Punto al Arte: París, capital del arte

París, capital del arte

En los primeros años del siglo XX se instalan en París muchos artistas que habrían de marcar una época: en el año 1900 llegan Picasso, González y Eugéne Zak; en 1901, Serge Férat; en 1903, Marcoussis; en 1904, Brancusi; en 1905, Pascin, Coubine y Kars; en 1906, Bela Czobel, Juan GrisModigliani, Severini, Marie Blanchard y Souza Cardoso; en 1907, Hayden; en 1908, Csaky, Survage, Archipenko y Makowski; en 1909, Lipchitz y Zadkine; en 1910, Chagall y Kisling; en 1911, Giorgio de Chirico y Pevsner; en 1912, Charcoune; en 1913, FoujitaSoutine.

La aparición del fauvismo en 1905 y del cubismo en 1907 y el paso fulgurante de los Ballets Rusos, a partir de 1909, crean un clima excepcional de experiencias que se verá frenado por la guerra de 1914, aunque sin sufrir una interrupción total. Al terminar el conflicto, aquel clima cobra nuevo vigor, con una turbulencia un tanto desordenada, pero aquellos años de combates bélicos habrán tenido también sus efectos: la mayor parte de los artistas extranjeros, incluso los alistados en las tropas francesas, prosiguen con sus audaces tentativas junto con otros franceses que, al igual que aquéllos, aspiran con avidez a encontrar nuevas expresiones en el seno de un mundo que busca otro destino. Son los primeros pasos del arte abstracto, la explotación del cubismo, del fauvismo y del expresionismo, que dejan de ser algo excepcional gracias a una difusión cada vez mayor, y cuya búsqueda de la originalidad se convierte en habitual.


El pueblo, de Chaïm Soutine (Museo de l'Orangerie, París). Como máximo representante del expresionismo francés supo trasladar a sus obras todo lo que esta corriente artística preconizaba: "...descubrir las imágenes torturadas puede ser 'saludable' para el que lo lleva a cabo, que se libera así de lo que dice tener dentro. Y de la misma manera, la complacencia del espectador es también grande, pues él espera que precisamente la angustia convierta el paisaje ordenado en un caos".


Retrato de una joven, de Moïse Kisling (Museo del Petit Palais, Ginebra). Este pintor polaco, nacionalizado francés, fue miembro destacado de la Escuela de París. Influido por Vlaminck y Derain, en sus inicios pintó sobre todo cuadros de estilo impresionista, tendencia que posteriormente abandonó para dedicarse a composiciones de gran realismo y precisión en el dibujo, caracterizadas, sobre todo, por su colorido brillante. Como representante del expresionismo parisino, Kisling quiso interpretar la melancolía interior, pero no a través de imágenes "torturadas", como se pone de manifiesto en este sereno retrato de mujer.
Con el intercambio de ideas e influencias entre postimpresionismo y poscubismo, se instaura un clima muy dinámico del que participan los artistas extranjeros, cada vez más numerosos, aprovechándose de esa atmósfera de emulación efervescente en la que la extrema libertad se codea con la extrema miseria, confrontadas, a veces confundidas, con las ostentaciones del lujo de los nuevos ricos de la posguerra.

Otros artistas procedentes de Europa central o de Rusia, judíos en su mayor parte, aportan un acento más atormentado por su temor o huida de las persecuciones, y atraídos por el espejismo de Ja independencia. Inquietos y melancólicos dan a su pintura un giro muy especial, una atmósfera de vida ardiente y de trágico dramatismo. Soutine (nacido en Bielorrusia, 1894-1943) sufre unos años de gran pobreza. El arte de Soutine resume por sí solo y con un raro poder de expresión las acusadas características de este grupo: la manera de proyectar furiosamente el color sobre la tela, de improvisar formas delirantes, y ello tanto en retratos como en paisajes, muy apacibles en realidad. Esta pintura expresa la desesperación o la cólera, cualquiera que sea el tema elegido, aunque en Soutine esta demencia alcanza una suntuosidad y un lirismo de visionario.


Manolita, de Jules Pacin (Museo Nacional de Arte Moderno-Centro Georges Pompidou, París). Este pintor estadounidense de origen ruso, formado en Viena y luego en Berlín como caricaturista, pintó cuadros de tema religioso, retratos y desnudos femeninos, como éste, fechado en 1929, de tonalidades claras y diluidas. Aunque su obra se enmarca dentro de la Escuela de París, en ella los "rasgos expresionistas y fauves se mezclan y neutralizan". Se suicidó precisamente en plena fama, el mismo día en que se inauguraba una  gran exposición suya. 


⇨ Mujer con collar, de Amedeo Modigliani (Institute of Art, Chicago). Cuando Modigliani llegó a París en 1906, no tardó en comprender que todo el arte moderno nacía de Cézanne. En un principio dirigió su interés hacia la escultura, pero posteriormente se dio cuenta de que no podía prescindir del color en su búsqueda plástica. En este retrato de Lolotte, pintado en 1916, un período en que el artista ya había renunciado al fauvismo y al expresionismo de sus años iniciales, para caer en una sensualidad afectada, más acorde con la moda del momento, se aprecian, no obstante, los rasgos fundamentales de su estilo: los contornos muy marcados, que unen en una sola superficie planos de distinta profundidad, el predominio de la línea, a veces muy gruesa, como un "surco negro" y otras "sutil y filiforme", el colorido rico pero de gama limitada (ocres, azules, anaranjados, blancos y negros), y las formas sinuosas transformadas en cilindros y óvalos.



Dentro de esta misma línea, aunque en menor potencia y dramatismo, se sitúan Kremegne (nacido en Rusia, 1890-1954) y Kikoine (nacido en Rusia, 1892-1968), y, con mayor ternura y personalidad que estos últimos, Mané Katz (nacido en Rusia, 1894-1962), el cual obtiene la mayoría de sus temas del folklore y la vida religiosa de las colectividades judías de la Europa del Este. La melancolía está todavía más acentuada en Eugéne Zak (nacido en Rusia, 1884-1926).

A las manifestaciones del expresionismo judío en Francia, podemos añadir los nombres de Kisling (nacido en Polonia, 1891-1935), retratista exacto de muchachas de rostros alisados y miradas ensoñadoras, Pascin (nacido en Bulgaria, 1885-1930), colorista refinado, cronista melancólico y ácido de penosas juergas en burdeles; Chas-Laborde (nacido en Argentina, 1886-1941) y sus perversas muchachitas, en posiciones de inocente impudor; y sobre todo, Modigliani (nacido en Italia, 1886-1920), que encarna el romanticismo del artista maldito, de la miseria y del alcoholismo, con su vida de joven y agraciado descubridor de mujeres de cuerpos lisos y miradas perdidas. Su estilo, emparentado con las elegancias del más tradicional manierismo italiano, aporta al expresionismo una nota muy diferente del patetismo un tanto declamatorio que caracteriza a los artistas procedentes de la Europa central y oriental.


⇦ Jacques Lipchitz y su esposa, de Amedeo Modigliani (Instituto of Art, Chicago). En este retrato del matrimonio Lipchitz, pintado en 1917, se observa una elegante estilización y el uso de formas que se derivan claramente del arte primitivo (como esos ojos vacíos), a lo que se suma un juego de masas claras y oscuras, que no responden tanto a la concepción cromática de los fauves, como a la descomposición que posteriormente preconizaría el cubismo, una concepción que Modígllani no llevó a sus últimas consecuencias porque para él la pintura debía ser, sobre todo, poesía.



Entre los que llegaron a Francia antes de la guerra ocupa un lugar preeminente Chagall (nacido en Rusia, 1887-1985). Su personalidad se impuso muy pronto, gracias a sus cualidades de colorista y narrador maravilloso. Se sirve de los colores como músico y como pintor, complaciéndose en crear una armonía con dominantes, variaciones y contrastes, aunque sin dejarse encerrar en los límites de una mera imitación de la realidad; pero sin prescindir de ésta de modo sistemático y obedeciendo únicamente a las fantasías de su propia imaginación.


Desnudo acostado, de Amedeo Modigliani (Colección Gianni Mattioli, Milán). También pintada en 1917, esta obra, de su última época, revela toda la sensualidad estilizada de sus recursos pictóricos, un tanto nostálgica y sentimental. La elegancia y belleza de este torso desnudo, alargado hasta la exageración, queda matizada por una suave gradación de color que le otorga calidades táctiles.

Su inquietud y dramatismo se expresan por una sonrisa y una gran ternura que concilian seres y cosas, gracias a una forma muy personal de moverse entre lo real y lo irreal, y de utilizar su virtuosismo de soñador despierto, libre de coacciones. Con desenvoltura de poeta inspirado, ha eliminado todas las leyes físicas de nuestro mundo material; ignora los principios elementales de la pesadez para que personajes y animales floten en el espacio; rehusa admitir las estructuras de los seres vivientes, chocando cabezas de pájaros o de peces en los cuerpos de otras especies, y todo ello sin presentar la menor afectación. A veces, su juego adquiere un acento más patético y la fantasía da paso a una emoción más profunda. Algunos retratos, en especial, poseen una densidad humana, que van mucho más allá de las deslumbrantes fantasías del virtuoso y revelan auténtica emoción.


A mi mujer,de Marc Chagall (Museo Nacional de Arte Moderno, Paris). Esta composición, que dedicó a su mujer, Bella Rosenfeld, con la que contrajo matrimonio en Rusia en 1915, es representativa de la fantasía lírica que inspiró muchas de las mejores obras de este gran artista. Su pintura, una evocación abigarrada de los afectos familiares y de la cultura hebrea, se ciñó estrictamente a los preceptos del que, frente a los hasidismo practicantes del judaismo ortodoxo, propugnaba una mayor espontaneidad y calidez en todos los aspectos de la vida cotidiana. Así pues, la representación de la alegría, en estas composiciones de rico colorido, sin relación alguna con los apagados tonos de la existencia diaria, fue uno de sus principales objetivos, ya que todo lo que produce alegría tiene un valor religioso. 


La tarde en la ventana,  de Marc Chagall, (Colección Angela Rosengart). Esta obra, comenzada en 1950, cinco años después de la muerte de su esposa, es una síntesis de todos los temas preferidos del pintor. Se trata de una serie de visiones plásticas que reflejan diversos momentos felices, a la manera de dietario sentimental de una vida en común que Bella puso por escrito en : Luces encendidas su obra "De improviso me levantas del suelo...Vuelas hacia el techo...Alcanzamos la ventana y queremos salir fuera... Volamos sobre campos floridos y casas con las persianas cerradas.

Su arte de imaginero oriental, después de haber atravesado las corrientes expresionistas y cubistas, incluso surrealistas, le ha permitido abordar todo tipo de temas, técnicas y dimensiones; ilustrar libros y decorar amplios muros, hacer cuadros de caballete y vidrieras; representar a enamorados entre flores y evocar a personajes religiosos. La aparente simplicidad de que ha dado muestras le ha hecho accesible a todos los públicos y le ha deparado los éxitos más resonantes, sin que haya tenido que defenderse de los rápidos cambios de la moda ni someterse a ésta.


⇦ Doble retrato del vaso de vino, de Marc Chagall (Museo Nacional de Arte Moderno, París). En este cuadro, pintado en 1917, el pintor aparece subido a los hombros de su esposa Bella con un fondo de paisaje ruso; cubre con la mano el ojo derecho de ella, más ebrio de alegría que de vino. El otro ojo de Bella, bien abierto, muestra una radiante felicidad.



Pougny (nacido en Finlandia, 1894-1956), renunciando a la abstracción mecánica, vuelve al mundo real e inventa un precioso mosaico de vida trémula, tierno y refinado. Más tarde, Garbell (nacido en Riga, 1903-1970) se ejercitará en una parecida división del color para expresar el hormigueo de la luz. La importante colonia de artistas españoles ha proporcionado a la Escuela de París algunas de sus figuras más brillantes, tales como Picasso, Juan Gris, Dalí, Miró y otros artistas menos eminentes aunque muy dotados, como Marie Blanchard, cuya aportación al cubismo y al período que le sigue es muy personal; Bores, Flores, Palmeiro, Pelayo, Vilató, Mentor y, sobre todo, Clavé (España, 1913-2005). Su instinto dramático se encarna en personajes picarescos, suntuosamente coloreados, cuya mirada fija plantea un inquietador interrogante en el espectador.

Llegada de occidentales al Japón, de Foujita (Maison du Japan, París). La obra de este pintor japonés, establecido en París en 1913, puede resumirse como una síntesis perfecta entre la tradición japonesa y el espíritu occidental, realizada con un grafismo firme y preciso y un gusto por los acabados brillantes como los del lacado.

También los pintores italianos ocuparán un lugar destacado con la presencia -ocasional o definitiva-de Chirico, precursor del surrealismo; de Pisis, poeta de transparentes evocaciones de ciudades mitad reales, mitad mágicas, y de naturalezas muertas ligeras como gasas; de Severini, uno de los creadores del futurismo; de Campigli y sus fantasmales personajes, supervivientes de frescos antiguos; Magnelli, uno de los primeros y más enérgicos apóstoles del arte abstracto; de Mario Tozzi que también elabora sueños con la realidad. El noruego Per Krohg aporta a esta cohorte internacional otro sueño personalísimo y un sentido de la composición que le predispone para las grandes decoraciones murales que poco después empezó a realizar en su país.

No es tan sólo Europa la que enriquece la Escuela de París con artistas originales. En ella, se hallará al japonés Foujita, dibujante preciso y preciosista. Los mejicanos Diego Rivera y Siqueiros verán confirmado su arte recio, que les permitirá situarse en lugar destacado en su país. De Uruguay, son recibidos dos bellos pintores impregnados de un sentido poético muy particular: Pedro Figari, con los recuerdos pintorescos de su infancia evocados a través de una sensibilidad parecida a Pierre Bonnard; Torres García, con sus construcciones y combinaciones de formas y signos. El brasileño Regó Monteiro destacará todavía más sus lazos con la poesía añadiendo a su pintura, muy estructurada, una actividad de editor con la publicación de elegantes cuadernos de poemas. De Argentina llega el escultor Pablo Manes, de formas amplias y armoniosas, que será llamado más tarde a asumir funciones diplomáticas de su país en Francia.


Buceadores multicolores, de Edouard Pignon (Colección del artista). Este cuadro, pintado en 1966, revela la fuerza expresiva y espontaneidad de este artista, que antes de dedicarse a la pintura, trabajó como minero y luego como obrero metalúrgico. También muestra un marcado primitivismo, rotas ya todas las convenciones, que acabó por llevarle casi a la abstracción.  


El segador flamenco, La gua­ también llamado de Marcel Gromaire daña, (Museo Nacional de Arte Moderno, París). En este cuadro, pintado en 1924, Gromaire se muestra más influido por el expresionismo flamenco que por el alemán. Su preocupación por la composición volumétrica se resuelve aquí con un ritmo equilibrado y con gran sobriedad.

Entre los artistas franceses de orientación expresionista tiene carácter excepcional y sólo con cierta arbitrariedad se hace figurar en ella a Yves Alix (1890-1969) y Goerg (1893-1969), a causa de su visión de un realismo ácido -que en Goerg llega hasta la caricatura- en la observación de la vida de esos momentos. Alix recupera pronto una visión más tradicional del paisaje, antes de que introduzca en ella una síntesis emparentada con las consecuencias del cubismo, y Goerg, tras su paso por lo fantástico, aporta su espíritu agudo a la pintura de desnudos femeninos rodeados de flores. Habrá que añadir, dentro de la generación siguiente, a Nacache, con personajes y escenas imaginarios, extraños, llenos de muecas.

En los artistas franceses se manifiesta toda una corriente cercana al expresionismo por la intensidad del colorido y el dinamismo de las formas, con un arte que no supone necesariamente alusiones mórbidas o desesperadas, aunque caracterizado por cierta pasión de sentimientos, cierto lirismo en la expresión y una inspiración espontánea en el empleo del color. Ahí se puede citar a Charles Walch (1898-1948), que utiliza un lenguaje popular, de alegre colorido, menos ingenuo de lo que parece a primera vista; Charles Dufresne (1876-1938), dotado sobre todo para las grandes composiciones bien ritmadas; Gen Paul (1895-1975) que con su pincelada fulgurante y caricaturesca se relaciona con Soutine, aunque con una gama de colores menos violentos dominada por grises refinados. Mucho más tarde hallaremos en Dauchot (1927) esta tentación por la improvisación.


Desnudo rubio, de Marcel Gromaire (Museo Nacional de Arte Moderno, París). El predominio de ocres y amarillos es una de las características de la obra de este pintor, atraí­ do fundamentalmente por las formas vigorosas y sensuales, que evocan claramente figuras geométricas.

Después de la última guerra, la obra de Pignon (1905-1993) también se enraiza en lo que fue el expresionismo francés. El arte de Pignon, desbordante de salud, resplandeciente de color, impulsivo pero sin caer nunca en el desorden, oculta sin embargo bajo su fogosidad la gran lucidez de este pintor para captar la vida en sus instantes de ardor. Siguiendo la técnica de los empastes que recuerdan a Soutine, se encuentra todavía más recientemente a un equipo de pintores cuyo iniciador es Cottavoz (1922), con sus vigorosos alardes y superposiciones de colores y, relacionados con éste, aunque sus formas más livianas, a Fusaro (1925) y Truphémus (1922).

El cubismo, al igual que el expresionismo, y a veces combinado con éste, sirvió de punto de apoyo a ciertos artistas para liberarse de las fórmulas tradicionales. Tal es el caso de Waroquier (1881-1970), a pesar de haberse mostrado obsesionado en todas sus experiencias por una necesidad de grandeza y de soledad. Otro independiente, Marcel Gromaire (1892-1971), escrupuloso hasta la intolerancia, adopta una construcción geométrica en sus composiciones sólidamente organizadas, no por analogía con el espíritu subversivo del cubismo, sino, todo lo contrario, por necesidad de orden y sumisión a un clasicismo renovado. Si bien no pudo realizarse en grandes composiciones murales como merecían sus cualidades, sin embargo, pudo dar su medida en vastos cartones para tapices que desempeñaron un papel de capital importancia en la renovación estética de esta disciplina. François Desnoyer (1894-1972) combinará la paleta coloreada de los fauves y los esquemas del cubismo para captar la vitalidad y la sana sensualidad de paisajes y escenas familiares.


Alta Provenza, de André Dunoyer de Segonzac (Museo Nacional de Arte Moderno, París). Este pintor francés, formado en París, que también destacó en el dibujo, el grabado y como ilustrador de libros, pasó por una etapa impresionista. Posteriormente, se vio influido por Cézanne, época a la que pertenece este bello paisaje, su temá­ tica preferida, realizado con un colorido pastoso y matizado. Aun así, se mantuvo al margen de las interesantes tendencias vanguardistas que surgieron en su época.

Artistas como Le Fauconnier (1881-1946) y Favory (1889-1932) demuestran, con sus esfuerzos para huir del cubismo, hasta qué punto fue éste dominante y eficaz. Hayden, entre otros (nacido en Varsovia, 1883-1970), después de haber sido uno de los mejores adeptos de este movimiento, se alejó con dificultad de él en el período de entreguerras, pero luego volvió a encontrar un acento personal en paisajes y naturalezas muertas cuya extremada desnudez y pureza son evidente recuerdo de su paso por el cubismo. Todavía más directamente relacionado con él aparece Amédée Ozenfant (1886-1966) quien, llevando al máximo su afán por el rigor y la austeridad, creó con Le Corbusier alrededor de 1920 un movimiento llamado "purismo" y la revista “L’Esprit Nouveau" que tuvieron decisiva influencia.

En Francia, constituye el único movimiento que ofrezca algo análogo a lo que fue la Bauhaus en Alemania, una forma de incorporar el elemento poético en una apariencia mecánica muy sistematizada. Ozenfant experimentaba poderosamente esta fuerza de la poesía por autocontrol voluntario, y en su revista dio paso a importantes estudios sobre Ingres, Poussin, David, Seurat y otros artistas del pasado que le permitían entroncar sus hallazgos con la tradición francesa.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat

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