la característica de las diversas escuelas y adivinó algunas veces el maestro griego a quien correspondía cada obra.

Este trabajo de clasificaciones fue continuado en Roma después de su muerte. Un grupo de "anticuarios" de varias nacionalidades, entre los cuales se distinguían el duque de Luynes y Gerhardt, fundaron en el año 1823 el Instituto internacional de correspondencia arqueológica. Con el tiempo se hizo preponderante el elemento alemán, lo que obligó a crear la Escuela francesa de Roma, y en seguida otras naciones establecieron, también en Roma, Institutos arqueológicos. Por fin, cuando Grecia hubo consolidado su independencia, institutos análogos se fundaron en Atenas.

Estas escuelas e institutos arqueológicos no sólo revisaron y catalogaron las obras de arte albergadas en los museos, sino que procedieron a excavar los lugares famosos para recobrar lo que hubiera quedado sepultado en las ruinas. Y el resultado fue superior a lo que podía esperarse. Cada nación se adjudicó un santuario, ruina o ciudad de la Grecia antigua, para que no se entorpeciera el trabajo por competencia.

Ídolo cicládico de Paros. El cuerpo de este ídolo es seguramente muy parecido al que acompañó a la maravillosa cabeza de Amorgos. Los brazos cruzados, frontalidad absoluta y una indicación muy precisa de los caracteres sexuales.


Los alemanes emprendieron en el año 1875 la laboriosa tarea de desenterrar el santuario nacional de Olimpia. A esta excavación siguió luego la de los franceses en Delfos y más tarde aún en Delos; mientras que los alemanes, concluida ya su obra en Olimpia, excavaban en Priene y Pérgamo, los austríacos en Éfeso, los estadounidenses en Argos y Sardes, los ingleses en Corinto y los griegos mismos en el propio subsuelo de la Acrópolis de Atenas, Eleusis y Epidauro.

Mas a pesar de lo mucho y muy importante que se desenterró a finales del siglo XIX, los orígenes del arte griego, a semejanza de los del arte del Egipto, quedaban todavía sumidos en el misterio. No se conocía una edad de piedra de Grecia, ni otros monumentos prehistóricos que las murallas de grandes piedras, a las cuales se daba el nombre de construcciones ciclópeas o pelásgicas porque habían dicho los antiguos que eran obra de los primeros pobladores de su país, a quienes llamaban pelasgos. Únicamente en las islas del Egeo aparecieron con relativa abundancia unos ídolos femeninos desnudos, tallados en piedra, a modo de Astartés pelásgicas, isle ñas, mudas y solitarias, de la época neolítica.

Los griegos no poseían, acerca de la época protohistórica helénica, más conocimiento que los derivados de tradiciones embellecidas por la fábula. Por lo que a Creta respecta, contaban con las leyendas relativas a Minos y Dédalo, al Minotauro y al Laberinto, y a la muerte de aquel ser monstruoso a manos del héroe Teseo. Heródoto, "padre de la Historia", tenía, pues, respecto a la civilización cretense, ideas vagas, basadas en tales nociones legendarias, e ignoraba casi todo lo concerniente a ese primitivo período de la Grecia continental que, modernamente, fue designado como "prehelénico", excepto en lo que se refería a la Guerra de Troya y a las secuelas inmediatas de aquella expedición bélica.

Todo ese acervo mítico lo situaba -como es natural- antes del desarrollo regular de la civilización griega, la cual no se comenzó a manifestar hasta el siglo X antes de Cristo. Sabía Heródoto que por aquellas remotas fechas Grecia había sufrido la invasión de sucesivos núcleos de pobladores venidos del Norte: jonios y eolios, y los dorios, cuya llegada había interrumpido el desarrollo de la anterior cultura, la de los aqueos.

Ídolos de una diosa y hombre con las manos 
en el pecho. Pequeños bronces cretenses 
anteriores al año 2000 a.C.
A partir de aquel hecho, comenzaba, pues, para Heródoto la verdadera historia de los griegos, y todo el mundo, hasta el siglo XX, siguió creyendo que de aquella época arrancaban también los orígenes del arte de Grecia, porque antiguos y modernos, hasta los albores del siglo XX, ignoraban, si no la existencia, la verdadera importancia de la cultura egea, cuya etapa de más esplendoroso florecer había tenido lugar en la isla de Creta. Cuando, basándose en los poemas homéricos, el alemán Heinrich Schliemann, tras haber excavado en Troya, en 1876 realizó sus importantes exploraciones arqueológicas en Micenas y Tirinto, mucho tiempo había de transcurrir todavía para que los resultados brillantes a que llegó aquel arqueólogo se pudieran relacionar con el antiquísimo mundo cultural cretense, cuya real significación empezó a vislumbrarse a fines del siglo XIX gracias a las primeras excavaciones practicadas en Phaestos y en Kamares por la misión italiana que, dirigida por Federico Halbherr, trabajó en Creta mientras aquella isla estuvo bajo el mandato de las potencias europeas.

A estos éxitos iniciales siguieron, por fin, los grandes hallazgos realizados entre 1900 y 1904 por el inglés Arthur Evans, cuando excavó las ruinas del palacio de Cnosos. Gracias a ellos se comprendió el verdadero alcance de la civilización cretense, no sólo a través del progreso de su portentoso arte cerámico y de su arquitectura, sino en lo referente a su aspecto general suntuario, y al político y religioso. A la luz de los resultados por él obtenidos, Evans, partiendo del período neolítico, estructuró una división cronológica de toda la antigua cultura insular, que hacía partir de alrededor del 3500 antes de Cristo y basaba principalmente en el desarrollo de su cerámica, sin desatender, no obstante, los hallazgos de cualquier otro orden, y con alusión a la mítica figura del rey Minos, que dio el nombre de minoica (Minoan, en inglés) a aquella rica cultura exhumada, en gran parte, gracias a sus esfuerzos. Pero después, al comprobarse los enlaces que aquella civilización había tenido con la primitiva que floreciera en Micenas, se ha venido prefiriendo otra denominación más adecuada a tales circunstancias, y así, desde hace lustros es corriente hablar de cultura creta-micénica, y de arte creta-micénico.

Phaestos (Creta). Estas poblaciones fueron centros importantes en el sur de la isla: Paestum tuvo un comercio intenso y próspero por su proximidad al puerto de Komó (se han hallado cientos de jarras, algunas incluso selladas, para la exportación) y la unía a Cnosos la única vía que atravesaba la isla. Hagia Triada tuvo un momento de esplendor a finales del Minoico medio. Por su bellísima situación, la refinada gracia del palacio, uno de los más elegantes de la arquitectura minoica, y la gran Plaza de los Oratorios, parece haber sido más bien lugar de recreo. 
Ciñéndose al arte que se originó y desarrolló en Creta, la cronología que en la actualidad es más generalmente aceptada para este ciclo cultural insular comprende los períodos siguientes: prepalacial, que, partiendo de una época aún de civilización por entero neolítica en la isla (hacia el 2500 antes de Cristo), llega hasta alrededor del año 2000; período de los grandes palacios (especialmente brillante en Phaestos, y sobre todo en Cnosos), que va de los años 2000 al 1700, año en que aquellas vastas edificaciones debieron ser devastadas por una catástrofe sísmica; período de los segundos palacios, desde 1700 hasta el año 1400 a.C., época de reedificación intensa y de apogeo cultural, con huellas de otra destrucción debida, en este caso, al fuego, y finalmente período pospalacial, decadente, entre 1400 y 1100. Como sea que es preciso señalar, a partir de un determinado momento, sincronismo entre esta cultura cretense y la que tuvo su desarrollo en Micenas y otros lugares del Peloponeso, se procederá a dar también, ahora, una división cronológica de la civilización micénica. Sus fases son las siguientes: micénico antiguo, entre los años 1600 y 1500; micénico medio, entre 1500 y 1400; micénico tardío, entre los años 1400 y 1100 a.C.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

El disco de Phaestos y la escritura minoica

Disco de Phaestos (Museo Arqueológico de Heraklion 
[Candía]) 
La civilización minoica pasó por los sucesivos estadios de comunicación escrita de las grandes civilizaciones: representación del objeto -jeroglíficos o ideograma-, esquematización del ideograma y, por fin, valor consonántico o silábico propios.

Este disco, descubierto en 1908 por el profesor Halbherr, corresponde a la primera fase jeroglífica cretense, aún sin descifrar. En 1899, sir Arthur Evans había descubierto en Cnosos gran número de tablillas con dos escrituras lineales distintas, ambas silábicas. Las llamó escrituras lineal A y lineal B.

Durante 50 años, filólogos e investigadores se quemaron las cejas sobre las tablillas tratando de encajarles el antiguo egipcio, hitita, eslavo, albanés, hebreo e, incluso el vasco. Un jovenzuelo inglés pretendió que aquella lengua era nada menos que el etrusco. Era aún muy joven y había que darle tiempo. Muy poco, por otra parte. El precoz inglés se llamaba Michael Ventris y a los veintidós años creyó descubrir en las tablillas trazas de declinación: genitivos en "io" y en "iao". Ven tris no daba crédito a sus ojos: ¡aquello era griego! En 1952, las conclusiones de Ventris llegan hasta John Chadwick, conocedor de los dialectos griegos.

Tras una activa correspondencia, publican en común un artículo revolucionario: "Evidencia de un dialecto griego en los archivos de Micenas", acompañado de un silabario micénico. Carl W. Blegen acaba de hallar en Pilos 300 tablillas en lineal B. Ante una de ellas, Blegen se detiene lleno de estupor. Aplicando el silabario de Ventris y Chadwick, entiende perfectamente la tablilla, que habla de trípodes, jarras de dos asas y sin asas. No hay duda: la lengua del lineal B es griego. Creta fue, durante más de mil años, una talasocracia. Su influencia cultural y mercantil abarcó todo el ámbito del Mediterráneo oriental.

Se sabe que tuvo, además, relaciones políticas de dominio con la Grecia continental, puesto que percibía tributos en dinero y especies, y mantenía como rehenes -Teseo fue algo más que un mito- a sus príncipes. Hacia 1450 a.C. las tornas cambian. Los aqueos invaden la isla y arrasan sus ciudades. Pero la cultura superior del vencido sigue ejerciendo la hegemonía de siempre: los aqueos llevan a Creta sólo su lengua griega.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Dos sistemas de escritura

Otro hecho de importancia que conviene .que sea puesto ahora en consideración, es el nexo que hacia 1500 a.C., o poco después, se estableció entre ambas culturas. Este hecho es de carácter meramente cultural; se refiere a los estilos de escritura que Evans halló en numerosísimas tablitas de arcilla exhumadas durante sus excavaciones en Cnosos.

Se trata de dos sistemas de escritura no alfabéticos, basados en el empleo de dos tipos de signos: simbólicos unos, y lineales, silábicos los otros; dos sistemas parecidos por su aspecto, aunque muy distintos. Evans designó estos dos métodos de escribir con los nombres de lineal A y lineal B, respectivamente. Las placas escritas en el segundo estilo gráfico (o lineal B) halladas por Evans en Cnosos son particularmente numerosas; suman unas 3.000, y con toda evidencia son documentos de carácter administrativo, a modo de cuentas o anotaciones.

Sala hipóstila del palacio de Cnosos (Creta). Los palacios cretenses fueron construidos sobre terrazas, a niveles diversos, buscando efectos de movilidad y profundidad. Esta sala, con las columnas lisas de madera policromada en rojos terrosos, de forma troncocónica y redondeados capiteles, sostiene la perspectiva arquitectónica del fondo con un efecto casi escenográfico. 



Ahora bien, poco antes de la II Guerra Mundial, el arqueólogo estadounidense Carl Blegen halló, excavando en plena Grecia, en la Mesenia, en la localidad de Pilos, donde la leyenda sitúa el pequeño reino del homérico Néstor, otras 600 tablitas de terracota escritas de igual modo, y de aquella misma índole.

Finalmente, desde 1950, el inglés A Wace y los miembros de su equipo hallaban por su parte, durante unos trabajos de excavación realizados en los alrededores de la fortaleza de Micenas, otros 500 documentos de esta clase.

El inglés M. Ventris -partiendo de la sospecha de que tal escritura correspondiese, en lo escrito en signos no ideográficos, a voces de raíces griegas- logró, con el apoyo de su compatriota J. Chadwick, interpretar 65 de los 90 signos silábicos de este lenguaje escrito titulado lineal B, y en 1953 expuso su descubrimiento en el Journal of Hellenic Studies y tres años más tarde en el libro Documents in Mycenean. Fallecido Ventris en 1956, las investigaciones prosiguieron; pero no hay lugar ya a dudas: esos signos de valor silábico, que en las susodichas tablitas aparecen en combinación con otras figuras ideográficas, corresponden a un lenguaje indoeuropeo que es ya griego y ofrece analogías con el dialecto arcadiochipriota.

Así pues, gentes de raza griega fueron las que alrededor del 1500 o 1450 antes de Cristo (esto es, unos 400 años antes de que a Grecia llegaran los dorios) lograron adueñarse de Creta, y tales gentes, influidas por la cultura de los vencidos, allí y en el Peloponeso, desarrollaron desde entonces un ciclo cultural y artístico bastante uniforme, que en el suelo de la Grecia peninsular persistió hasta la nueva invasión (hacia el año 1100) de otros pueblos también griegos. Las conexiones entre las dos ramas de esa misma cultura artística aparecen así ahora mucho más claras...

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

El gran arte cretense

Grande es, en verdad; tanto por su precocidad como por la calidad de sus consecuciones.

En relación con los más antiguos indicios de la cultura que floreció en las Cícladas, pronto en este arte se acusaron características propias, y debido a ser la de los antiguos cretenses una raza navegadora, irradió intensamente a Chipre, dejó rastros suyos en la costa de Siria y en el arte fenicio, y gracias a las relaciones mercantiles de antiguo establecidas entre Creta y el Imperio egipcio, logró introducir en el país de los faraones sus productos artísticos, mientras recibía otros típicamente egipcios, tales como los pequeños escarabeos que, llevando los sellos de faraones de varias dinastías, han posibilitado, al ser hallados por Evans en la excavación de Cnosos, la datación de las distintas etapas de construcción de aquel palacio.

Ala norte del palacio de Cnosos (Creta). Debió de ser imponente, monumental, y en ella se sitúa una de las entradas. En la misma ala se alza la casa del Gran Sacerdote. Las rojizas columnas de fuste troncocónico soportan amplios dinteles. La exacta estructura de los palacios reales de Cnosos aparece incierta, debido a sucesivas reconstrucciones (existen rastros visibles de un terremoto y un gran incendio), pero no hay duda de que se trata de un conjunto verdaderamente majestuoso, digno del legendario rey Minos. 
Hay que aclarar, además, que la civilización cretense es la primera cultura antigua de tipo completamente europeo, y que originada y desarrollada a lo largo del período protohistórico calcolítico, inició, e impulsó grandemente, la navegación por las regiones occidentales del Mediterráneo.

Fue una civilización que se basó, políticamente, en la existencia de pequeños señoríos monárquicos, y que en el período de su plenitud nacional (entre los años 1700 y 1400) debió de adquirir la forma de una monarquía unitaria, con capitalidad en Cnosos, en cuya edificación palacial dejó sus mejores muestras.

Los iniciadores de la exploración arqueológica de Creta fueron los miembros de la misión italiana que excavó el palacio de Paestum, en situación dominante en la llanura de Mesara, en el sur de la isla. Este equipo exploró también las cuevas de Kamares, al pie del monte Ida, donde fue hallada una original cerámica pintada antigua.

Trono del rey Minos (salón del trono del palacio de Cnosos, Creta). Mide casi 1,5 metros de altura y detrás del trono hay un fondo pintado al fresco con plantas y un animal mitológico a cada lado, con cabeza de pájaro y cuerpo de cuadrúpedo.



Poco después, Evans, profesor en Oxford, con miembros de la Escuela inglesa de Atenas, comenzó a excavar en Cnosos. Otros centros importantes, por la calidad y abundancia de los hallazgos son: Gournia, localidad populosa; el palacio de Mallia, en la costa norte; Hagia Triada, en el sur, y más recientemente explorado, el yacimiento de Zakro, en el extremo este de la isla. Estos restos de núcleos de población o residencias, aunque cercanos al mar -como corresponde al carácter de potencia marítima, o "talasocracia" que Creta tuvo-, radican en lugares elevados, sin duda para dominar la visión de la costa, o mantenerse alejados de los peligros de una posible invasión.

Los palacios de Paestum y de Cnosos son las dos mayores realizaciones arquitectónicas que nos ha dejado la civilización cretense, y sus capas sucesivas (desde sus humildes comienzos neolíticos hasta las complicadas estructuras que ofrecen en su etapa final) nos ilustran respecto al progreso que había conseguido en Creta la construcción palacial y respecto al lujoso modo de vivir de las cortes cretenses.

Palacio de Cnosos. El conjunto cubría una amplí­sima extensión, irregularmente cuadrada. Estaba orientado de norte a sur -como todos los palacios minoicos- y rodeaba un gran patio central de cincuenta metros de longitud. El considerable número de habitáculos y su distribución en torno a patios de luces, además del intrincado sistema de corredores, pueden haber dado origen al mito del Laberinto. Las entradas se abrían en los muros norte y sur. Muchas partes del palacio son de uso incierto, pero el destino de otras es evidente. En el ala oeste, junto al muro se alineaban los almacenes. Al noroeste, la Sala del Trono; al este del patio central, una amplia y bellí­ sima escalera descendía hasta las habitaciones privadas: la Sala de la Doble Hacha y sus pórticos, el Megarón y baño de la Reina. Restos de escaleras ascendentes y numerosas columnas demuestran que el palacio tuvo un segundo piso. 
Ambos conjuntos denotan, por sus planos, independencia de toda preocupación por seguir al edificar un eje axial, y se ofrecen, ya en sus primeros estados posneolíticos, como edificios orgánicos en cuya concepción se prescindió de un criterio de reparto simétrico de las dependencias.

En Cnosos habrá que detenerse en la planta del segundo palacio y en su brillante decoración pictórica realizada al fresco, según un procedimiento que preveía, a veces, el complemento de las pinturas con relieves figurativos a modo de estucos policromos. Era un gran edificio monumental desprovisto (lo mismo que el del palacio de Paestum) de murallas, sin ningún género de defensa militar. Construido con piedras bien escuadradas, muestra el palacio de Cnosos, en sus sillares, representaciones relativamente frecuentes del símbolo de la doble hacha, y es posible que hubiese presidido su erección, no sólo la idea de edificar un palacio, sino la de consagrarlo a una divinidad (probablemente femenina) relacionada con aquella simbólica arma. Así el nombre de laberinto vendría de labrix o hacha. Además Evans encontró en una sala un trono de mármol, que pudo haber dado origen a la leyenda de Minos como juez implacable.

Fresco del Sarcófago (Hagia Triada, Creta). La civilización minoica alcanza su máxima expresividad en la pintura. Las paredes de los palacios se cubren de frescos donde una humanidad retozante, llena de color y vida, cumple sus ritos religiosos. 
La planta del segundo palacio de Cnosos constituye un verdadero laberinto de espacios cerrados y corredores, y es difícil orientarse respecto al destino y a la correlación de sus numerosas cámaras y habitaciones. Algunas de las principales se hallan en situación dominante, y a través de un pórtico, o propileo, se llega a ellas por una bella escalinata angular decorada con breves columnas. Estas estancias se hallan repartidas alrededor de un gran patio de unos 50 metros de longitud. Se aprecia muy bien un largo corredor (que ha sido denominado "de las procesiones", por la pintura de un desfile de personajes, que lo decoró, y cuyos restos son aún visibles), y existe, además, una sala del trono (como en Paestum también la hay), con un majestuoso sitial de piedra colocado en lugar destacado, y bellos frescos con pintura de plantas de tallos erguidos y leones sedentes.

Coperos (palacio de Cnosos, Creta). Los personajes representados caminan, dignos y severos, sosteniendo con ambas manos el pesado ritón. Fueron hallados por Evans en un corredor del ala sur del palacio y formaba parte de una procesión ritual. Es una composición única por la gracia vibrante de la silueta y la seguridad del trazo. Los Coperos de Cnosos podrían ser jóvenes príncipes griegos que, como Teseo, aprendían en la isla las maneras cretenses. 
Esta sala da a una antecámara que comunica con el patio, y en el lado opuesto, a través de un verdadero vericueto de otros pasadizos, se llega a lo que se ha supuesto ser el tálamo de la reina, también decorado con pinturas, con su baño. Hay también, en el plano inferior, otro gran corredor donde se hallaron dispuestas en filas grandes tinajas; pero no se comprende cuál pudo ser el destino de muchas partes del complicado edificio, que tenía un pabellón a modo de mirador, dotado de pequeñas columnas o pilares. Parece como si en Cnosos hubiera habido especial empeño en emplear estos últimos elementos constructivos, que, al igual que la doble hacha o segur, figuran aisladamente y como objeto de un culto ritual en muchas gemas y pequeños sellos hallados en el transcurso de la excavación arqueoló­gica. Se trata de un pilar o breve columna de fuste troncocónico puesto en sentido inverso, esto es, con la parte más ancha situada hacia arriba y coronada por un capitel compuesto de un estrecho anillo y una saliente moldura circular. Tal columnita debió revestir también el valor de un símbolo religioso.

Almacén de jarras (palacio de Cnosos, Creta). Un aspecto del almacén que está bajo el muro oeste del palacio. Como Paestum, Cnosos fue un activísimo centro comercial. Desde él partían las mercaderías hacia Grecia, Fenicia, Chipre y Siria. Lo maravilloso de la arqueología consiste en hacer revivir lo que pudo ser ese mundo refinado y febril, desaparecido hace más de tres milenios. Sobre el fondo del suave paisaje cretense, los restos del llamado Santuario de las Tres Columnas. 
Emblema del rey Minos (palacio de Cnosos, Creta). Este emblema tiene varias posibilidades de explicación: puede ser, desde luego, los cuernos del mítico Minotauro, divinidad solar y masculina, o los cuernos crecientes de la Luna, divinidad femenina, o la Doble Hacha -el labrix romano- horizontalmente partida. Lo más seguro, sin embargo, es que sea las tres cosas a un tiempo. 
Sacerdotisa del culto ala Diosa Madre 
(Museum of Fine Arts, Boston). Esta 
figurilla es de marfil. 
Como se verá más adelante, el relieve que aún existe en la Puerta de los Leones, en las murallas de Micenas, demuestra que este símbolo formó también parte de la civilización micénica, y que allí esta especie de pilar, de indudable origen cretense, tuvo un alto significado simbólico, cuando los aqueos se hubieron apoderado de Creta. Ambos emblemas, el pilar y el hacha doble, se hallan representados repetidamente, en Creta, en pinturas al fresco, y en cuanto a la doble segur, figura en muchas vasijas, también con adornos florales, así como se halla figurada, repetida e instalada en lo alto de columnitas, y coronada por una figurita de pájaro, en la representación de una escena ritual, pintada en un sarcófago de entre 1500 y 1400 hallado en Hagia Triada, y que se conserva en el Museo de Heraklion. En éste se puede ver representado un santuario al aire libre del pilar y el hacha con palomas, y pilares que reverdecen al ser regados. Vierten el agua ritual unas rubias sacerdotisas, mientras una acólita morena toca la lira.

Debió tratarse, pues, de un culto practicado por jóvenes sacerdotisas, quizás en relación con alguna divinidad subterránea, porque algunas estatuitas de terracota cretenses, así como otras finamente labradas en marfil (sin duda figuritas votivas) reproducen la forma de tales esbeltas muchachas de grandes ojos abiertos, que, tocadas con mitras o birretes, aparecen mostrando serpientes enroscadas en sus manos. Tales jóvenes visten faldas acampanadas, con volantes, muy ceñidas, y llevan una especie de chaquetilla abierta, que, con coquetería, muestra los pechos desnudos del personaje.

Sacerdotisa del culto a la Diosa Madre (Museo de Heraklion, Creta). En la isla, el culto a la diosa estuvo ligado al de la serpiente, animal mágico de simbolismo fálico. Las sacerdotisas son representadas con las serpientes en torno a los brazos, o sujetándolas con las manos; la falda acampanada con volantes o sin ellos y el ajustado corpiño hace resaltar la belleza de los senos descubiertos. Son figurillas muy pequeñas -veinticinco centímetros como máximo-, de marfil, bronce o arcilla. La de arcilla es la que está en el Museo.


 Rhyton de esteatita en forma de cabeza de toro (Museo de Heraklion, Creta). El toro era un animal sagrado en la isla: la leyenda del Minotauro es la idealización de una realidad político-religiosa. Este objeto hallado en Cnosos, se utilizaba en las ceremonias religiosas. Es un bellísimo ejemplar, donde las aguas de la piedra semipreciosa son aprovechadas para apoyar la intención escultórica del artista. Los grandes cuernos de oro que coronan la testa formidable servían de asa o agarradero para la libación ritual de los oficiantes. 



Otro rito nacional de la Creta minoica comportaba un arriesgado ejercicio acrobático, o de tauromaquia, que consistía en el salto del toro bravo. Al embestir el animal (el toro mediterráneo, de grandes cuernos, como aparece bellamente representado de perfil, en una cabeza en relieve de estuco, o en una pequeña vasija, a modo de rhyton, labrada en esteatita, hallada también en Cnosos), el toreador, hombre o mujer, debía asirse a sus cuernos, y brincar dando una voltereta sobre el lomo de la bestia, para caer de pie, tras de su cola. ¿Cuál era el objeto de tal prueba? ¿Dar una muestra de agilidad y arrojo, o recibir -con la sensación de haber superado un peligro- una especie de purificadora iniciación? Para los griegos, el Minotauro era ya un monstruo humano con cabeza de toro: Minos y el toro se habían amalgamado en una sola personalidad. Y las leyendas y las fábulas aclaran los monumentos, y a su vez los monumentos explican las leyendas. Actualmente se cree que Minos es un nombre genérico, un título, como el de Faraón; los griegos clásicos acaso ya lo sospechaban al decir que el "último" Minos murió en una expedición de conquista en Sicilia.

La Parisiense (Museo de Heraklion, Creta). Fragmento de un fresco, que justifica el apelativo por su naricilla respingona y sus alargados ojos de cierva. Se trata, indudablemente, de una mujer que ya era "moderna" hace 3.500 años. Durante la civilización minoica, la mujer tuvo en Creta, un papel predominante. Vestida con desenfadada elegancia, segura de su belleza y feminidad, espectadora o actriz, así aparece en las escenas de la vida cotidiana y religiosa -el salto del toro, por ejemplo- en pie de igualdad con el hombre.



Damas en azul (Museo de Heraklion, Creta). La mujer contempla divertida el espectáculo cortesano en el chismorreo de Cnosos. El fresco pertenece al Minoico tardío, cuando la figura humana acapara la atención del artista, que la representa convencionalmente de perfil. 
Es posible que la ambición excesiva del "último" Minos de dominar el Mediterráneo occidental ocasionara la caída de la dinastía cretense y diera oportunidad para su liberación a las ciudades de Grecia continental. Pero hasta el siglo XVI a.C., Grecia y las islas estaban sujetas a los monarcas de Creta, y éstos imponían contribuciones y entrega de rehenes a los tributarios. Alojados los rehenes como huéspedes reales en el Laberinto, tenían que aprender las "maneras" de Creta, especialmente el deporte semimítico del salto del toro. Esto aparece claro en la leyenda de Teseo y Ariadna. Teseo, hijo del rey de Atenas, es uno de los muchachos rehenes que la ciudad tiene que enviar regularmente a Minos para que los "eduque" haciéndolos "pasar por el Minotauro". El joven ateniense es adiestrado por la princesa Ariadna, hija de Minos, con cuya ayuda sale victorioso de la prueba del Laberinto.

Después ambos se fugan. Ariadna sería como una de aquellas doncellas sacerdotisas del sarcófago de Hagia Triada o como una de las saltadoras del fresco de Cnosos. Teseo sería uno de los mancebos que tan a menudo encontramos representados en esculturas y frescos minoicos, boxeando o saltando, con cintura muy ceñida y un cuerpo ágil y esbelto. Acaso consideraban los cretenses que la superioridad física procedía más bien de la ligereza y el arte que de la fuerza y el armamento. Es posible que la preferencia que los griegos dieron siempre a la infantería fuera todavía estrategia cretense o minoica. El hoplita griego, descalzo y semidesnudo, logró dar buena cuenta del persa, cubierto de cuero y metal.

Príncipe de Cnosos (Museo de Heraklion, Creta). Es un relieve en estuco duro, modelado primero y pintado encima. Coronado de lirios y plumas, característica del Minoico Tardío, el joven príncipe avanza sobre el fondo rojizo del fresco como un personaje de cuento de hadas. 
La confirmación de que los deportes eran un elemento religioso de la cultura minoica se encuentra en la propia planta de los palacios de Creta. Todos los servicios están alojados en construcciones alrededor de un inmenso patio rectangular. Debía de servir para las fiestas o ceremonias del salto del toro, porque hay gradas monumentales para espectadores. En los frescos de Cnosos está representado el público de las gradas de preferencia, formado exclusivamente de muchachas rubias de gala, con pequeñas chaquetas que dejan asomar los pechos. En lo alto, la galería aloja al público de tez morena, que significa que está compuesto únicamente de hombres. Por preparados que se esté en cuanto a leyendas y descubrimientos, aquella vista de la platea del fresco de Cnosos es más de lo que se podría esperar ver: un grupo numeroso de doncellas minoicas que comentan el espectáculo del Minotauro. Se ha dicho que son las primeras mujeres verdaderamente europeas que aparecen con cuerpo y alma; se ha lanzado hasta el epíteto de parisienses para calificarlas: tal es su aspecto coquetón y "mundano".

Vaso de los segadores (Museo de Heraklion, Creta). Vaso de esteatita negra decorado con una procesión ritual, procedente de Hagia Triada en Creta. 
La representación de figuras masculinas no es tan abundante como la de mujeres, en todo lo conservado del período de apogeo del arte minoico; aunque, en verdad, uno de los más bellos frescos de Cnosos tiene como protagonista a una figura viril. Es el llamado fresco del príncipe, con la esbelta figura de un joven imberbe, tocado con gallardo penacho.

Otro famoso ejemplar de la refinada glíptica cretense es una pequeña vasija globular, a modo de arí­balo, labrada en esteatita, hallada en Hagia Triada. Lleva grabada en su panza, en relieve, una representación, muy realista y expresiva, de hombres que,  en formación, marchan cantando. Ha sido definido como un "regreso de segadores", aunque tales supuestos "segadores" llevan, apoyadas en el hombro, unas picas terminadas en una especie de horca, arma bien conocida.

Dos cerámicas del estilo de Kamares (Museo de Heraklion, Creta). Sobre fondo negro, el blanco, el rojo vivo y el siena combinan sus espirales en un bellísimo juego de curvas. 
Se puede captar la importancia adquirida, en el arte cretense, por la glíptica, la pequeña escultura y la pintura mural ésta realizada en colores puros: azul, blanco, rojo, amarillo, con abundantes retoques posteriores a la verdadera capa de pintura al fresco. Todos estos aspectos revelan un arte sumamente rico, en su inventiva y sus realizaciones. Por su gran importancia destaca, en este orden de cosas, también la producción cerámica. Ya la antigua de Kamares, modelada a mano (entre los años 1800 y 1700 a.C.), cautiva por su elegancia. Las piezas que se ajustan a esta modalidad fueron halladas, no sólo en las cuevas situadas en la localidad de aquel nombre, sino también, en gran abundancia, en Paestum. Comprende mucha variedad de formas: picheles, fuentes cóncavas, y por los ricos diseños curvilí­neos, que se desarrollan formando espirales, y por su colorido: blanco sobre fondo negruzco, con retoques de vivos matices, es una de las más impresionantes cerámicas que haya legado la antigüedad. Del segundo palacio de Cnosos (1700-1400) proviene otro tipo de cerámica de empaque más clásico, generalmente preciosos jarrones, y ánforas con pequeñas asas. Su decoración pintada, con temas vegetales o marinos es exquisita, generalmente sobre fondo por engobe, blanco o de tono claro. No menos importante, aunque no tan fastuosa, es la cerá mica denominada de Gournia, con gran riqueza de formas globulares y hábil pintura de animales marinos.

Vaso del pulpo (Museo de Heraklion, Creta). Los motivos animalísticos marinos son muy frecuentes en la cerámica minoica.



Así con pocas excepciones, el arte prehelénico minoico, pacífico y urbano, aparece culto y civilizado. Hay en él algo más que humano: un amor por los animales más humildes que es casi femenino, y una familiaridad cariñosa para las formas marinas, que es también femenina porque Venus es una "dama del mar". Detrás del trono de Minos, en el palacio de Cnosos, hay pintada una foca que aspira el aire salado. El símbolo del poder del monarca de Creta está representado ingeniosamente de ese modo, ya que la foca que se alimenta de peces es el rey del Mediterráneo oriental. En tiempo de Minos las focas no debían de ser allí tan escasas como son ahora, porque Homero habla todavía de las focas que se posaban en las arenas de las bocas del Nilo.

Otras veces la alusión al poder de Minos se representa mediante el pulpo. En los vasos minoicos los pulpos extienden sus tentáculos y abren sus grandes ojos casi humanos. Pero al lado de estas alusiones al poder de Minos, vasos, placas de cerámica y frescos representan simples tallos, flores, animales humildes y domésticos.

Fresco de los delfines y fresco de las perdices (Museo de Heraklion, Creta). El período más antiguo de la pintura minoica se inspira en la naturaleza, sin intervención de la figura humana. Esta nueva valoración de la naturaleza es una aportación puramente cretense, y desde la isla se extendió al resto de las culturas mediterráneas. A tal corriente pertenecen el célebre fresco de los Delfines, hallado en la Sala del Baño de Cnosos, y el de las Perdices, también en el palacio. Son dos frescos espléndidos, vivísimos por lo que tienen de observación directa, captación del gesto y vibrante colorido. 
Vaso con girasol (Museo de Heraklion, Creta). Espléndida vasija de cerámica del estilo de Ka mares. 
La talasocracia o imperio marítimo de Creta fue sustituida por una hegemonía de los reyes de Micenas en la Grecia continental. En la Ilíada los cretenses iban, con su rey Idomeneo, a las órdenes de Agamenón de Micenas -el rey de reyes de los aqueos-, que dirigió la expedición contra Troya para rescatar a la esposa de su hermano Menelao, el rey de Esparta. La época más o menos legendaria de la guerra de Troya se fija generalmente alrededor de 1250 a.C.; por lo tanto, la disminución de la importancia de Creta en la sociedad prehelénica y su sujeción a los monarcas de la Grecia continental debió de comenzar hacia el 1400. Efectivamente: dicha fecha es la que se atribuye para la destrucción e incendio del segundo palacio de Cnosos.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

La taurocatapsia


La Taurocatapsia (Taurokathapsia) es una de las pinturas murales que embellecían las paredes del palacio de Cnosos. Situada concretamente en el ala este, se fecha hacia el 1500-1400 a.C.

El palacio de Cnosos, descubierto por sir Arthur Evans en el año 1900, sigue siendo todavía el más grande de todos los complejos palaciegos de la era minoica. Sus dimensiones y la decoración mural de sus distintas estancias son reflejo de la magnificencia y prosperidad económica que debió de caracterizar a la sociedad cretense durante su auge.

Las estancias y pasillos tenían una organización tan compleja que se podría afirmar que constituían un auténtico laberinto: eran las ruinas del palacio del mítico rey Minos, padre de Ariadna y Fedra, dueño del laberinto y del monstruoso Minotauro que habitaba en él. El hallazgo de las ruinas del complejo arquitectónico demostraba la existencia real de este lugar.

Cuenta la leyenda que Minos, rey de Creta, mandó construir al genial arquitecto Dédalo un inmenso palacio llamado Laberinto, en el cual, por su número de habitaciones, pasillos y terrazas, encontrar la salida resultaba prácticamente imposible. En el Laberinto, Minos hizo encerrar al Minotauro, un monstruo con cuerpo humano y cabeza de toro, nacido de la unión de Pasifae con un toro marino. El héroe Teseo, con la ayuda de Ariadna que le ofreció un ovillo de hilo, lo encontró y lo mató.



Los muros del palacio de Cnosos estaban recubiertos con hermosos frescos de gran lujo y calidad. Sus temas se centran en rituales y festivales religiosos aunque es habitual la presencia de motivos tomados del mundo natural, como plantas y animales. Pero quizás, por su refinada factura, el más interesante sea el hallado en una de las habitaciones y que representa la Taurocatapsia.

La Taurocatapsia que escenifica esta pintura mural consistía para los minoicos en efectuar volteretas acrobáticas sobre el toro, realizadas muy probablemente en el gran patio central del palacio, adaptado para la ocasión como arena. Es la ceremonia religiosa mejor conocida de la civilización minoica, aunque su significado es de difícil interpretación. El salto del toro era uno de los juegos cretenses más famosos, y consistía, pues, en realizar peligrosos saltos sobre el animal mientras otra persona trataba de sujetar los cuernos para evitar posibles embestidas.

En el fresco en cuestión, el atleta, asistido por dos doncellas, aparece representado en rojo y las mujeres en blanco, una convención artística adoptada, posiblemente, del arte egipcio.

Cabe mencionar las numerosas representaciones femeninas en los frescos de las paredes, tanto del palacio de Cnosos como en otros situados también en Creta. Las mujeres aparecen con mayor frecuencia que los hombres y como en este caso aparecen interviniendo en las famosas piruetas del salto del toro. Este testimonio pictórico demuestra el papel predominante de las mujeres en las escenas ceremoniales de la cultura minoica.

El mural de estuco pintado, con unas medidas de 150 x 78 cm, se alberga en el Museo de Heraclion, como una buena muestra de la finura artística del palacio del rey Minos.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

El arte micénico

Derivado del nombre de Micenas, es un arte que, en sus orígenes, fue independiente por completo del cretense, pero que, a partir del momento (hacia 1450 a.C.) en que los llamados "aqueos" hubieron puesto el pie en Creta, quedó por él grandemente influido.

Su moderno campeón, Heinrich Schliemann, antes de proceder a excavar, en 1876, en los yacimientos básicos de esa cultura artística en la Argólida, Micenas y Tirinto, había realizado excavaciones en Troya.

Detalle de las ruinas de Troya (Hissarlik). En 1870, Schliemann decide, contra la opinión de los eruditos, que Troya está en Hissarlik. Durante tres años, con ciento cincuenta obreros, cava zanjas cada vez más profundas y encuentra no una, sino nueve Troyas. Schliemann decidió que Troya II, con señales de incendio, era la ciudad de Homero. Entre los eruditos se arma entonces una segunda guerra de Troya. Sucesivamente identifican la ciudad de Príamo con la VI y la VII, pero ahora los alemanes dicen que Schliemann tenía razón.
La Troya que descubrió Schliemann era una pequeña ciudad amurallada, con puertas y torres de piedras sin labrar, coronadas de una segunda defensa, hecha de ladrillos crudos, trabados con vigas de madera. El palacio era una sencilla construcción de tres cuerpos, mayor el del centro, con el hogar para las reuniones, y precedido todos ellos de una antesala.

Hoy se piensa que si Schliemann exploró en realidad el sitio de la antigua Troya, se equivocó al fijar como contemporánea de los héroes homéricos la capa de restos arqueológicos más profundos. La Troya de Homero no es tan antigua y está más arriba, como dejó demostrado Dörpfeld con excavaciones. Schliemann excavó también en Micenas, la ciudad de Agamenón, caudillo de los aliados durante la guerra de Troya, y además excavó en Tirinto que no es ciudad, sino una acrópolis o castillo.

Micenas. Esta población de la antigua Grecia poseía una espléndida situación natural, que la hacía prácticamente inexpugnable. El valle del !nacos, al mismo pie de la ciudad, era encrucijada de caminos. Todo ello explica la hegemonía de Micenas sobre la Argólida. Gruesas murallas coronaban la acrópolis, donde vivía el rey, su corte y los obreros, mercaderes y artesanos que facilitaban la vida de los príncipes. La ciudad no amurallada, habitada por el pueblo, se extendía en el declive de la colina.
El emplazamiento de Micenas era bien conocido, puesto que los antiguos griegos describen con todo detalle sus murallas y su recinto. Asentada dominando un llano, su recinto se dibujaba perfectamente gracias a los restos de la muralla. Schliemann emprendió la exploración, y a los pocos días descubrió una serie de tumbas con cadáveres, que él creyó reconocer como los de Agamenón, Clitemnestra, Egisto y otros individuos de la familia de los Atridas. Se les había enterrado con todas sus joyas: en ninguna parte se había encontrado oro con más abundancia que en estas sepulturas de Micenas.

Puerta del Tesoro de Atreo, en Micenas. El historiador Pausanias decía de Micenas: "Hay una tumba de Atreo y también de aquellos que fueron asesinados por Egisto a su regreso a Troya ... ". Pausanias situaba el lugar "junto a la puerta sobre la que se encuentran los leones". Esto, y su firme creencia en la épica homérica, condujeron a Schliemann al éxito. Pero fue Dörpfeld en 1886, quien reconstruyó las tumbas o tholos. Un largo corredor de grandes bloques de piedra perfectamente labrados conduce hasta la puerta.



Estas sepulturas estaban dentro del recinto de Micenas, en un lugar que Schliemann llamó el "ágora" porque se hallaba rodeado de un poyo de forma circular, donde supuso que se sentaría el consejo para celebrar sus asambleas. Actualmente se sabe que lo que Schliemann llamó ágora era el heroón, o santuario de los héroes. Schliemann reconoció también dentro de la ciudad de Micenas restos del Palacio Real con una sala rectangular que está dividida por columnas, el megarón.

Rotonda Real, en Micenas. Al sur de la Puerta de los Leones, junto a la muralla oeste de la ciudad, está este recinto, a la derecha, donde se descubrió el Círculo A de las tumbas reales excavadas por Schliemann, que pertenecen a la Edad del Bronce tardío (1500 a.C.). El genial aficionado creyó haber descubierto las tumbas de los Atridas y que la Rotonda era el ágora micénica. Los arqueólogos modernos han identificado el lugar como heroón, o lugar de culto a los héroes; un pequeño altar de lastras de piedra situado en el centro del círculo hace más verosímil esta segunda hipótesis.
La excavación del resto de la ciudad fue más que sumaria. Tenía prisa por pasar a otro lugar donde los hallazgos fueran más positivos, y los arqueólogos de la Escuela inglesa de Atenas tuvieron que completar las excavaciones de Micenas. En cambio, Schliemann se dedicó a explorar las sepulturas antiguas, llamadas tesoros, de que hablaba Pausanias. Estas construcciones se hallaban fuera de las murallas. Son, evidentemente, sepulturas del tipo de cámara, como los dólmenes; las precede un corredor que da ingreso a una gran sala circular para el culto, de donde se pasa a una pequeña cámara adyacente para el cadáver. Estas construcciones, cubiertas con bóveda, no son únicas; había otras parecidas, arruinadas, por los alrededores de Micenas. La planta es siempre circular, y están cubiertas por losas de piedra que van avanzando, superpuestas.

Puerta de los Leones de Micenas. Sobre el arquitrabe tiene la única, bellísima escultura del arte micénico. Faltan las cabezas, labradas en bloques distintos, pero los dos leones rampantes, apoyados en la columna de fuste troncocónico -símbolo religioso de indudable origen minoico- poseen una fuerza plástica deslumbrante, que preludia lo que será la más importante gloria del arte griego: la invención de la escultura como representación objetiva de la realidad.
La más importante de tales tumbas es la conocida, tradicionalmente, con el nombre de Tesoro de Atreo, situada en la ladera de una colina que se levanta enfrente de la acrópolis de Micenas. Ha conservado intacta su bóveda, aunque el relieve triangular que debió adornar su entrada ha desaparecido. Sus dimensiones son imponentes; su interior tiene un diámetro de 14 metros y medio, con una altura máxima que sobrepasa los 13 metros. Grandes bloques sirven de dintel a su puerta, y lo que acaba de provocar la impresión de asombro en el visitante es la regularidad de talla del aparejo. Las mismas cualidades se admiran en el recinto amurallado principal que rodea la acrópolis de Micenas. La Puerta de los Leones, así llamada a causa del relieve triangular que la adorna, parece datar, así como los muros y el bastión de que forma parte, de mediados de siglo XIV antes de Cristo. Encima de su dintel horizontal, el gran relieve monolítico de piedra gris ocupa el triángulo de descarga; representa a dos leones afrontados cuyas cabezas se debieron labrar en bloques de piedra añadidos, y se han perdido. Estos animales se yerguen a ambos lados de un pilar exactamente igual a los hallados en el palacio de Cnosos, y apoyan firmemente sus patas anteriores en el pedestal de aquella breve columna sagrada, que, encima de su capitel, sostiene una especie de breve friso. Aunque el tema incluye un símbolo sacro o heráldico cretense, su técnica, de escultura monumental, es peculiarmente griega.

Murallas de la acrópolis de Micenas. Un fragmento de las murallas ciclópeas, que se franqueaban por la Puerta de los Leones.
Un tercer tipo de sepulturas fue encontrado en las afueras de Micenas, y prueba que existió una población inferior que vivía, separada, en los arrabales de la ciudad. Consistían en unas cajas de piedra o de cerámica en forma de pequeños sarcófagos, de los llamados larnax, como los que se hallan también en todas las excavaciones de la Grecia prehelénica. Están decoradas con pinturas o relieves de espirales, y otros motivos de ornamentación geométrica. La decoración de estos sarcófagos recuerda los adornos propios del arte europeo prehistórico de Occidente.

Murallas de Tirinto. Pausanias las describía como "compuestas de piedras sin labrar, tan grandes que dos mulas no pueden siquiera mover las más pequeñas". Schliemann creyó una vez más a los antiguos y encontró las murallas ciclópeas y los restos de la ciudad: un palacio con megarón, pórtico y patio central; era exactamente como lo había descrito Homero en la Odisea, aquel en que Ulises mató a los pretendientes de la fiel Penélope al regreso de sus aventuras.
Esto no tiene nada de sorprendente; los individuos enterrados en larnax, o cajas mortuorias de cerámica, serían los primeros dorios que se iban infiltrando en el seno de la sociedad prehelénica. La decoración nórdica de sus ataúdes resulta perfectamente explicable. Así, las tres clases de sepulturas de Micenas reflejan los tres tipos de población, por no decir castas, que ocuparon aquel territorio un siglo antes del año 1000 anterior a nuestra era. Los sepulcros monumentales o tesoros en forma de cámara serían los de los antiguos señores prehelénicos de origen puro; los sepulcros del suelo del lugar sagrado o heroón serían ya de los príncipes aqueos que suplantaron a los viejos monarcas, por conquista o por enlaces matrimoniales; y los larnax de cerámica corresponderían a los primeros dorios, quizás infiltrados sigilosamente al principio o como inmigrantes. Creciendo su número, se facilitó la invasión doria, ya de carácter militar y enemiga intransigente de la antigua cultura prehelénica, que respetaron los aqueos.

Máscara de Agamenón (Museo de Atenas ). Homero hablaba de la "ventosa Troya" y Troya era, en verdad, lugar muy venteado. Si llamaba, pues, a Micenas "áurea", es que en Micenas había oro. En 1876 empezó a buscarlo Schliemann. En una profunda zanja, los ojos de Sofía descubrieron algo que brillaba: un anillo de oro. Despidieron a los trabajadores y fueron Schliemann, su mujer y Stamakatis, arqueólogo delegado del gobierno griego, quienes excavaron las cinco tumbas. Hallaron un verdadero tesoro, no sólo por la materia de los objetos, sino por la magnificencia de su arte: diademas, copas, puñales, alfileres, petos y máscaras de oro. Cuando Schliemann alzó la máscara, apareció un rostro intacto que inmediatamente identificó como el del "Rey de Hombres" homérico. Lleno de emoción, Schliemann se inclinó y le dio un beso. Debió de ser un instante verdaderamente cenital. 
El temor de una rebelión o invasión está patente en las formidables fortificaciones de la acrópolis de Tirinto, quizás última defensa de los señores aqueos de Micenas. Se llega a lo alto siguiendo el borde de las murallas sin desbastar; y franqueada la entrada del recinto, que está en la parte superior, hay que seguir por el pasadizo abovedado hasta que al final se encuentra la entrada, a modo de propileos, con un pórtico a cada lado. Después de un primer patio, en el extremo norte de la acrópolis, hay que torcer en ángulo recto y atravesar otros propileos para llegar al patio principal, donde están el altar doméstico y la entrada del megarón, que tiene un hogar muy grande en el centro; el techo lo sostenían cuatro columnas, seguramente de leño, cuyas bases quedan aún en el suelo. Otro megarón parecido, aunque menor, abría su fachada en otro patio. En una prolongación del recinto fortificado estarían las habitaciones de la servidumbre.

La fortaleza prehelénica de Tirinto era la única residencia real cuya planta completa se había podido excavar antes de los descubrimientos de Creta. Tirinto fue abandonada en la época de la invasión doria, y no recibió más tarde pobladores nuevos ni fueron aprovechadas sus ruinas para santuario, como ocurrió con las de la acrópolis de Atenas. Esto explica el enorme interés que despertaba aquel castillo raquero, que había sido alcázar de uno de los más poderosos señores de la Grecia primitiva. Pero su interés resulta secundario después de la excavación de los grandes palacios prehelénicos de Creta, que se verificó posteriormente.

Bueyes arando (Museo de Atenas). Taza micénica de oro, cuya decoración en relieve muestra a los bueyes arrastrando un arado. El vaso procede de la tumba de un rey micénico localizada en Vafio. 
Los historiadores clásicos sabían de manera vaga que Creta había ejercido antes de la invasión doria una hegemonía sobre todo el mundo griego, basada principalmente en su poder marítimo. Tucídides habla de las primeras talasocracias, o imperios navales, y de Minos, el monarca cretense que imponía sus tributos severamente a los griegos del continente y del archipiélago. Pero en la última guerra de Troya ya son los señores de la tierra firme los que dirigen la coalición de las ciudades griegas en los poemas homéricos. Agamenón y Menelao, reyes de Micenas y Esparta, son los que extienden su autoridad sobre los demás príncipes de Grecia y de las islas, incluso a los cretenses.

El arte decorativo ofrece, en la civilización micénica, fuertes elementos de originalidad junto a claros influjos cretenses que hay que supeditar al entronque que tal cultura prehelénica estableció con la que de antiguo florecía en Creta, cuando se puso en contacto con aquella isla, alrededor del año 1450 a.C. Así, varios ejemplares muestran cuál debió ser, con anterioridad a tal hecho, el impulso propio de ese arte autóctono continental; por ejemplo, las dagas que proceden de las tumbas de Micenas se conservan en el Museo Nacional de Atenas, presentan en sus hojas labores de relieves embutidos en plata y oro que nada tienen de cretense, y revelan un concepto extraordinariamente dinámico y vivaz, en sus temas finamente realizados: leones corriendo; una escena de hombres afrontando a un león, mientras dos de estas fieras huyen; un felino cazando pájaros.

Cerámica micénica (Museo Éfeso, Selcuk). En estas tres vasijas de la cultura micénica tardía (1000 a.C.) se puede apreciar la calidad de la manufactura cerámica de los antiguos pueblos del Peloponeso. 

Ciertas copas de oro de la misma época micénica demuestran que la orfebrería debió de ser ya importante, antes de que aquel contacto quedase establecido. Así (en el citado museo) la llamada Copa de Néstor, de dos asas, y la taza, admirablemente repujada, hallada en Vafio, con la figura de un toro corriendo. Otros restos artísticos, en cambio, denotan la influencia que lo minoico ejerció, entre ellos el de la pintura, hallada en Tirinto, de una joven vistiendo el conocido indumento propio de las muchachas tan representadas en Cnosos, y llevando en sus manos una caja a modo de ofrenda.

La Dama con píxide (fresco del palacio de Tirinto). La civilización minoica influyó poderosamente en la Grecia continental, antes y después de la invasión aquea. Los palacios de Micenas y Tirinto estuvieron también decorados con frescos donde se repiten los temas del salto del toro y las procesiones de oficiantes halladas en Tirinto, es una clara muestra de la pervivencia del influjo cultural de la isla en el continente. Indumentaria, postura, ritos, son idénticos. La dama tirinta podía haberse paseado por los corredores de Cnosos sin despertar el menor asombro.



La cerámica es precisamente en sus formas, más que en su ornamentación (que es aquí principalmente figurativa), donde muestra algunos indicios de influencia cretense; pero sus pinturas muestran ya otras ambiciones; son de intención narrativa y en cierto modo señalan, así, una de las principales direcciones en que se desarrollará la ornamentación cerámica griega.

   Los asuntos son todavía con gran frecuencia marítimos, pero carecen de finura e invención, cualidades que son patentes en las obras de arte del período anterior. No se puede hablar aún de decadencia; las magníficas bestias de la Puerta de los Leones en Micenas se yerguen solemnes con dignidad y grandiosidad. El arte micénico se hace hierático, estiliza los temas, efecto que probablemente produce la presencia de los aqueos.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

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