Punto al Arte: 01 Arte gótico en Francia
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Arte gótico en Francia

El románico, alma del arte de Europa occidental durante los siglos XI y XII, había buscado en el legado de Roma los modelos en los que inspirarse, aunque más allá de ser un mero eco de las manifestaciones artísticas de la antigüedad exploraba e intentaba perfeccionar las formas romanas. Precisamente de esta tensión artística surgirá la nueva corriente que hoy conocemos como gótico. El estilo ojival, o gótico, nace, si se permite la expresión, a pie de obra y no de una especulación intelectual y visionaria del nuevo camino que debía tomar el arte europeo. Como se tendrá ocasión de comprobar más detalladamente, es en el fervor de la construcción de las catedrales francesas donde las técnicas imperantes se muestran insuficientes para las nuevas concepciones de los artistas.

Catedral de Saint Pierre de
Beauvois. Detalle de la facha-
da en el que se observan dife-
rentes elementos arquitectó-
nicos que definirán el arte
gótico, como son las formas
estilizadas, los grandes roseto-
nes y los vitrales, entre otros.
Así, cuando en el resto de Europa occidental se siguen los modelos románicos, en los talleres de las catedrales del norte de Francia, centro neurálgico del poder de la monarquía gala, el arte europeo da un paso más a finales del siglo XII, al cristalizar ya en una nueva concepción artística, netamente diferenciada de la herencia románica, las innovaciones técnicas que eran una evolución de dicho legado.

Lejos de poder señalar una fecha concreta o edificio fundacional del estilo gótico, se puede señalar un grupo de catedrales francesas, como las de Chartres, Noyon, Saint-Denis y Amiens, muchas de ellas iniciadas según los preceptos románicos, que sirven para concretar el nacimiento de la nueva concepción artística la cual, a grandes rasgos, se define por la bóveda de crucería y la complejidad ornamental.

Bien es cierto que este estilo podría haber derivado en una escuela regional más; y las razones de su expansión al resto de Europa habría que buscarlas, sobre todo, en el gran poder e influencia de la monarquía francesa, los viajes de los arquitectos galos y la expansión de los monjes del Cister; todo ello contribuyó al triunfo del gótico y, por ende, a una nueva revolución en la cultura europea. 

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

La arquitectura civil

El apogeo de la arquitectura gótica francesa duró todo el siglo XIV. Después, los estilos de las bóvedas y las formas de las aberturas se apartan de la línea pura del arco ojival y se produce el llamado gótico flamígero. Durante esta primera época, la arquitectura gótica francesa se mantiene fiel a los ya mencionados caracteres fundamentales, esto es, bóveda de crucería con arcos diagonales independientes, forma de los arcos en ojiva, contrafuertes para contrarrestar los empujes y molduras ordenadas por sus propias necesidades constructivas.

Mont-Saint-Michel. Famoso islote normando rodeado de una playa arenosa cubierta diariamente por la marea. Sobre esta peña, en medio de una desolación infinita, se construyó, a principios del siglo XII, uno de los más interesantes recintos monásticos medievales. La parte más hermosa, llamada "La Merveille", tiene un bello claustro de 1228. La iglesia gótica de la cumbre, de 1445, es de planta basilical, con transepto y ábside con deambulatorio y capillas radiales. 
La arquitectura gótica aplica estos principios en todos los casos, y Francia se cubre de edificios en los siglos XIII y XV con unidad de estilo. No son sólo catedrales, sino también monasterios y monumentos civiles y militares, puertas, puentes, palacios, castillos, etc. Hay conjuntos monumentales completos, como la población y el monasterio del Mont-Saint-Michel, que se levanta en una isleta de Normandía, cerca de tierra firme. Su parte alta, llamada La Merveille, fue levantada entre 1203 y 1228. De los palacios, el primero que hay que mencionar es el de París (o sea el Louvre reconstruido más tarde por Francisco I) y del que hoy no quedan restos; pero está reproducido en una miniatura del libro de horas del duque de Berry, de comienzos del siglo XV, con sus torres y torrecillas circulares, que aparecen coronadas de cubiertas cónicas.

Algunas veces estos palacios tenían el aspecto de un gran edificio macizo, como el de los papas en Aviñón, pero en otras se hacía alarde de disponer un sinnúmero de torres y tejados de diferentes alturas, con remates y pináculos esculpidos, como el castillo del duque Juan de Berry, en Melón -del cual solamente se conservan relatos y miniaturas-, o el palacio que se hizo construir entre 1443 y 1453, en Bourges, el opulento mercader Jacques Coeur, que fue tesorero de Carlos VII.

Generalmente, en estos palacios góticos las escaleras se colocaban en torres circulares u octogonales, en los ángulos del patio, lo que proporcionaba movimiento a las fachadas; en lo alto, el tejado de gran pendiente estaba abierto por lucernas o ventanas que daban luz a uno o varios pisos de dependencias y dormitorios. Así se puede ver aún el magnífico efecto de estos lucernarios en el palacio de los abades de Cluny, en París, y en el hotel o parador que los obispos de Sens tenían en la capital.

Las grandes salas de estas residencias o palacios estaban a veces cubiertas por medio de bóvedas de piedra, pero, por lo regular, los techos eran de madera y estaban adornados con entramados de tallas policromadas. En los muros, las chimeneas enormes contribuían a producir un efecto monumental.

En cuanto a castillos, el más completo, el de Pierrefonds, fue restaurado, acaso de modo excesivo, por Viollet-le-Duc. Tiene una gran escalera de honor en el patio y sus flancos están defendidos por torres circulares, terminadas con cubiertas cónicas de pizarra. Las salas principales estaban decoradas con frescos heráldicos, y en la mayor parte de ellas se abrían grandes ventanales de colores, que constituían otra nueva decoración. Castillo igualmente formidable, sin restaurar todavía, es el que construyó el rey Renato de Anjou en Tarascón, en las inmediaciones del puente sobre el Ródano. Se trata de un inmenso cubo de piedra con torres en los cuatro ángulos, coronado por almenas y matacanes, levantado a principios del siglo XV.

Castillo de Píerrefonds. En este castillo gótico francés los arquitectos no buscaron el pintoresquismo que el romanticismo vio en estas fortalezas. Cuando éstas son cuidadosamente restauradas, como en este caso, revelan una rigurosa concepción geométrica y una notable sobriedad. Destaca el gran número de torres que se arraciman alrededor de la gran torre central, tal como también puede verse en el castillo del Louvre. 
Muchas ciudades francesas poseen aún restos de murallas góticas con las típicas almenas cuadradas y las torres en los ángulos, pero pocas de ellas conservan tan intacto su recinto como Aviñón, sin igual en toda Francia. La parte superior de las murallas está adornada con una crestería o barbacana, que defiende también las puertas.

Esta es, en Francia, una época de villes neuves -como ocurre en todos los períodos de prosperidad-, en cuyo interior, debidamente protegido por sólidas murallas, la burguesía y el artesanado habitaban los barrios, clasificados por oficios. Las casas estaban construidas a menudo de madera, con un entramado vertical visible al exterior que se prestaba a la decoración escultórica, y por lo común cada piso se componía de una o dos habitaciones, que bastarían para las necesidades de la familia.

Murallas de Aigues-Mortes. Estas murallas fueron levantadas alrededor de esta villa francesa, en el siglo XIII, bajo el reinado de Luis IX. Su perímetro es de 1.640 m y su belleza y funcionalidad radican en la gran simplicidad, solidez y homogeneidad arquitectónica. 
La urbanización de las ciudades se adaptaba generalmente a los accidentes del terreno, pero cuando se fundaba una ciudad nueva se disponían las calles con arreglo a un plan regular preconcebido. Así es como la urbanización de Aigues-Mortes tiene la forma de una cuadrícula perfecta, con las calles principales que desde las puertas conducen directamente a la plaza central. Algunas ciudades importantes, como París, estaban empedradas, en gran parte, pero por lo regular en esas épocas los servicios de alcantarillado y limpieza eran muy primarios, y por el centro de la calle discurría a menudo un arroyo de inmundicias.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat

La escultura

Pero la gloria principal del arte medieval francés, aún más que la arquitectura de sus catedrales, es el arte de la escultura, que desde el período románico había ido progresando lentamente. Los monjes de Cluny dieron el primer impulso, contenido sólo momentáneamente por las predicaciones de. San Bernardo y la regla austera del Cister, tan opuesta al lujo; pero a partir de mediados del siglo XII, la escultura francesa renueva su marcha ascendente y pronto alcanza resultados tan admirables que sólo pueden compararse con los de la escultura griega.

Derrame izquierdo del portal de la catedral de Amiens que todavía acusa el gusto románico por la simetría. Las esculturas son de valor muy desigual y parecen exclusivamente destinadas a rendir homenaje a la radiante majestad del "Beau-Dieu" que desde el parteluz, Evangelio en mano, imparte su bendición. Cuenta la tradición que aquel que le mire siquiera una vez durante el día no podrá morir antes de la media noche, como si su serena severidad otorgara vida eterna. Todo el portal fue realizado en sólo diez años, entre 1225 y 1235. 
Las primeras obras de la escultura gótica francesa, que se podrían llamar arcaicas dentro del estilo, son algunas estatuas de la gran iglesia de Saint-Denis o de Chartres, con ropajes de pliegues rectos y pegados al cuerpo, como los de las figuras primitivas del arte griego. En Chartres, en el espacio de tiempo que media de una puerta a la otra, se ve cómo los escultores, partiendo de estos esfuerzos y tanteos, llegan a la perfección. En Arniens, Reirns y París, las obras de arte más excelsas decoran, con simplicidad conmovedora, las fachadas de sus antiguas catedrales: por ejemplo, la columna o parteluz que divide la puerta de la catedral de Amiens lleva adosada una estatua de Jesucristo, esculpida hacia 1230, llamada en el país le Beau-Dieu d'Amiens, que es una maravilla de la escultura gótica francesa: con su barbilla puntiaguda, cabellos lacios y ojos que se comprende que debían ser azules, es la representación más excelsa de un gentilhombre del norte de Francia, culto y civilizado.

Los piadosos artistas del gótico no buscaban éxitos ni aplausos del público; trabajaban sólo para Dios y para el arte; algunas de sus estatuas están escondidas entre los contrafuertes o colocadas a una altura tan grande que es imposible, para la multitud que circula por debajo de ellas en las calles, verlas y admirarlas.


⇦ La Virgen y el Niño (Museo de Historia, Orléans). Escultura realizada en marfil, fechada a finales del siglo XIII. El grupo de la Virgen con el Niño, de pie y levemente curvada, es uno de los tipos más utilizados en el repertorio gótico francés; aquel que permite quizás estudiar su evolución desde un hieratismo inquietante hasta un naturalismo cada vez más amable y enternecedor. 









⇨ San Juan (Musée du Louvre, París). Talla del siglo XV procedente de un Calvario que se hallaba en la iglesia de Loché. La falta de policromía permite apreciar la vigorosa técnica del escultor, que en la nobleza de la actitud y en la dolorosa meditación del rostro evoca el arte de su coetáneo Jean Fouquet. El grupo del Calvario normalmente estaba compuesto por la Virgen, San Juan y Cristo en la cruz. 



En el repertorio de los escultores góticos de las catedrales francesas descuellan algunos asuntos que van a evolucionar lentamente. Así, por ejemplo, el Cristo de pie y bendiciendo, del parteluz del portal mayor de la fachada de Arniens existía ya, con variaciones muy poco sensibles, en el portal meridional de Chartres. Otro tipo es el de la Virgen con el Niño en brazos, algo inclinada y con los pliegues del manto recogidos sobre la cintura, que también va perfeccionándose, siempre dentro de la ley artística que domina en todos los estilos, esto es, acentuando cada vez más su naturalismo; desde la Madona inmóvil y rígida, del pórtico septentrional de Chartres, aún del siglo XII, a la de la fachada sur, del siglo XIII, hasta la Virgen Dorada de la catedral de Arniens, que corresponde ya al XIV, que es como una soubrette, o doncella, que se mueve coquetamente y sonríe con malicia.

Los dos tipos fundamentales de la iconografía medieval, Jesús y la Virgen, cambian decididamente en el período gótico. El Señor ya no es el Omnipotente de la época románica, rodeado de los símbolos de los cuatro Evangelistas, sino el Hijo del Hombre en la edad de su predicación, con el Libro encuadernado y cerrado como si fuera un texto teológico.

Felipe III el Atrevido de Pierre de Chelles y Jean d'Arras (Abadía de SaintDenis, París). Entre los mejores escultores de la corte de Carlos V y Carlos VI se encuentran los "faiseurs de tombes" que labraron estatuas yacentes del difunto sobre túmulos más o menos decorados. No se trata de una representación ideal del soberano, sonriente y afable al uso, sino de un fiel retrato copiado de la mascarilla mortuoria, que marca por tanto un hito en la evolución hacia el realismo de la escultura funeraria gótica. 
La Virgen, joven, está de pie o sentada, pero siempre con el Niño en el brazo izquierdo o sobre la rodilla izquierda. La Divina Madre lleva primero un gran manto, recuerdo aún del tipo de la Virgen del período románico, y va sin corona, como las Vírgenes bizantinas, pero a mediados del siglo XIII se cubre la cabeza con una pequeña toca y ciñe corona real. La historia de María se describe plásticamente con acentos de ternura inefable, desde la Anunciación, la Visitación y el Pesebre hasta el Calvario y su Asunción triunfante a los cielos, donde el Hijo la espera para coronarla y sentarla a su diestra.

El repertorio de los escultores góticos franceses, como el de los antiguos escultores griegos, apenas admite ligeras variaciones en la manera de representar cada una de las escenas evangélicas. Hay una escala de predilección en los temas: la Anunciación, por ejemplo, es preferible a la Visitación, y la Adoración de los Magos se repite más que la de los Pastores. La Visitación puede convertirse en una escena de cortesía francesa, y los Reyes de Oriente son como el emblema de la monarquía cristiana.

Los escultores franceses de la época gótica, por instinto y por carecer de vanidad, se sujetaron a la ley de los tipos, que tiene siempre consecuencias incalculables para el arte, porque permite la colaboración de varias generaciones. Una obra como la Virgen Dorada, de Amiens, o el marfil de la Coronación, del Louvre, no se produce por la sola inspiración de un genio. Pintores y escultores se valían del mismo repertorio.

Coronación de la Virgen (Musée du Louvre, París). Es una obra maestra de la eboraria gótica policromada y se ha fechado alrededor del tercer cuarto del siglo XIII. Es un grupo escultórico compuesto por la Virgen y Jesucristo, quien levanta el brazo en el ademán de colocar una corona a la Virgen como reina de los cielos. La Virgen baja la cabeza y junta las manos en un gesto entre sumiso y agradecido. 
Estos artistas, como los de la Grecia clásica, respetaban los tipos, pero sin sujetarse a una exactitud canónica. Además, estudiaban tenazmente no sólo la naturaleza, sino todo cuanto era plástica, forma y color. El álbum de Villard de Honnecourt es la prueba más clara de su insaciable afán de estudio: el artista picardo no sólo produce lo que ve de los maestros de su época, sino también, animales y plantas, hasta mármoles desenterrados en ruinas, que dibujaba a su manera a la pluma, con trazos que siempre tienen, sin embargo, el sello de la época.

Ese mismo eclecticismo se advierte, por ejemplo, en las cuatro famosas estatuas del pórtico de la catedral de Reirns, con los dos grupos de la Anunciación y la Visitación. El grupo de la Virgen y el ángel está labrado con una simplicidad de líneas góticas época de familiaridad con santos, patronos y abogados de todas las actividades de la vida, y para sus leyendas había que inventar una iconografía especial privativa de Occidente.

Fachada oeste de la Catedral de Reims. En estas cuatro figuras esculpidas pueden observarse dos tendencias artísticas fundamentales en el gótico francés. Una clásica, de noble realismo, que anima el diálogo de Santa Isabel y la Virgen en la Visitación. La otra más imaginativa y espiritual, se manifiesta en el ángel sonriente de cabeza graciosamente ladeada, que saluda a la Virgen de la Anunciación. 
Rarísimas veces se producen en las catedrales escenas de la historia profana, de la leyenda de Carlomagno o las Cruzadas. La historia del mundo tiene por centro a Jesús. Él y su doctrina lo llenan todo y lo condensan todo. Tenemos algunas esculturas de personajes reales que debían de ser retratos; pero estas figuras históricas sólo por excepción fueron introducidas en el repertorio de las catedrales. Son las estatuas funerarias de príncipes y dignatarios eclesiásticos las que dan principalmente a los escultores góticos ocasión de producir retratos. La serie más notable, pese a las destrucciones causadas en ella por la Revolución de 1789, es la del templo de Saint-Denis que era el panteón de los reyes de Francia. El monumento funerario más antiguo de esta serie es la tumba de Felipe el Atrevido, obra realizada entre 1298 y 1307 por Pierre de Chelles.

Esta Adoración de los Reyes Magos figura en el trascoro de Notre-Dame de París y es obra del escultor del siglo XV Le Boutellier. La policromía antigua sobre piedra que aquí, en el interior de la iglesia, se ha conservado con toda su vivacidad, permite imaginar el efecto que debían de producir las grandes obras de escultura monumental policromada, como las portadas de las catedrales, cuando la intemperie todavía no había borrado sus intensos colores.
En la época gótica, la escultura francesa independiente de la decoración tiene que admirarse en los marfiles. Los tallistas repiten los temas predilectos de la devoción de aquellos tiempos; se conservan placas con escenas evangélicas y con la glorificación de las personas divinas, y hasta muchas estatuitas de bulto que repiten en menor escala las imágenes de las catedrales. Pero, además, los marfiles proporcionan vistas de escenas profanas que revelan los sentimientos y las costumbres de los simples humanos.

En estos objetos se tallaban representaciones de la vida diaria, los placeres de la caza, en juegos de sociedad, los torneos, el cortejo, la seducción y hasta el consentir de la dama. Para disimulo se convertían en ilustraciones de libros narrativos con escenas galantes, como en los poemas del ciclo bretón y el Roman de la Rose, y varios romans d'amour. Algunas veces las escenas de amor son de un erotismo peligroso: la enamorada llega a desceñirse del cíngulo; pero no se descubre un solo marfil gótico obsceno. El castillo del amor se defiende con tesón, desde las almenas, con las rosas que arrojan las doncellas.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Las grandes catedrales francesas

Las primeras catedrales góticas francesas se empezaron a fines del siglo XII. La de Chartres, erigida en lugar de la vieja catedral románica, incendiada en 1193, fue consagrada, por lo menos la cabecera, en 1198. Es un ejemplo de precocidad y rapidez en la construcción. La de Noyon, una de las primeras, se construyó también en poco tiempo; en diez años, el 1140 al 1150, se ejecutó la obra y estuvo lista para el culto. La de Laon, empezada asimismo en el siglo XII, fue consagrada en 1200. La de Amiens, la más perfecta catedral francesa, se erigió entre los años 1220 y 1280, sucediéndose tres maestros en la dirección de la obra: el primero de ellos, Robert de Luzarches, fue remplazado por Tomás de Cormont y a éste sucedió su hijo René. La de Reims, empezada en el año 1211, tiene un desarrollo lento hasta el 1400, y con su plan magnífico y su riqueza decorativa quedó en muchas partes sin terminar.


⇦ Catedral de Chartres. Plano de planta de este templo, que inició su construcción en 1194.




















⇨ Catedral de Reims. Plano de la planta de esta catedral, que inició su construcción en 1211. 



Si era difícil precisar escuelas y radios de influencia en el período románico, lo es aún más en la época gótica, en que el poder real impone una unidad que no existía anteriormente.

Contribuye a la progresiva uniformidad artística el hecho de que la época gótica sea un período de universalismo, de ambición enciclopédica y de relación internacional de ideas; la cristiandad en Occidente, no disgregada aún por el protestantismo, tiene un ideal común. De todos modos, algunos monumentos famosos debieron de formar escuela.

Catedral de Amiens. Esta imagen muestra la intersección entre las naves y el ábside. La abundancia de grandes ventanales permite que la luz atraviese el espacio en todas direcciones. Esta catedral se construyó muy rápidamente estre los años 1220 y 1280. 
La iglesia de Saint-Denis sirvió evidentemente de modelo en la construcción de las catedrales de Sens, Senlis y ChâIons. Las obras de Saint-Denis se iniciaron en 1132 bajo la dirección de su abad Suger, y el presbiterio y la fachada ya estaban terminados en 1144, cuando el templo fue consagrado ante Luis VII y la reina. La catedral de Senlis, construida por el obispo Thibaud, amigo de Suger y de Luis VII, fue consagrada en 1191.

París, centro de la vida gótica, conserva todavía abundantes monumentos de esta época. Su catedral triunfa sobre todo lo demás que han hecho en la vieja Lutecia las generaciones posteriores. Se levanta en una isla, reflejando en el Sena sus torres soberbias, sus pináculos y contrafuertes. El obispo Maurice de Sully puso la primera piedra de Notre-Dame en 1163 y aunque el presbiterio fue consagrado en 1182, la nave no se terminó hasta 1250. Pocos años más tarde los arquitectos Pierre de Montreuil y Jean de Chelles realizaron las fachadas norte y sur del transepto.

Catedral de Notre-Dame de París. La fachada subraya los valores horizontales de masa mediante una división proporcionada en diferentes sectores rectangulares. Así, dos bandas interrumpen enérgicamente la verticalidad: la galería de los reyes sobre el portal y la otra galería de columnas, en la base de las torres, que parece proseguir la tradición románica de las galerías ciegas. Como resultado, un equilibrio extraordinario, una serena estabilidad, nacida de una construcción que afirma su masa antes de elevarse al cielo. 
La Sainte-Chapelle de París. Esta iglesia es quizás la obra más bella de todo el gótico francés. Las paredes han sido totalmente reemplazadas por ventanas que filtran la luz a través de multicolores vitrales. Es de una sola nave, y su arquitecto fue el maestro Pierre de Montreuil. Se construyó entre 1242 y 1248. 
Al otro lado del río se construyó o modificó a finales del siglo XII la iglesia tan venerada de San Germán de Auxerre, de la cual queda sólo una torre, y otros edificios famosos de París han desaparecido aún más completamente. Pero en tiempo de San Luis, entre 1242 y 1248, se construyó en París la joya más admirable de todas las obras de arte francesas: la Sainte-Chapelle, destinada a custodiar reliquias de la Pasión, especialmente la corona de espinas. La Sainte-Chapelle es un verdadero relicario; tiene una cripta baja, de toda la extensión de la planta, para elevarla en el aire. En su piso superior, que verdaderamente constituye la capilla, las paredes han desaparecido para ceder su lugar a grandes ventanales con preciosas vidrieras por las que se filtra la luz en todas direcciones, y así el espléndido santuario, abierto del todo, por el solo contraste de los filetes y haces de columnas produce un efecto de mayor lurninosidad que la luz natural del exterior. La corona de espinas se mostraría en lo alto del altar, aureolada de colores.

Album de Villard de Honnecourt (Bibliotheque National, París). Folio 14 v. con la planta y la cabecera de Notre-Dame de Cambray. La anotación dice en un pintoresco francés del siglo XIII: "Vesci l'esligement del chavec me dame Sainte Marie de Cambrai, ensi como il ist de tierre. Avant en cest livre en trouverés les montées dedens et dehors, et tote la maniere des capeles et des plains autresi et li maniere des ars boterés".
Les Très Riches Heures du Duc de Berry (Musée Condé, Chantilly). De uno de los más importantes castillos góticos, el Louvre, de los reyes de Francia, sólo es posible hacerse idea, gracias a esta miniatura de los hermanos de Limburg que lo describe tal y como era a principios del siglo XV. Era un edificio gótico concebido como una fortaleza, con una gruesa muralla y un enorme foso.
Construidas las catedrales francesas casi simultáneamente, con una disposición muy parecida de planta y alzado, a primera vista parecen iguales, como parecen semejantes los templos griegos. Pero participando del espíritu de cada una, se percibe su variedad de carácter y personalidad. Ello depende, además, del genio de su constructor, del genio del lugar, el genius loci, que contribuye a caracterizarlas por ciertas particularidades de advocación y de servicio. La obra de las catedrales se continuaba a veces durante varias generaciones, y los arquitectos se iban sucediendo unos a otros, trabajando respetuosamente en la ejecución de un mismo plan. Su personalidad desaparecía como absorbida por la magnitud de la obra; ellos eran los humildes primeros sirvientes del templo, los acólitos de la devoción que no podía aún practicarse por carecer de cubierta el santuario. Se transmitían unos a otros los primeros principios de su arte y pasaban la vida entregados al análisis y resolución de problemas constructivos.

El Palacio de los Papas en Aviñón. Complejo edificio de sobria grandeza que representa la transición entre el castillo fortificado y la residencia señorial. La parte más antigua, Palacio Antiguo, fue encargada por Benedicto XII a Pierre Poisson. El Palacio Nuevo es obra de Jean Loubieres de Tarascan, arquitecto de Clemente VI.
Con la excepción de algunos casos, como el de Villard de Honnecourt -de quien se conserva un libro de apuntes que refleja tanto su educación artística como su periplo vital- apenas existen noticias ni detalles de las vidas de estos arquitectos. A tal laguna se suma también la inexistencia de un tratado de arquitectura como el que en la Grecia jónica compuso Hipodamos en tiempo de Fidias, Hermógenes en vida de Alejandro, o Vitruvio en la Roma de Augusto. Pero las obras de los arquitectos góticos hablan con un lenguaje más comprensible que todos los escritos de los clásicos.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Características de la arquitectura gótica

El estilo gótico no fue una creación intelectual y mística, sino que fue una revolución técnica de las formas de las escuelas románicas regionales y, sobre todo, una derivación de los procedimientos iniciados en Borgoña y difundidos por los monjes del Cister. Sin embargo, las regiones donde el estilo gótico francés llegó a su perfección fueron Normandía y la Isla de Francia, el territorio de dominio real de los alrededores de París.
Bóvedas de crucería: arriba, simple; abajo,
sexpartita. La bóveda de crucería refuerza
sus aristas con nervios, lo que permitió su
utilización en todo tipo de plantas y partes,
como los ábsides o los cruceros, del templo
gótico. 

En el estilo gótico, el carácter esencial de la construcción es un tipo especial de bóveda por arista, en ojiva, por lo cual se le ha llamado también estilo ojival. Va sostenida por arcos torales y diagonales que se apoyan unos contra otros, y sus empujes se equilibran con arbotantes o contrafuertes en el exterior. Este tipo de bóveda recibe el nombre de bóveda de crucería. Las bóvedas por arista, como cascarones de piedra sostenidos por arcos, no son una novedad exclusiva del estilo gótico, pues ya se usaban en el período románico y eran tradicionales en los edificios clásicos. Pero en el estilo románico las bóvedas por arista no son articuladas, sino sólidas, y su empuje contra los muros se amortigua y equilibra por el simple peso de la pared. Es importante insistir acerca de la diferencia entre las bóvedas por arista, tanto clásicas como románicas, y las bóvedas góticas, con sus aristones independientes, o bóvedas de crucería. Para cubrir una planta cuadrada o rectangular, los romanos adoptaron a veces el sistema de lanzar arcos diagonales de ángulo a ángulo, rellenando después el espacio intermedio con una masa de hormigón, a fin de hacer una bóveda concrecionada. En el estilo gótico, los arcos torales y diagonales son sueltos, con elasticidad propia, y sobre ellos descansan, aunque sin formar un solo cuerpo, los pedazos de bóveda también elástica, de piedra.

Catedral de Notre Dame de Noyon. Imagen del interior del templo, en el que destaca la altura de la nave y las bóvedas de crucería que se asientan sobre altas pilastras adosadas. 
Por lo tanto, los arcos vienen a desempeñar el papel de cimbra permanente, cargando todo el peso y empuje en los ángulos de apoyo. Estos son los únicos puntos de la construcción que exigen buenos cimientos y una resistencia a toda prueba para recibir la carga del cuadrado de la bóveda. En el interior, los haces de arcos de las bóvedas se reúnen en los pilares, como un manojo de ramas sobre un tronco. Además, la bóveda romana por arista se adaptaba principalmente a una planta cuadrada o rectangular, mientras que la bóveda gótica puede emplearse en toda clase de plantas, hasta en las triangulares y trapezoidales, en los segmentos de los ábsides.

Una vez concentrado el empuje de estos arcos de las bóvedas de crucería en algunos puntos del muro, su presión oblicua, que tiende a derribarlo, es contrarrestada por contrafuertes o arcos que tienen un empuje contrario y se lanzan contra la pared oponiendo fuerza contra fuerza. En el arte románico, el sostenimiento era distinto: en primer lugar, la bóveda, por lo común, era cilíndrica, y tenía un empuje uniforme a lo largo del muro, empuje que se equilibraba con el propio peso de la pared, a lo más reforzada con machones o pilastras exteriores, como puntales.

Catedral de Saint-Étienne en Meaux. Detalle de las bóvedas de crucería. El punto de la bóveda en el que se juntan todas las nervaduras recibe el nombre de clave de bóveda. En algunas iglesias esa clave presenta un tipo de escultura, normalmente con temas de la vida de Cristo. 
En una palabra, la mecánica de la arquitectura clásica y de los tiempos románicos es una mecánica estática, esto es, del sistema de oponer peso contra fuerza, mientras que la mecánica gótica es dinámica, o sea del sistema de oponer empuje contra empuje. Por esto una iglesia gótica es un sistema tan complicado y tan perfecto, que no se puede tocar una parte del edificio sin alterar también todas las demás. Teóricamente, el día que se rompiera un contrafuerte, el empuje del arco que contra él se apoyaba no sería contrarrestado por nada absolutamente y el arco se abriría, como asimismo los otros arcos diagonales que concurrían en el mismo punto, y toda la construcción, al faltarle un solo elemento, se vendría abajo.

Pero no son sólo son los procedimientos constructivos lo que caracteriza el nuevo estilo gótico, sino que este estilo demuestra un gusto nuevo en las molduras y la ornamentación. Las molduras románicas eran claramente redondeadas, correspondiendo todavía muchas de ellas al repertorio de los estilos clásicos, mientras que las del estilo gótico ofrecen una complicación infinita de formas convexas, sobresaliendo de una superficie cóncava para producir grandes efectos de luz y sombra en el interior de los edificios.

Catedral de Notre-Dame de París, fina-
les del siglo XIII. Dibujo de los contra-
fuertes y los arbotantes. Esta sección
permite observar la diferencia de altura
entre la nave central y las laterales y al
mismo tiempo los arcos arbotantes, con-
trafuertes y pináculos que permiten
aligerar los muros y servir de puntos re-
sistentes a1 empuje de bóvedas y arcos. 
La mayor o menor complicación de las molduras refleja la época de los monumentos: cuanto más agudas y complicadas son, tanto más avanzado es el estilo. En un principio, apenas hay diferencia entre las molduras góticas y las románicas. En esta fase el estilo gótico casi sólo se reconoce por las bóvedas; después las molduras van triturándose en el corte y haciéndose más complicadas en sus curvas entrantes y salientes. Es curioso el método con que están ordenadas las molduras de los edificios según un principio de unidad y simetría: empiezan formando el molduraje de los arcos; después se reúnen sobre el capitel de las columnas y algunas veces se prolongan verticalmente hasta el suelo. En tal caso, los pilares constituyen el fajo de las molduras de los arcos y tienen una sección formada por la acumulación de las molduras de la bóveda.

En las construcciones de tres naves, la bóveda central es mucho más alta que las de las naves laterales, puesto que ya no hay necesidad de valerse de éstas para contrarrestar su empuje, lo cual puede lograrse con contrafuertes exteriores. Esto evita la existencia de las galerías altas que se encontraban en las iglesias románicas; en cambio, permite abrir inmensos ventanales sobre los arcos que separan las naves laterales de la central, muy necesarios en regiones, como Normandía e Isla de Francia, donde la luz escasea gran parte del año.

Catedral de Notre-Dame de París. Detalle de los arbotantes que contrarrestan el empuje de la bóveda del edificio. Parecen muy frágiles pero constituyen un poderoso elemento de resistencia
Por fuera esta disposición caracteriza la silueta del edificio, porque elevándose sobre las naves laterales, bajas, se alza en el aire como una quilla la nave central, sostenida por los contrafuertes, que extienden sus arcos para apoyarla. Arcos, ventanas y contrafuertes son de forma ojival; es raro encontrar en el estilo gótico el arco de medio punto.

Las ventanas suelen estar divididas por columnitas y adornos curvos de piedra, que llegan, en el último período, a formar una tracería de extraordinaria complicación. Estos elementos son puramente decorativos, pues como el esfuerzo se halla concentrado en los puntos de arranque de los arcos, la pared podría estar abierta por completo, y el espacio del muro donde se abren las ventanas, por grandes que éstas sean, no necesita ningún refuerzo. En el interior de la pared de la nave central de las catedrales, y a cierta altura de la misma, suele haber un pasadizo o deambulatorio, llamado triforio, y esta galería se acusa en muchas ocasiones en la fachada principal.

Catedral de Notre-Dame de París. Detalle de una gárgola, elemento ornamental, esculpido habitualmente con figuras zoomorfas de monstruos o animales mitológicos, en los saledizos del sistema de desagüe de las aguas pluviales. 
Los pináculos de los contrafuertes y los remates de las torres y agujas suelen decorarse con un adorno de formas vegetales, como una flor de piedra abierta en el aire. Las molduras de los arcos aparecen a menudo acentuadas con una serie de hojas y flores, igual que sucede en los capiteles y la clave central de las bóvedas, donde van a reunirse los arcos diagonales. Los elementos decorativos de la arquitectura gótica se ponen en los lugares más importantes de la construcción: flores y esculturas sirven para reforzar y ennoblecer aquellos sitios de más trabajo y más responsabilidad; nunca se combinan las líneas arquitectónicas para servir de marco de una decoración, como sucede algunas veces en los edificios que construyeron los grandes arquitectos del Renacimiento.

Catedral de Ruán. Este detalle de la torre y los pináculos ilustra las trazas propias de la arquitectura gótica, marcada por la abundancia decorativa y por las líneas estilizadas que se dirigen hacia el cielo. 
Las formas decorativas se buscan en la flora y la fauna del país; las plantas más humildes de los campos se aplican sobre las molduras con un amor nuevo por la naturaleza, que no se había manifestado desde los tiempos del arte griego. El trébol, la hiedra retorcida, los tiernos brotes de la vid, las hojas del roble o de la encina se encaraman por los arcos y las agujas del edificio gótico, asociándose al nuevo estilo y ofreciendo las líneas características de sus formas vegetales hasta hacerlas góticas con vehemencia y entusiasmo, como si la creación se hubiera interesado en la obra de las catedrales.

En el arte clásico, sólo dos o tres plantas, el acanto, la hiedra y el laurel, habían tenido aceptación en el repertorio decorativo, pero el estilo gótico se vale de todas las especies del reino vegetal, y reproduce también los pájaros y hasta seres fantásticos, monstruos que unas veces están derechos como guardianes en lo alto de las balaustradas, y otras agachados, condenados a servir de gárgolas para arrojar a lo lejos, por su boca, el agua de las lluvias recogida en los tejados.

Catedral de Notre-Dame de París. Esquema del portal
gótico de la catedral, en el que se señalan sus principales
elementos constructivos - arquivoltas, el tímpano, el
parteluz y las columnas adosadas o derrame-.
En las fachadas de las catedrales es donde el espíritu de la época gótica ha producido sus obras más preciadas. Generalmente, las catedrales fueron comenzadas por prelados ambiciosos, pero después los burgueses hicieron esfuerzos para enriquecerlas con torres, capillas y fachadas. Estos eran acaudalados y estaban protegidos por la monarquía, que se había apoyado en los municipios para rematar al feudalismo románico, ya caducado. Con sus recursos saneados y regulares, y hasta con la educación artística que conseguían traficando en lejanos países, los burgueses de las ciudades tenían empeño, orgullo, en que su catedral se alabara como algo extraordinario por toda Europa.

El empeño no cejaba en una generación: la construcción de las catedrales absorbía casi siempre la atención de más de un siglo. Es sorprendente que se sucedieran los maestros directores de la obra y la construcción se llevase a cabo sólo con ligeras modificaciones, generalmente fieles al plan inicial, que se desarrolla con el mismo espíritu.

Catedral de Soissons. En esta vista general de la nave lateral se puede observar como la luz penetra en su interior. Las numerosas ventanas se han podido abrir en el muro, puesto que no cumple la función de sujeción, que, en el estilo, la cumplen los contrafuertes, junto con los arbotantes y las bóvedas. 
Las fachadas suelen hacer ostentación de una decoración riquísima de escultura. En la parte inferior se abren las tres puertas, con derrames llenos de nichos, donde se cobijan apóstoles y profetas. Estas tres puertas corresponden a las tres naves de la iglesia, que muchas veces se acusan al exterior con los contrafuertes de los arcos que las separan, sirviendo a modo de líneas divisorias que distribuyen la fachada en tres cuerpos verticales. Cada puerta tiene varias series de arcos concéntricos o arquivoltas; la gran abertura central está a veces dividida por un pilar, o parteluz, con la imagen de Cristo, o de la Virgen, o también con la del santo patrono de la ciudad.

Catedral de Chartres. El portal de la fachada oeste de la catedral está dividido en tres puertas, siendo la central la más grande, decoradas con numerosas esculturas.
Encima de la faja de las puertas suele haber un friso con estatuas de reyes, que, según unos, son los soberanos de Francia, porque las ciudades estaban agradecidas al poder real que les había concedido privilegios; según otros, esta serie de reyes representa a los de Judá, predecesores de Cristo, que llevan, en vez de cetros, las ramas del árbol de Jesé, o bien podrían ser supervivencias de la decoración tradicional románica de la visión del Altísimo con los reyes ancianos del Apocalipsis. Esta galería de estatuas reales se encuentra todavía en las fachadas de las catedrales de Amiens, Reims y Chartres.

Otra faja superior está formada por tres grandes rosetones o por tres ventanales magníficos de arco apuntado, por donde penetra la luz de poniente, adonde suelen estar orientadas las fachadas. Como las naves laterales son más bajas que la central, esta estructura interna se exterioriza a veces con tres piñones o frontones de diversas alturas, pero lo más frecuente es que en la parte que corresponde a las dos naves laterales se levanten dos torres campanarios que flanquean el cuerpo de la nave central.

Catedral de Notre-Dame de París. Detalle de la puerta sur de la catedral que permite apreciar el tímpano esculpido en tres registros. Asimismo, tanto en el parteluz como en las arquivoltas y en las jambas también están ornados con esculturas religiosas que recrean escenas bíblicas.
Tales torres debían terminar con flechas de piedra, que muchas veces no llegaron a construirse. Pero con los remates proyectados o sin ellos, las torres son lo que más caracteriza la silueta de las catedrales. Algunas se ven desde muy lejos. Sobre el llano de la tierra francesa, la dulce Francia, sin grandes montes ni colinas que rompan la línea del paisaje, se ve destacar del grupo de casas bajas de las principales ciudades francesas medievales la masa enorme de la catedral, con sus naves, torres y pináculos.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

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